Danza Espiral en un Olimpo vernáculo

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Por Roberto Pérez León

Danza Espiral dirigida por la maestra Liliam Padrón organizó un programa de verano con las reposiciones de Los amantes, A las en punto y Un hombre es así. Además, se estrenó Olimpo, obra coreografiada por Daniel Alejandro Román Barrios, uno de los más jóvenes bailarines de la compañía matancera.

A la hora tan recurrida por la tonada popular, justo a las 3 de la tarde, debió haber empezado la programación en un Sauto que abre sus puertas luego de un período de reparaciones. Las condiciones energéticas no lo permitieron. Entonces, sin trastornos, y gracias a la colaboración de muchos, el espectáculo tuvo lugar en el Salón de los Espejos del coliseo Monumento Nacional.

Danza es danzar, lo demás es subsidiario. Sucedió una jornada danzaria transparentada por procedimientos plenamente profesionales. Bailarines, en su mayoría muy jóvenes, muchos en plena formación, evidenciaron en el accionar escénico la labor pedagógica que se ejerce en Danza Espiral.

Los amantes, A las en punto y Un hombre es así son piezas resistentes donde la corporalidad genera redes interpretativas que develan una poderosa teatralidad. Los bailarines forjan apresamientos y entre el cuerpo y el espacio late una causualidad que sobrecoge.

En A las en punto se danza A las siete en punto, poema de Virgilio Piñera dicho en su propia voz. Se danza esa voz. Se confirma en la poética de la partitura coreográfica que la poesía se hace punto volante en el poema, como dijera Lezama.  Los bailarines habitan movimentalmente la voz del poeta en su progresión tonal.

En Los amantes se instauran coordenadas entre imágenes de madurez formal. Por un lado, la consolidada presencia escénica de Enrique Leiva Brines y por el otro Maikol A. Rodríguez García con las proporciones de una corporalidad unitiva. Uno muy hecho el otro que germina. Las dimensiones performativas enfatizan espacio-temporales y ciertamente kinésicos en función de una escenificación que confronta realidad y ficción.

Un hombre es así es un solo de Enrique Leiva Brines. Este bailarín tiene sólida experiencia clareada por actos gestuales de una discursividad incesante. Sabe actuar al margen de la coreografía donde puede determinar y regir su recia expresión corporal.

Pero la tarde del martes 15 de julio en el Salón de Los Espejos del Teatro Sauto tuvo un curioso perfil representativo y también evocativo con el estreno de Olimpo. Dramatúrgicamente esta obra, en su estructura ideológica y formal, ensaya una arriesgada composición. Poco menos de 10 ejecutantes se empeñan en dar coherencia coreográfica a un juego escénicos que conserva estereotipos académicos.

Sin embargo, veo en Olimpo lo que Patricia Cardona llama “dramaturgia/entusiasmo”. Coreográficamente pareciera que tienen los danzantes el mandato de gozar lo que hacen y saben que deben hacerlo sumergidos en una hierofanía donde el acto escénico se hace ritual sin proezas de fisicalidad, sin apoyaturas técnicas ni virtuosismos. Las acciones escénicas están articuladas por la invocación de ancestrales orígenes a partir del movimiento.

Daniel Alejandro de manera significativa se reconoce en lo que hace. Los espectadores nos reconocemos de muchas maneras también en Olimpo.

La música de Lázaro Fraga Roque, como sistema significante, es decisiva en la plasticidad escénica. Simples diseños espaciales, duraciones intermitentes, trozos con rítmica que esclarece y textualiza la expansión del etnomovimento como factor determinante en la traza dramática de Olimpo: ceremonia de ofrecimiento a dioses remotos, galanteo de orichas, cadenciosos andares, fiesta callejera.

La partitura coreográfica refiere la exploración de un estudiante-investigador que se arriesga a indagar en las formas tradicionales de expresión danzaria. Se evidencia una experimentación con movimientos y gestos para transitar del Olimpo clásico al Olimpo vernáculo.

Ese tránsito está estructurado dramatúrgicamente a través de la figura danzante de Liliam Padrón. La directora de Danza Espiral trama, cual cábala inapelable de claridades misteriosas, la coréutica de la obra. Y quiero decir con esto la fluidez, la espontaneidad y la intención del movimiento como forma de comunicación y emoción en Olimpo.

El personaje de Liliam Padrón es el conector en la narrativa de la obra. Tiene poderío teatral denotado por el registro físico que representan y evocan sus gestos, sus posturas en la dinámica dancística global.

Daniel Alejandro aún no ha consolidado su formación profesional ni como coreógrafo ni como bailarín. Olimpo, en su inmanencia, muestra el reconocimiento de los valores dancísticos y musicales de la diversidad cultural a la que pertenece y disfruta su creador.

Olimpo es un ejercicio creativo que tiene en su ordenamiento ideo-estético de la cubanía “plena, sentida, consciente y deseada” que definiera don Fernando Ortiz.

 

Foto: Tomada del perfil de Facebook de la Compañía Danza Espiral