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¿Danzar la música?

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“Lo contemporáneo es lo intempestivo”.

Roland Barthes

Por Roberto Pérez León

La cartelera del mes de septiembre en La Habana cierra con danza desde la sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba y la Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht.

Danza Contemporánea de Cuba repuso Carmina Burana y estrena El Canto del amor triunfante; la Compañía Rosario Cárdenas estrenó Brutal. Las propuestas danzarías me han motivado a reflexionar sobre el rol de la música en los productos escénico-danzarios más contemporáneos entre nosotros.

La dramaturgia músico-danzaria es la resultante de una estimulación creativa entre música, músicos, bailarínes, coreógrafos y todos los demás sistemas significantes como son los diseños de luces, escenografía, vestuario, etc.

No es errático como corolario aceptar que el mayor efecto escénico que se puede lograr en la danza es a través del cuerpo humano: “obra de arte viviente” (Appia), fortaleza orgánica. El cuerpo humano es un vasto campo de investigación y producción de sentido en la danza como territorio de exploración del movimiento desde las experiencias corporales, rítmicas y conceptuales. El cuerpo como superficie de saberes, significados, sentidos, modos de subjetividades.

Además en la danza existe un efecto escénico que tiene la fortaleza de definir un rumbo de significaciones donde el cuerpo se convierte en heredero absoluto de una dramaturgia concurrente, azarosa, intermitente en su narrativa, de parámetros plásticos definitorios. Ese efecto escénico es un favorecido material de la creación escénica. Me refiero a la música.

Música y danza en la actualidad disfrutan de una impredecible organización que de manera rizomática une, desune, entrelaza, funda espacios rítmicos, atonales, timbres y velocidades que acentúan colores inquietantes, flexibilizaciones en el tempo, pulsaciones que figuran majestuosidades o delirios visuales como actos artísticos que desmantelan fronteras.

La música hilvana composiciones corporales, deslinda dúos, crea solos, prepara el espacio con impredecibles dinámicas, a golpe de movimientos y gestos corporales acentúa central o periféricamente un artefacto visual que demanda la construcción de sentidos y significados.

Durante el siglo XX se inició un sorprendente recorrido por donde han itinerado música, la danza y el teatro conformándose un evento escénico de plenitudes despampanantes a estas alturas del siglo XXI.

Los tres productos escénico-danzarios a los que me refiero y que formaron parte de la cartelera de este septiembre tienen el cuerpo como zona conquistada, como modo preferido de significación, tal y como nos lo demuestra la historia de la danza desde sus orígenes rituales, luego sociales. Pero la música en ellos precisa al producto escénico más allá de la partitura coreográfica.

Entre estas obras existe, pese sus equidistantes principios estéticos e ideológicos, una partida corporal que define la temática escénica desde la expresión de significados producto de la transdisciplinariedad entre tecnología, música, espectáculo, interpretación, representación, biomecánica entre otros fundamentos técnicos o conceptuales.

¿Danzar la música o hacer la música para que la danza suceda? En los tres espectáculos que nos ocupan y que me provocan pensar la sonoridad que los sostienen, la música es un fundamento que articula una lógica ¿narrativa? de mucho caudal.

La integración de la música en estas tres piezas viabiliza la concepción y producción de imágenes y sonidos: el signo dancístico percibido y significado por el espectador que resignifica la propuesta estética de acuerdo a los referentes individuales y podrá entonces hacer ese espectador de cada obra una visión personal y única.

Carmina Burana, El canto del amor triunfante y Brutal, más allá de las valoraciones estéticas que podrían hacerse, destacan la relación teatro-danza como instrumento del proceso creativo en nuestra contemporaneidad.

Carmina Burana es una obra sinfónica que no ha dejado de ser una persistente tentación para los coreógrafos. George Céspedes es el coreógrafo de esta puesta en escena donde la música vertebraliza lo visual con el movimiento.

La Carmina Burana es una colección de cantos que llegan desde el siglo XII, sus autores, estudiantes y clérigos, los escribieron cuando el latín era lengua franca o lengua vehicular y el entendimiento era preciso entre personas que no tenían la misma lengua materna. La Carmina Burana es un mazo de poemas que cantan al goce de vivir, al disfrute de los placeres terrenales; los textos nos dan un paisaje del Medioevo que se contrapone al que usualmente tenemos de esos siglos llamados oscuros. La música de esta obra la concibió Carl Orff y es una deslumbrante cantanta escénica donde no cabe la monotonía.

Por otra parte, Danza Contemporánea de Cuba estrena El Canto del amor triunfante. Se trata de un ballet cantado del italiano Paolo Coletta, en esta ocasión coreografiado por Ewa Wycichowska y Andrzej Adamczak, que estará acompañado por el Ensemble Habana XXI bajo la dirección de la francesa Nathalie Marin, y la dirección musical de ese colectivo del cubano César Eduardo Ramos.

Esta versión de El Canto del amor triunfante está inspirada en el cuento homónimo del definitorio narrador ruso Iván Turguénev, publicado en 1881. La historia original se desarrolla en una atmósfera renacentista rodeada de exotismo, llena de misterio, de los elementos sobrenaturales que caracterizan a la novela gótica, influenciada por el movimiento romántico.

Brutal, el estreno de la Compañía Rosario Cárdenas, coreografiado por Nelson Reguera, llega sostenida por un esquema sonoro más que ecléctico digamos que transigente, acomodadizo en cuanto a los diseños rítmicos del movimiento corporal. La música en Brutal tiene un catálogo experimental que, como instalación y performance del producto escénico, admite el tiempo y el espacio digital de manera más definitoria en la composición coreográfica.

Las propuestas danzarias que comento resignifican la relación teatro danza como ecuación política, filosófica, ética, ontológica. Se hace cada vez más evidente en el proceso creador de nuestras compañías, la resonancia de la “visibilidad de lo invisible” (Brook) que se constituye en la obra de arte que es la danza-teatro, obra híbrida que transita entre las acciones escénicas, la música, la performance, la multimedialidad.

Danza Contemporánea de Cuba y la Compañía Rosario Cárdenas hunden sus raíces en la búsqueda de un movimiento no que represente sino que, como agente espiritual, conmueva desde el acto escénico. A veces lo logran.

En portada: Brutal por la Compañía Rosario Cárdenas. Foto Gonzalo Vidal.