Danza, el poder de sus imágenes retenidas

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(a propósito de la danza en el Programa Cultural)

Por Noel Bonilla-Chongo

La fotografía de la danza o ¿el sometimiento de la forma?

Alberto Dallal

Ya son veinticinco años en la existencia del Programa Cultural, suerte de compendio informativo que, desde la Dirección de Gestión Cultural de la Oficina del Historiador de La Habana, ha cifrado en letra impresa el acontecer del arte y la cultura generados por personas, proyectos y programas de las instituciones enclavadas en el Centro Histórico Habanero. Allí, donde la danza ha encontrado gentil aforo para expresarse en la multiplicidad de sus recursos, razones, modos y gentes.

Es así que, al consultar los sumarios, secciones y las bellas cubiertas de ejemplares del Programa Cultural (principalmente los correspondiente al mes de abril de cada año), la danza se aviene con inequívoca presencia distinguida. Como manera de ser tan particular, espectáculo escénico visual y al mismo tiempo ritual, imagen congelada en su movilidad, pretexto elocuente de cuerpos en sus diversos espacios, erigiéndose quizás, como la forma más pura del juego. Expansión de un ánima universal de lo humano y lo divinal, de lo sumergido y lo explayado, de izadas y caídas, de dolores y goces, aunque no sea posible precisar cuándo ella formó parte de nuestro bagaje cultural y de la humanidad misma.

Se ha dicho que del rito dionisíaco y del ditirambo griegos nacen las dos formas del teatro cantado y danzado helénico en sus dos modalidades primordiales, la tragedia y la comedia. Diría Alberto Dallal que la danza es el arte más antiguo. Aunque no podamos, ni histórica ni antropológicamente, localizar el momento exacto en que surgió, inferimos su nacimiento: la materia prima del arte de la danza es el cuerpo y, por tanto, la sola presencia de uno o varios cuerpos humanos que desataron la experiencia dancística con la voluntad de hacerlo, produjo danza. Esto pudo ocurrir aun antes de la invención del lenguaje discursivo. El tiempo ha transcurrido y parecería que de esas esencias que le son tan propias a la danza nos hemos constituidos como amasijo de metáforas, ficciones, fricciones, retazos y suturas y, por otra parte, sabemos cómo su práctica nos requiere en tanto consumidores o productores. Demandas que nos atrapan como sujetos en una existencia paradójica que muchas veces enmudece hasta el dolor de la creación o la magia observante de sus enunciaciones e imágenes.

En este sentido, mucho le debemos al Programa Cultural siendo modelador comunicacional en la comprensión de la danza y cultura que se tornan carne desde la imagen y contenido en sus discursos socioculturales entramados en la ciudad, el país y en el mundo. Especie de oportuna opción para renovar diálogos transdisciplinares, interpersonales, comunitarios y de profundos saberes. Parecería que, al escuchar y sentipensar los lenguajes del cuerpo capturado en las singulares fotografías de Néstor Martí, Javier García o de la maestra Isabel Bustos, registradas en las ediciones del Programa Cultural, encontramos elegantes vías de acceso para reinterpretar las experiencias intersubjetivas inscritas en la carne. Tal vez, porque la esencia de la fotografía es que la imagen que hay en ella no se mueve, justo cuando se dice que la esencia de la danza es el movimiento. Dos cuestiones imposibles quedan en evidencia en la imagen, aquella que alude a una posible foto “movida”, ante una danza quieta.

Muchas de las fotografías de danza que se muestran en las páginas del Programa Cultural, eternizan sus instantes con la apariencia bien lograda de la precisión, el encuadre y la claridad fotografiada; la mayoría intentan retener retazos, fragmentos de obras o pasajes de ellas, en algunas los protagonistas miran, sin saber, hacia un presente desvaído, esfumado, utópico, o sencillamente, la mirada es esquiva. A pesar de lo que no muestran, y también justamente por ello, las fotos señalan una voluntad orgullosa, imperiosa, casi combativa interpelante en su “baile de lo fijo”.

Danzar en esas imágenes retenidas, en el más allá del propio soplo capturado, como si se quisiera eternizar un instante de la obra, de la pose, representa un doble efecto: la foto registra en realidad infinidad de instantes, de posibles lecturas y asociaciones. Y aun cuando la danza es considerada por muchas culturas como una forma de expresión emocional e interacción social, siendo a su vez una forma de comunicación no verbal que trasmite de manera efectiva la tradición oral, en las imágenes aquí referidas, pareciera que se nos dificulta abstraernos de nuestras propias concepciones de la danza y su imagen performativa.

El bailarín o la bailarina, aparentan destituir en estas fotografías movimientos que transitan del pasado al porvenir, mientras el espectador se conmueve ante la maestría ilusoria, retratada con artificio y ventaja, y la da por vivida y por vivible, como si el tiempo no existiera. Tras estos primeros gloriosos veinticinco años de permanencia física, impresa en papel del Programa Cultural, revisando los artículos, reseñas, notas promocionales, viñetas, carteles, imágenes y fotografías de sus cubiertas, una incurable nostalgia parece retenernos en ellas, como una muda protesta contra el presente de quienes no están o de lo ya transcurrido. Pero esa memoria liberada libera los fantasmas que empiezan a recorrer una vez más el mundo. Y así es el tiempo presente se ve en antiguas fotografías y en las calles, plazas, fachadas de una Habana iluminada, traslúcida e hinchada de muchos tiempos, como todos, en el que todo cambia, en el que todo está por cambiar. Entonces, ni siquiera la nostalgia es ya lo que era.

Recorriendo los archivos de veinticinco años en la permanencia de un proyecto hermoso desde su génesis, advertir que la danza ha sido motivo referencial de acontecimientos, como el “Festival de Danza en paisajes urbanos: Habana Vieja, ciudad en movimiento” (siempre distinguido con fotografías sustanciales), entusiasma el deseo de seguir apostando por la emergencia fijada en letra impresa real o virtual, de lo mucho que el cuerpo danzante es capaz de generar en imagen, acción y pensamiento. Siendo hermoso coreografiar esas imaginales lecturas que alrededor de la práctica de la danza, diagraman el catálogo de fotógrafos y fotógrafas que han encontrado en nuestra Habana, un modo franco de danzar en el poder se sus imágenes bailantes. Hecho notable en tanto bitácora certera que guiaría en tiempo y espacio (ficcional e indiscutible) los intentos por describir e interpretar la variedad de posicionamientos culturales, históricos, socioculturales, creativos o simbólicos que, en la danza, pudiera generar la fotografía.

Imagen fotografiada también como reinvención del “cuadro” y del amplio misterio que el movimiento le otorga al estar “fuera de cuadro”. Como anotara Pérez Soto, pero esta es también una de las claves del arte de la danza: la escena solo adquiere sentido desde lo que está más allá de ella. La fotografía de danza nos muestra en esto otra incomplitud fundamental. Se registra en la escena, un instante. El régimen de movimientos, el espectador, la ansiedad del coreógrafo, la época y sus circunstancias, se escapan. Y así es también la memoria: selecciona, encuadra, enfoca. Aquello que se recuerda es solo una imagen atravesada por el misterio de lo que no ilumina. Y la fotografía no es sino una imagen de esa imagen o, quizás reformulación propositiva del sentido contenido en la vieja pregunta: la fotografía de la danza o ¿el sometimiento de la forma?