Por Frank Padrón
Los cien años de nuestra vedette por antonomasia, la eterna Rosita Fornés, fueron motivo de varias celebraciones que culminaron en dos conciertos en el teatro Martí.
Ideado y llevado a escena por quien fuera su más sistemático director durante varias décadas, Alfonso Menéndez, el espectáculo Siempre la Fornés convocó a figuras de nuestro teatro lírico, músicos sinfónicos, coristas y expertos de las diversas disciplinas técnico artísticas, para erigir el «Concierto por su centenario» como se anunció en los medios y reza el elegante y bien diseñado programa de mano.
En realidad, fue un recorrido bien pensado y mejor plasmado, por algunas de las múltiples incursiones de nuestra eximia cantante y actriz en el teatro musical (zarzuela y opereta esencialmente, donde como se sabe, sentó cátedra) e incluso el dramático.
Escenas de La viuda alegre, El soldado de chocolate, La casta Susana, Las Leandras, El Conde de Luxemburgo y otras que Rosa paseó por escenarios no solo cubanos, fueron asumidos brillantemente y con savoir faire por Milagros de los Ángeles, Cristina Rodríguez, Dayri Llanes y Yenis Santamaria, principalmente, a veces respaldadas por partners de la talla de Israel González, Carlos Humberto Lara y Sergio Gattorno y arropados por la Orquesta y el Coro de la Televisión Cubana, quienes dirigidos por los maestros Miguel Patterson y Liagne Reina, respectivamente, fueron respetuosos con las versiones originales de la Fornés y sus compañeros, sin desechar ciertos acentos de contemporaneidad y modernidad tímbrica, partiendo de importantes arreglistas (incluyendo alguno de Adolfo Guzmán que se reprodujo al pie de la letra).
Tal criterio de fidelidad/recreación fue seguido también por el diseñador de vestuario Ismael de la Caridad, quien durante muchos años y hasta su despedida trabajara en ese rubro con Rosa. Concibiendo vestidos y peinados que la evocaban y reproducían los arquetipos de los personajes, a la vez que se adaptaban a las figuras y personalidades de las solistas, el artista sorteó con fortuna los desafíos que imponía la procura de tal equilibrio.
Salvo algún detalle acaso entendible ante las dificultades actuales (la ausencia de un elemento esencial como el sombrero en el «Pichi», de Las Leandras), se logró llenar tal aspecto con imaginación y rigor.
Otro elemento conseguido fueron las luces, aunque en algún que otro momento pudieron rendir mejor partido. Por ejemplo, si fue un indudable acierto reproducir, mediante un montaje de fotos y voz de la intérprete in off, la inolvidable labor de la homenajeada en La casa de Bernarda Alba, de Lorca -cuando asumiera varios de los personajes principales- alternando con varias de las cantantes en vivo (y la participación del excelente guitarrista Luis Manuel Molina mediante poderosos acordes de flamenco), no corrió semejante fortuna la iluminación, que oscureció a tal punto el rostro de aquellas que resultó casi imposible apreciar su gestualidad y expresión facial durante tales participaciones.
Alfonso Menéndez, en tanto director general, logró una puesta ágil, sin puntos muertos, que supo alternar el repertorio según ritmos y tesituras; sorteó con éxito la pequeñez del espacio escénico -sobre todo por estar desbordado entre tanto músico y cantante- mediante apenas dos micrófonos a ambos extremos del escenario, que favorecían el desplazamiento feliz de los actantes, teniendo en cuenta que la mayoría de las piezas requerían cierta proyección coreográfica.
Hubo más de una solución brillante, como ese final donde Rosa, (cuyas expresivas imágenes en muchas de las obras representadas acompañaron desde principio el concierto), gracias al audiovisual, se unía a sus colegas en la «Salida de Frou Frou», de La duquesa del Baltabarin (Leo Bard), una de sus inolvidables y brillantes actuaciones, entre tantas que aquí fueron reverenciadas.
Se hizo, en definitiva, a una carrera que se engrandece con el tiempo. A sus cien flamantes años, Rosa Fornés, como Gardel, como todo clásico, canta, baila y actúa cada vez mejor. Y este espectáculo se encargó de patentizarlo.
Foto de portada: Boris Muriedas