Por Gladys Alvarado
Tarea de cíclopes es en el presente intentar llevar a la escena cualquiera de las vertientes del espectáculo escénico musical, ese que, tildado por muchos de banal, y condenado por otros a su tristísima suerte, abarrotó escenarios y aportó al patrocinio sonoro de Cuba innumerables títulos.
Pues bien, Alfonso Menéndez, con el patrocinio de la Oficina del Historiador de la Ciudad y la representación de la Agencia ACTUAR, desde hace ya algunos años ha asumido el reto con mayor o menor suerte, pero eso sí, con una obstinación encomiable.
Después de un amplio recorrido por el repertorio internacional, ahora se lanza a lo grande con música en vivo, coro y temas de la rica historial sonora cubana.
Autores como Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Ignacio Cervantes, Eliseo Grenet, Rodrigo Prats, Jorge Anckermann, Tony Taño y otros del ilustre catálogo melódico de la isla que bajo la dirección musical y la batuta de Miguel Patterson consiguió el milagro de hacer sonar, en el Teatro Martí, su escenario por excelencia, las notas de piezas emblemáticas que hicieron recordar sonoridades perdidas en la inercia teatral actual.
Para Patterson las palmas del minucioso y complejo trabajo, así como de hacer sonar la orquesta del ICRT como lo hizo. Cuántos anhelábamos ese quehacer de música en vivo y actores y cantantes haciendo reír, con buen gusto, a un público ávido de disfrute.
El Coro de la Televisión, dirigido por Liagne Reyna, alcanza una ejecución acertada, pero esperé de ellos una más activa participación.
El cuerpo de baile, con coreografía de Caruca, fue sin lugar a dudas el talón de Aquiles de la puesta en escena, impreciso en ocasiones desentendido de las situaciones dramáticas.
Visualmente heterogéneo, el cuerpo de baile no alcanzó la altura del resto del elenco. A ello habría que sumar la ausencia de unidad estilística entre su vestuario y el de los solistas algunos de ellos portaban accesorios y peluquería francamente discordante con el todo visual.
En honor a la verdad, poco podía hacer la coreógrafa con ese talento, este aspecto me lleva una vez más a recordar cuánto de error hubo al cerrar la Escuela Nacional de Espectáculos Musicales que dio brillo al Ballet de la Televisión Cubana y al espectáculo escénico musical en sentido general, con egresados técnicamente preparados y visualmente aptos para este tipo de oferta creativa.
Los solistas cumplieron con sus roles, entre las más jóvenes destaca Laura M. Hernández en esa joya de Emilio Grenet que es Quirino con su tre, tal vez sería conveniente que cuidaran un tanto no exceder el plano del gracejo cubano.
Laritza Pulido se encuentra en pleno auge creativo y aún requiere de madurar su imagen que arrastra cierto aire infantil, propio de su juventud. Ariagna Reyes está llamada a velar por la articulación en el opening, pues se dificulta la percepción del texto cantado, pero se mueve con seguridad y elegancia en las tablas.
Capítulo aparte para la soprano Milagros de los Ángeles, quien, con una carrera lírica consolidada, pero a su vez ascendente, se impone por su dominio vocal y la más alta responsabilidad interpretativa, con piezas que exigen del intérprete un dominio que ella posee con creces.
Para el joven y talentoso tenor Andrés Sánchez Jolgar nuestros calurosos vítores, por su versatilidad, su carisma, la elegancia con que asume roles que así lo ameritan y la frescura y organicidad con que se acerca a lo más popular de lo cubano, todo ello con un desempeño vocal impecable.
Alfonso Menéndez y su equipo de dirección, desde patrones conservadores en su diseño espectacular, merecen nuestro reconocimiento por llenarnos de esperanzas sobre lo que podría llegar a ser nuevamente nuestro silenciado teatro musical, expresión de tanto virtuosismo y belleza a lo largo de su rica historia.