Por Roberto Pérez León
He visto El viaje de los perdidos, obra del novelista y dramaturgo alemán Daniel Kehlmann, en una puesta en escena de Ludi Teatro con dirección de Miguel Abreu.
El viaje de los perdidos trata la muy dolorosa por real historia de más de novecientos judíos que en 1939 embarcan desde Hamburgo en el vapor St. Louis rumbo a Cuba en busca de refugio, pero les fue denegada la entrada al país. Ahí se inicia una travesía de desesperaciones e incertidumbres. Tampoco Estados Unidos ni Canadá les permitieron la entrada.
Todos los pasajeros poseían certificados de desembarco para ingresar a Cuba. No obstante, cuando el St. Louis llegó al puerto de La Habana, el mismísimo presidente se negó a respetar los documentos.
La puesta en escena de un hecho histórico donde centenares de seres humanos fueron vilipendiados y abandonados a la intemperie social, precisa de una metodología teatral que a la vez que muestre, propicie la reflexión por parte del espectador.
El viaje de los perdidos ideo-estéticamente es una zona de encuentro y develamiento de lo contemporáneo desde el animismo esencial de lo brechtiano. He sentido en la inmanencia del colectivo de creadores del montaje que les comento, el despliegue, no como asunto conceptual sino como súbito logrado, de la metateatralidad.
El viaje de los perdidos es una pieza que, al tratar la extrema situación de un grupo de judíos que huyen del avance del nacismo, exige además de precisos posicionamientos históricos, estimaciones críticas que sobrepasen la ficción dramática. Para lograr esos propósitos el distanciamiento brechtiano es un generador de imágenes que posicionan al espectador en un horizonte por encima de la representación convencional.
Miguel Abreu, para sostener críticamente y no emocionalmente la gravitación de El viaje de los perdidos, se afianza en la metateatralidad que proporciona el mismo texto de Daniel Kehlmann y que nos llega en una condensada y oportuna versión como ejercicio de participación inteligente que hace Agnieska Hernández con el original.
En fragmentos tesoneramente premeditados dramatúrgicamente, la puesta desarrolla la autorreferencialidad y vemos a los actores que comentan, construyen historias, realidades, ficciones donde intervienen la ironía y el humor político. El montaje en sus ocurrencias nos da tregua, pero a la vez avisos sobre sobre el perplejo de la intrincada madeja de esperanzas, angustias, desesperaciones de seres humanos no deseados, víctimas de la espeluznante mecánica de las manipulaciones del burocratismo, la corrupción y los rejuegos políticos.
El viaje de los perdidos se “piensa” a sí mismo desde la perspectiva de la metateatralidad. Cierto que tradicionalmente la noción de metateatralidad se ha generalizado en la expresión “teatro dentro del teatro”. Digamos que es más que eso.
En el montaje que hace Ludi Teatro la metateatralidad, a través del ejercicio actoral, el rol de la música, lo escueto de la puesta, genera efectos de sentido. Comunica fuerza de significación socio-estética a través de significantes de precisa teatralidad que comprometen la reflexión del espectador sin inmersión afectiva vehemente.
El minimalismo funciona en la puesta, resulta preciso para darnos el tempo y los niveles dramáticos del desasosiego entre la esperanza y el miedo de los pasajeros del vapor St. Louis en su vagar.
El viaje de los perdidos, estrenado en Viena (2018) al cuidado de Daniel Kehlmann, consideró la música al punto que pudo verse como un musical no tradicional. Ahora en la puesta de Ludi Teatro el componente musical rige y sin ser tampoco un musical, tiñe con especial simpatía la dramaturgia.
El decisivo componente musical creado por Llilena Barrientos para el montaje de Miguel Abreu imprime una dinámica significación, sobre todo al suceder en vivo como parte integrante de la composición escénica.
La música en su relevancia sígnica crea atmósferas, acentúa momentos decisivos en la historia definiendo la dramaturgia. No se trata de una música acompañante o de fondo, como axial significante escénico conecta los diferentes desafíos dramáticos de la puesta. Cuando la música complementa las voces se crea un turbulento murmullo sonoro que hace que deambule por el escenario una complicidad entre el destino de los personajes.
La potencia del orden actoral inspira y expira a un ritmo sin polarizaciones corporales ni voracidades verbales. La performance actoral está concebida en la fusión de una gestualidad entre lo danzado y los barrocos de una sonoridad florida.
Gustaf Schröder, el emérito capital del St. Louis, lo asume Luis Ángeles León. El desempeño actoral está diseñado a partir de fragmentos con estructura de unipersonal que para nada socaban la situación narrativa global. El personaje define los vértices del desarrollo dramático. En cautelosa coreografía la gestualidad corporal y vocal componen el trabajo del joven actor que no debe descuidar el equilibrio energético entre los cambios enunciativos.
Tenemos a una Sindy Rosario descargando con plenitud varios personajes. En logradas entradas y salidas demuestra sus calidades actorales con orgánica ductilidad, sin afectaciones. Se monta una y otra vez de manera caricaturesca, sin caricaturizar con fáciles payasadas, a los que ostentan el status vergonzoso del poder político.
Evelio Ferrer es Federico Laredo, lo hace con ecuanimidad, es signo, situación dramática, unidad performativa como interpretante/intérprete del infame presidente de la aquella República de Cuba. Se desenvuelve en ejes de producción de sentido donde rompe la mímesis y logra una perspectiva sustantiva de la representación del personaje en ficcionalización muy bien delineada actoralmente.
Frank Normand y Tomás Agüero hacen de las dos niñas judías que fueron encargadas al capitán del St. Louis para ser entregadas a su padre en La Habana. Renata y Evelyn, en el frenesí y el sortilegio de la ludicidad infantil, tienen en los dos jóvenes actores el trazo de la estela de inocencia pícara. Las niñas son dos personitas que en escena levitan sobre la hondura de la tragedia.
El padre de las niñas lo encarnó en la función a la que asistí Raiza D´Breche. Esta actriz tiene una presencia escénica que hierve sin borboteos inútiles. Su extensión energética es homogénea, define la tensión actoral invisible por su transparencia. Dichosa transparencia que forma cuerpo en una imagen absolutamente teatral.
No existe escenografía ni un diseño de luces especial. Sí un exquisito y consumado diseño de vestuario de Celia Ledón. Las actuaciones en sus suficiencias decidieron y reforzaron en todo momento la escritura escénica con un decisivo tono de apasionante convicción.
Sin sumergirnos emocionalmente analizamos y cuestionamos, desde un ángulo crítico y objetivo, las situaciones históricas y nada imaginadas que aborda El viaje de los perdidos.
Fotos: Yasser Expósito. Tomadas de la página oficial de Facebook de Ludi Teatro