Por Roberto Pérez León
Comed, amigos, venid al banquete y bebed en abundancia,
oh, amados hijos de la argentada Jerusalén. ¡Sabrosura!
Allez va merder. Hija de la chin-chingada.
Omotutu patutiddi. Son of a bitch. Fligia di putana
Tomado de los textos incluidos en el Decálogo del Apocalipsis
Cada abril la danza cubana tiene la posibilidad de celebrar aniversarios de obras fundacionales. Medea y los negreros tuvo su estreno en el entonces Teatro García Lorca, el 17 de abril de 1968, por el Conjunto Nacional de Danza Moderna, hoy Danza Contemporánea de Cuba. El Diseño de escenografía y vestuario estuvo a cargo de Eduardo Arrocha, la música de Carlos Chávez, Luciano Berrío, Jorge Berroa y además se incluyeron toques congos.
Medea y los negreros fue una obra atrevida no solo desde la performatividad narrativa que desarrolló, sino desde el contenido que se atrevió a hilvanar: Medea y Jasón, los remotos griegos, son puesto en la Cuba del siglo XVIII, cuando la isla se llena de franceses espantados por la Revolución haitiana.
Estoy hablando de una obra de Ramiro Guerra. Una obra perfecta. Absolutamente definitiva. Medio siglo después aún se le extraña en nuestros escenarios de la danza, que ya es contemporánea pero entonces se calificaba de moderna.
La voluntad artística de Ramiro imponía la superposición de formas y contenidos en una entropía estética donde hoy nos damos cuenta, que siendo moderna, antecedía a lo contemporáneo. No consideremos la concepción temporal que a veces comprometen superficialmente estas denominaciones; detengámonos en las perspectivas filosóficas de esas vertientes y sus definidas y en progresión tecnologías danzarias.
Medea y los negreros tuvo fuerzas para dinamizar, por su productividad experimental, los criterios de la entonces danza moderna y de la subsiguiente danza contemporánea. La obra de Ramiro Guerra es el ejemplo indiscutible de que no son lo moderno y lo contemporáneo conceptos meramente regidos por la temporalidad. Lo más reciente como moderno y lo que sucede en el presente como contemporáneo son débiles y cómodas nociones que se convierten en puntos de fuga.
En ese incesante suceder de la modernidad cubana, Ramiro estableció nuevos fundamentos. Cuando regresa, tras el Triunfo de la Revolución, inicia una empecinada labor creadora con todo el apoyo institucional del Estado cubano. Entonces tuvo el privilegio de desarrollar la renovación y el sondeo oficioso, desde un auténtico proyecto ideo-estéticao de las fuentes que habían sido sus nutrientes: Martha Graham, Alvin Ailey, José Limón, Merce Cunningham, y toda aquella experimentación que definió al movimiento estadounidense danzario, del cual el mismo Ramiro se consideraba deudor.
Primero en el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional y luego en el Conjunto Nacional de Danza Moderna, se creó un fundamentado estilo de creación danzaría centrado en el movimiento desde la corporalidad del cubano como resultante histórico-social y su puesta escénico-artística.
Y no estoy hablando de abstracciones cuando digo un particular movimiento desde lo cubano; ahí está la cantidad de libros donde Ramiro logró textualizar su danzalidad desde la particular teatralidad de sus trabajos coreográficos, centrados en la modelación de la presencia escénica conseguida a través de la investigación corporal del cubano.
No son muchos los movimientos de danza que tienen un corpus teórico tan desarrollado, con sucesión investigativa como el que tenemos y que es fruto de la labor teórica de Ramiro Guerra.
La sistematización reflexiva y la problematización de la danza en nosotros supera con mucho la labor investigativa de la reconocida y aceptada internacionalmente Escuela Cubana de Ballet, que carece de los pilares teóricos que tiene la danza moderna, contemporánea y posmoderna, debido al magisterio de Ramiro Guerra.
Hay otra obra de este creador que en abril es tiempo también de aclamar cada año. Se trata del Decálogo del Apocalipsis. Quiero llamar la atención sobre el hecho de que en este abril, el Decálogo… entró a las puertas del medio siglo. Así es que en 2021 será bueno festejar con verdaderas reflexiones sobre el particular relato que dentro de la danza cubana significa esta obra inconclusa y no por ello con tregua en el paisaje de nuestras artes escénicas.
El Decálogo del Apocalipsis con coreografía de Ramiro Guerra de haberse producido el estreno, el 15 de abril de 1971, hubiera ocurrido en los alrededores y los jardines de la arquitectura del Teatro Nacional de Cuba, en la Plaza de la Revolución; la música era de Jorge Berroa, R. Vandelle, Pierre Henry, jazz popular, ritmos aleatorios que acompañaban a todos los bailarines del Conjunto Nacional de Danza Moderna de Cuba. Los deslumbrantes diseños fueron del gran Eduardo Arrocha; y, los textos empleados en la puesta salieron de diferentes fuentes literarias y de la ocurrencia de Ramiro Guerra.
