Bailarina, maestra, regisseur. Directora del Ballet de Camagüey. Presidenta de la Cátedra Honorífica Fernando Alonso (Universidad de las Artes)
La pandemia que azota al mundo desde finales del 2019 y que amenaza nuestra vida y a nuestra pequeña, pero hermosa Isla desde marzo del 2020, ha provocado muchos cambios. Nuestras costumbres han sido necesariamente trastocadas, alteradas, movidas, distantes, temerosas, audaces, en fin, hemos sufrido cambios que quizás, muchos nunca imaginamos. Sin embargo, y a pesar de estos cambios, me gusta ser optimista y pensar que también nos ha dejado enseñanzas diversas; si bien es cierto que muchos sueños han tenido que ser desplazados, nunca dejamos de soñar y aprovechar el tiempo de cuarentena, el propio distanciamiento y todas las condiciones impuestas por la COVID-19. A pesar de los inconvenientes, seguir avanzando y soñando ha sido mi punto de partida.
Hemos tenido que comenzar a utilizar la virtualidad como medio preciso para comunicarnos, es quizás uno de los avances que nos ha permitido una comunicación más dinámica y sistemática con familiares y amigos que por distantes no vemos con regularidad; nos ha impuesto un alto en el camino que bien aprovechado nos invita mirar hacia adentro y reflexionar sobre el camino trazado, lo que debemos cambiar, mejorar o incentivar y también, por qué no, enmendar.
¿Nueva era? No sé si será así, pero puedo asegurar que nuevos caminos por explorar y explotar se nos han abierto ante nuestras realidades y sería muy negativo que no supiéramos aprovecharlos en beneficio y avance para la danza, la cultura y el arte en general.
Sé que no es fácil, la danza es el arte del movimiento, del contacto de los cuerpos en movimientos; ágiles, estáticos, que alzan vuelo, flotan desaparecen, permanecen y perduran en el viento.
Nada de esto ha sido posible en tiempos de pandemia, el distanciamiento impuesto, el cierre de las instituciones danzarias, de los teatros, de los espacios posibles y no posibles nos ha dejado el sinsabor del no contacto, del no presente, del no abrazo, pero también del crear diferente, del pensar la danza desde otras aristas. Creo que ha sido un efecto mordaz para la danza clásica, esa que es mi mundo, mi vida y que necesita de condiciones específicas como el tabloncillo, donde se nos permite saltar, girar, vibrar en media puntas y en puntas. Sin embargo, también se ha afectado la enseñanza y hemos tenido que recurrir a métodos alternativos donde una vez más la virtualidad se convierte no solo en algo necesario, sino también cotidiano. Ha sido difícil compartir el conocimiento desde la distancia y mediante el teléfono móvil u otro dispositivo a fin; enviar las clases a los bailarines vía WhatsApp y luego pedir que muestren el quehacer diario.
Todo un reto, más difícil aun con los alumnos de nivel elemental o medio que no podrán aprender los pasos correspondientes a sus niveles, pues sabemos que en las casas no existen las condiciones idóneas para ello. Pienso que el análisis nos dirá si avanzamos bajo estas condiciones adversas o si recomenzamos el curso, pues, por ejemplo, ¿podrán los estudiantes de primer año de Ballet comprender los vericuetos de la postura corporal tan esencial en el aprendizaje disciplinar de la danza? Esta es una preocupación genuina que me desvela, corremos riesgos hacia el futuro, la base de la enseñanza de la danza se adquiere en el primer año precisamente y, aunque esta virtualidad nos ha mostrado que podemos hacer mucho más con todo el potencial que nos brinda el estar conectados e internet, también es innegable que la danza se sustenta en el contacto de los cuerpos, en el movimiento permanente, en la conexión alumno–profesor, bailarín-maître-coreógrafo. Se sustenta, se alimenta del contacto visual, corporal, de la simbiosis creadora de unos y otros.
Tengo la esperanza de que venzamos la pandemia y aunque continuemos utilizando y alimentándonos de la virtualidad, nuestro arte volverá a los escenarios, la danza renacerá con más brío; entonces, lo construido entre grietas y lo precario de esta realidad, solo será un mal recuerdo que también nos enseñó a crear y soñar de formas diferentes.
Texto extraído del Dossier DamasDanza(s) de la autoría del porfesor e investigador Noel Bonilla-Chongo.
Foto de Portada tomada del perfil de Facebook de Regina Balaguer.