Por Kenny ortigas Guerrero
El pasado fin de semana el Ballet Contemporáneo de Camagüey tuvo una jornada de presentaciones en el Teatro Principal de la ciudad. Como plato fuerte dentro de su programa concierto de tres obras, se estrenaban dos coreografías en las cuales centraré mi comentario: En el Erial, un solo, creado por Lisandra Gómez de la Torre, que sirve como agasajo de la agrupación al maestro Reinaldo Echemendía Estrada -director del Ballet Folclórico de Camagüey- por sus 50 años de vida artística y Sin el hogar en el mañana, sin embargo…, del coreógrafo austriaco Mike Loewenrosen, con el que recientemente se estrecharon lazos de colaboración.
Más allá de un análisis que intente discernir acerca del impacto alcanzado en el orden estético y conceptual del espectáculo, considero oportuno señalar -antes de abordar algún que otro punto de vista concerniente a la puesta en escena en sí misma- que continuamos observando un colectivo de jóvenes artistas que, desde su creación, no solo ofrecen un producto destinado al goce y placer del público, también se proyectan como un grupo obstinado en resistir y no dejarse avasallar ante el embate hostil de una realidad agobiante.
El cuerpo, nuestro cuerpo, es una imagen vívida que refracta los destellos, golpes y siluetas de su contexto. Cual papiro, manoseado por acontecimientos -desde los más estremecedores hasta los más intrascendentes- somos el resultado de todos los procesos dinámicos, violentos y contradictorios que se generan al interior de cualquier sociedad. La pregunta sería ¿Cuán preparados estamos, o cuán consciente somos del impacto de todas esas circunstancias, de manera tal que podamos tomar su enjundia para transformarla en arte, sin transpolar a escena su lado más pesimista y negativo que raya en el agotamiento y el desánimo?
Esta pregunta, sobre todo, se dirige a los artistas que inician su camino profesional y que por disímiles razones van creciendo con una notable falta de paradigmas, unido a otros sin sabores que lastran su buen desarrollo como bailarines. Formulo la interrogante, por la inquietud de la que fui preso -por momentos- durante esa presentación. Aunque la asistencia del público fue pírrica el día domingo, constituyendo un factor desfavorable para el estado de ánimo del elenco, y que estuvo en gran medida justificada -así lo consideramos algunos de los presentes- en los anuncios de torrenciales aguaceros con mal tiempo, siempre hubo personas que decidieron asistir y permanecer en el teatro, lo que constituye un motivo irrefutable para devolver con creces, desde la escena, un grato momento a través de la danza.
Pero no siempre estuvo a la altura esa hermosa reciprocidad, no por falta de ganas o compromiso, de eso estoy convencido, sino por una falta de madurez -hasta cierto punto comprensible- de enfrentar situaciones como esta.
El artista, cuando sube al escenario, se abandona -conscientemente- a sí mismo, para entregarse al otro -el espectador- en un maridaje auténtico que se valida en una aproximación de sinceridad y fe. A diario, la cotidianidad se empeña en instalar grietas donde esos dos complementos parecen tambalearse, abriendo la brecha al caos y el desparpajo, el arte tiene que despejar el cielo de tormentas y llenar con poesía los abismales agujeros negros que comienzan a gravitar “peligrosamente” sobre nuestras cabezas.
Con certeros y agudos posicionamientos éticos y reveladores cuestionamientos sobre la vida que vivimos el artista, formula perspectivas y visiones críticas sobre su entorno. Pero esa condición de ser mensajeros o profetas, tiene que ser asumida con total y absoluta responsabilidad, pues una obra de arte lo es, si se erige como símbolo de lo hermosamente revolucionario y conmovedor para el hombre. Ya lo dijo Salvador Dalí “Un verdadero artista no es el que se inspira, sino quien inspira a otros”.
Valen estos apuntes para la propuesta del Ballet Contemporáneo de Camagüey, acreedora de un público que los aclama, que valora con admiración el desempeño del grupo y con el que no se puede fallar bajo ningún concepto. En el orden más técnico y de arquitectura de la puesta en escena se tiene que continuar profundizando en elementos de la dramaturgia coreográfica y del bailarín–actor, en este sentido podemos tomar como referencia al profesor y filósofo chileno Carlos Pérez Soto, cuando comenta: “En todo caso se piensa que la obra tiene que tener un contenido que debe ser captado o completado por el espectador”.
La obra En el Erial, interpretada por Viviana Silva, se adentra en un territorio interesante -pienso entonces en Súlkary– que explora en la gestualidad contemporánea, elementos del folclore de raíz africana donde coexisten sólidos referentes en la cultura danzaria como Ramiro Guerra, Eduardo Rivero, Arnaldo Patterson, Santiago Alfonso, Nereida Doncell e Isidro Rolando, entre otros.
La intérprete de esta pieza, logra precisión dentro de la estructura coreográfica, aunque requiere de un mayor dominio objetual, cuando acciona una vara (báculo, bastón) que funciona como extensión de su cuerpo pudiendo alcanzar un valor simbólico real dentro de la trama.
Otra cuestión que tributaría favorablemente a la lectura del espectador radica en encontrar y definir el sentido dramático que se desprende de algunas de las situaciones que se plantean y que el programa de manos refleja de forma muy concreta: resiliencia, sororidad, fuerza, resistencia, etc. Estas palabras, por sí solas, se transmutan en imágenes a incorporar de manera inobjetable.
Por otra parte Sin el hogar en el mañana, sin embargo…, que se hace acompañar junto a su música, de fragmentos de poemas de Rainer María Rilke, en la voz de la actriz Reina Ayala, exige de un replanteamiento de la circunstancia y atmósferas en las que se inscribe, e incidir en una mejor comprensión de sus ejes temáticos y tratamiento interpretativo del elenco de bailarines. Los diferentes cuadros, con sus puntos de giros, entradas y salidas -con cierto aire monocorde- pueden aprovecharse aún más insuflando variaciones de ritmo, colocando sus pausas y sus acentos de tal manera que pudieran cautivar y atrapar la atención, ubicando zonas matizadas y contrastantes en las relaciones entre los bailarines.
Aunque el coreógrafo pidió la “ausencia de expresividad”, ilustrando una especie de condición etérea del ser entre imágenes oníricas y surrealistas, la concepción general de la puesta puede dibujar composiciones que signifiquen la dimensión filosófica y sus postulados estéticos. Consiste en tirar un cable a tierra donde, público y obra, no pierdan la conexión y el vínculo afectivo, a pesar del alto vuelo que se pueda tener.
Agradezco al Ballet Contemporáneo de Camagüey por siempre provocarme a escribir sobre sus obras. Aplaudo su entereza y constancia sobre las tablas, solo así el mundo se abrirá a sus búsquedas y será crisol de oportunidades para cuerpos creativos que resisten y vencen.
Fotos Adelaida Virgen Frías Hernández y Alejandro Rodríguez Delgado