Entonces, ¿por qué no se estrenó? Pues por un lado, la mediocridad de la trémula burocracia inepta -¿anónima?- de un sector de la cultura de entonces; y, por otro lado, por el temple y la temeridad que caracterizaba al propio Ramiro Guerra. Concretamente no existe una versión coherente, hilvanada del hecho. ¿Se suspendió, se censuró, se prohibió, se dejó enfriar, se pasmó?
Lo cierto fue que en 1971, el Decálogo del Apocalipsis no se estrenó; tuvo varios ensayos generales y llegó a montarse el inmenso aparataje técnico que la obra exigía; no creo que haya habido entre nosotros una obra de tan tremenda complejidad tecnológica, que demandara tantos componentes para su realización y producción general.
Queda como interrogante potencial, el hecho de que por un lado el entonces Consejo de Cultura, haya subvencionado la obra y a la vez la haya vetado en el momento en que estaban hasta impresas las invitaciones para su estreno.
¿Por qué? No se trata de hacer conjeturas y dar opiniones; la respuesta andará por un análisis sincrónico y diacrónico de los eventos y sus contingencias. Una problematización verdaderamente científica podrá acercarnos a las realidades sin romanticismos, ya con suficiente distancia para disminuir el riesgo de falsear la red categorial del análisis que nos permitirá posicionarnos, desprejuiciadamente, en la alteridad del Decálogo… como revocador de una estética y de una filosofía que se auto-erosionaba.
Ahora aspiro a llamar la atención sobre la grandeza de Ramiro Guerra, justamente a un año de su muerte y por la entrada, el próximo año, del Decálogo del Apocalipsis a su medio siglo de existencia ingrávida.
Ramiro también es uno de nuestros descubridores junto a Don Fernando Ortiz. En la fundación de nuestra cultura, en tiempos de Revolución, la Dra. Graziella Pogolotti destaca a Ramiro “por la contribución efectiva a redondear la imagen de lo que somos”.
Ese ¡somos! que Ramiro contribuyó a redondear, lo hizo a través de obras también como el tremendo Decálogo del Apocalipsis: sicodélico, exultante, irrespetuoso, reformador, irreverente, impío, atentatorio, escandaloso, deforme, obsceno, pronosticador, cubano, antiimperialista.
Quienes conozcan la historia del Decálogo del Apocalipsis sabrán que se trata de una obra absolutamente legendaria. Legendaria, en una porción considerable, porque nunca se estrenó y sin embargo fue.
Pese a que Ramiro dijo en más de una ocasión que el Decálogo… de haberse estrenado pudo haber sido una de sus mejores obras, no sé si en verdad hubiera sido una obra de dimensiones coreográficas y de una estética inaugural dentro de su poética. Pero no cabe dudas de que aperturó una nueva caligrafía danzaría.
Del mundo en ese entonces nos llegaba muy poco. Ramiro, a punto de traducciones de artículos y de algún que otro libro que le podían llegar de cualquier parte, cartografío lo que sucedía fuera y desde dentro, rompiendo todo tipo de bloqueos, concibió el Decálogo… como la más desafiante obra sicodélica que pudo haber existido entre nosotros.
Sicodélico, concluyente término para calificar todo un período de comportamiento sociocultural a nivel mundial durante los sesenta. Sicodélico del griego: ψυχή, «alma», y δήλομαι, «manifestar». Así, como zumba y como suena: manifestar el alma. Y el alma de Ramiro estaba siempre pletórica de rupturas y atrevimientos.
Hoy es fácil ver que el Decálogo del Apocalipsis anduvo más rápido que la danza-teatro, que el teatro posdramático, que el performance más “suelto y sin vacunar”. Todos los recursos intelectuales que se emplearon en esa obra correteaban burlonamente por lo que hoy está plenamente instaurado como el Posmodernismo sacrosanto y justificador. Me gusta pensar que Ramiro Guerra se paseó con todos los contoneos excitantes por la otra modernidad danzaría, dramática, plástica, coreográfica; y, para colmo, lo hizo no solo en el Decálogo…, sino en casi todas sus creaciones, con humor trágico-choteístico.
Los desplazamientos de la danza, desde la década de los cincuenta del siglo pasado, han dado lugar a una conciencia coréutica, que ha ido desde la interioridad más intrincada hasta el desaforado afán por el diseño, mediante sorprendentes estrategias de visualización.
Cierto que en ocasiones ha habido propuestas amorfas en busca de banalidades sígnicas, incluso cuentan con verdaderos hallazgos visuales en el escenario por encima de un efecto banal y a la vez indecidible.
Indecidibilidad hermética pero posee significado y resulta ser susceptible de interpretación, bajo la no prescripción de formas y contenidos capaces de generar una afección particular desde el espacio escénico como “escenario” de una visibilidad de-constructora.
Ya sabemos que no hay nada nuevo bajo el sol. El arte no brota de la nada, es la resultante de la concientización y asimilación de lo nuevo y de lo del pasado, lo que no quiere decir que sea testimonio.
El arte como acontecimiento intertextual cuenta con residuos constituyentes en la creación que es ruptura, continuación, transmisión, negación y hasta burla; crear es reflejar y a la vez proponer una estructura reflejante.
El Decálogo… no puede ser visto como una irrupción inusitada en la obra del Conjunto Nacional de Danza Moderna de Cuba. El Decálogo… fue un escalón más en la veeduría y contextualización de lo cubano desde la danza.
Dice Ramiro:
“De mi primera etapa con el Conjunto la más representativa y la más importante de las obras fue Suite yoruba. En la segunda etapa diríamos que está Orfeo antillano. En la tercera hablaríamos de Medea y los negreros. En la cuarta está Impromtu galante, una obra que tuvo mucha repercusión para mí, pensaba que sería el primer escalón de ese periodo que quedó sin desarrollo al ausentarme del Conjunto. Esa etapa hubiera tenido su culminación con la puesta del Decálogo del Apocalipsis, obra que tal vez por no haberse estrenado nunca ha quedado en mí como la mejor de mis obras.”
En verdad no vimos el Decálogo… y no es por lo tanto la mejor de sus obras. Ahora bien, se trató de una de las indagaciones e intuiciones más sobresalientes dentro de la danza planetaria –léase bien: he dicho planetaria.
La década del 60 inoculó el germen de las transformaciones radicales: resistencia, denuncia, clamor juvenil, rechazo. Fueron tiempos de ciclón: brotes políticos, sociales, intelectuales, no quedó un nivel de expresión artística que no fuera tocado por la impronta sesentosa. Fue la década donde la llamada contracultura hizo esplendores, aunque al final no se hayan logrado los cambios que se gritaban a los cuatro vientos, no podemos subvalorar los intentos de socavar el modelo capitalista de hegemonía cultural.
Aunque los sesenta se forjaron y deshicieron en frenesíes caóticos, fueron importantes las bases que cimentaron el movimiento hippie, el nacimiento de manifiestos políticos y sociales, la alerta contra discriminación de género y de raza, los afanes por manifestar la diferenciación, la búsqueda de un verdadero progreso social, el planteamiento de alternativas culturales e ideológicas hacia el encuentro con una identidad desde la otredad. Pero sucedió que mucho de aquel todo fue convertido, por obra y gracia de la mano del mercado capitalista, en una mercancía más dentro del torrente irrefrenable del capital.
El Decálogo del Apocalipsis más que un agitado compendio semiológico de la entonces llamada contracultura, pretendía ser un discurso que enfatizaba en la necesidad de justicia social, en alertar sobre el conformismo y poner sobre el tapete las vibraciones del pensamiento cultural y político cubano que entonces percibía la mainstream como una fuerza ideológica represiva de alto calibre, como sigue siendo hoy.
Creo que fue Chesterton el que dijo que cuando se deja de creer en Dios se empieza a creer en todo. En esos sesenta la juventud empezó a creer en muchas cosas sin argumentación laboriosa; se conformó una tolerancia sin verdadera dignidad filosófica y era ostensible la debilidad política que fue aprovechada por los centros de poder para mitificar y mistificar las posibles revelaciones sociales inmanentes de aquel pluralismo de valores efervescente que se proclamaban.
Aquel deslumbrante poli-sincretismo sociocultural, poco a poco la mano invisible del mercado lo convirtió en una burbuja inflada por las pujantes nuevas tecnologías de comunicación y desde el poder, con el encantamiento epidíctico del discurso de la propaganda, se supo obnubilar el discernimiento de la juventud con razones de la astuta lógica que sabe que no hay razonamientos apodícticos.
Lo canónico se forma mediante la instauración de una serie de valores en equilibrio. Pero podemos caer en una posición de perspectivas fosilizadas cuando esos valores se cuestionan desde una pragmática sin rigor y son considerados opuestos sin necesidad de negarlos sino poniéndolos en conexión de manera superficial y exigua.
La fuerza hetoronómica del posmodernismo parte de la asimilación que ha tenido por la cultura capitalista, y esto ha estorbado la interpretación cabal del canon posmoderno y lo que podrían ser sus valores intrínsecos, inmanentes que de alguna manera el Capitalismo ha convertido en (nuevas) otras tradiciones y así se autocertificó un tipo de provincianismo cultural envuelto en el espejismo de un colorido anarquismo cultural y la performance de un conservadurismo que permite dar significados sin realidad sociocultural, significados inesenciales.
Tal vez nos haga falta un Decálogo… para alertarnos sobe el resbaladizo espacio digital en que nos solemos mover; si aquel Decálogo… nos ponía cara a cara con las manipulaciones que el capitalismo empezaba a hacer con la contracultura, este de ahora podría alertarnos sobre la entrega en cuerpo y alma a la virtualidad que nos ofrecen creyéndonos que estamos al tanto de la información. Y ¿qué es la información hoy?