Dagoberto Gainza, Premio Nacional de Teatro. ¡Qué bien!

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Por Pascual Díaz Fernández

Una excelente y agradable noticia recorre el mundo teatral cubano conmoviendo a muchos amantes del género. Le han otorgado el Premio Nacional de Teatro al actor y director Dagoberto Gainza Pérez. No hay santiaguero o santiaguera que no se sienta feliz y honrado con la noticia. Su popularidad es enorme y se extiende en el tiempo. Pero no se mide solo por el conocimiento que tiene el público sobre sus actuaciones en las obras del Conjunto Dramático de Oriente, el Cabildo Teatral Santiago, Calibán Teatro, Gestus y A dos manos, desde 1968 hasta nuestros días; también por otras, en las que ha validado su condición de santiaguero y buena persona.

A este prestigioso actor, lo caracterizan muchas virtudes. Una de ellas es su versatilidad. Se mueve con similar soltura en la comedia y la tragedia, el drama y la farsa. Pero, sobre todo, en esta última es donde resulta más conocido. En el teatro dramático, Dagoberto Gainza ha sido aplaudido y galardonado, en los Festivales Máscara de Caoba, de Camagüey; por la UNEAC, la AHS, los Consejos de las Artes Escénicas de Santiago de Cuba y Matanzas, el Consejo Nacional y el Ministerio de Cultura, el Gobierno y el Partido por su elevado nivel interpretativo, organicidad, dominio escénico, creativa encarnación de los personajes, eficiente labor actoral, y destacada labor comunitaria e internacionalista, indistintamente.
Ha logrado éxitos en personajes tan diferentes como el negrito de El macho y el guanajo, Alarcos de El Conde Alarcos, Creonte en Antígona, Tartufo en la obra El viejo Tartufo, El Profesor en Yepeto, el Tabo en Dos viejos pánicos, Gilberto Girón (La paciencia del espejo), El Doctor (Comedia a la antigua), el memorable Don Quijote en El Quijote en el Caribe, invitado por Albio Paz y Santiago Apóstol en De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, entre muchos otros, hijos de su extendida práctica escénica pero resueltos con semejante dignidad y prestigio.

En el cine, ha hecho personajes en filmes como Baraguá, Patty-Candela y Los refugiados de la cueva del muerto, entre otros. Un dato poco conocido es que fue bailarín del Conjunto Folclórico de la CTC, en Santiago de Cuba.
Otra de sus virtudes es la de la observación y asimilación de la experiencia vivida. Su exquisitez y virtuosismo actoral no se basan en la academia, aunque recibiera lecciones de Raúl Pomares, Carlos Padrón, Ramiro Herrero y Rogelio Meneses, y, más allá, de relevantes teatristas latinoamericanos. Aprendió su arte en la vida y es como ella: visceral, dinámico, reformulándose constantemente, interactuando con todos, llevando el optimismo y la fe en el esfuerzo humano como estandarte.

Otra de sus virtudes es la de permanecer, para el que permanece, siempre amanece. Está en el exiguo grupo de veteranos actores y actrices, que integran, Enrique Molina, María Eugenia García, Héctor Echemendía y Félix Pérez, entre otros, lamentablemente fallecidos, cuyas carreras han sido emblemáticas en la escena cubana. Pero él sigue viviendo en Santiago. Su madre jugó un importante papel en su vida. Ella era una artista natural. Gracias a ella conoció el espíritu artístico de la cultura popular tradicional que anida en el carnaval santiaguero.

Quizás sea por eso que todos los santiagueros lo conocemos como Santiago Apóstol. Desde hace varios años, transita por las calles durante el carnaval, con su emblemático vestuario, similar al del santo patrón de la ciudad y, como él, vela porque triunfen el bien, la justicia y la dicha entre las personas. Su imagen resulta agradable, cordial, de santo humanizado. Es un referente del buen ciudadano, respetuoso de la ley y los derechos de los seres humanos; imagen viva del santiaguero, dicharachero y bailador, cuentero y gustoso del jolgorio, pero todo en los tonos y las maneras adecuadas de personas decentes y bien llevadas. Que no hay que exagerar.
De profesión camionero, pasó de chofer a actor. En sus primeras actuaciones, interpretaba a un gay, pero al salir del teatro, se vestía de miliciano, por si acaso. Participó en la experiencia inédita del teatro de relaciones. En el Conjunto Dramático de Oriente conoció a quien ha sido, desde entonces, su compañera de la vida en el teatro y en el teatro de la vida: Nancy Campos Neyra.
Con ella ha compartido personajes y puestas en escena, estrenos y giras, Festivales y Jornadas, afanes de actuación y de dirección, discusiones para tener un grupo -A dos manos- y una sede -El Quijote- propias, así como premios y homenajes, reconocimientos y distinciones, un hogar, hijos y nietos.
Sucede que se cumple la máxima francesa que dice que cuando hay un gran hombre, hay que buscar a la mujer. Nancy ha estado con él en las verdes y en las maduras; Nancy, la excelente actriz, y la fiel esposa, madre de sus hijos, está, de manera natural y con justicia, en este bien merecido Premio Nacional de Teatro. Todos nos sentimos como si nos hubieran otorgado el galardón. Y ese sentimiento es insuperable porque es la expresión de que Dagoberto Gaínza Pérez es un artista que ha trabajado para el pueblo y que, en su esencia, es la expresión del pueblo. No por gusto ha encarnado a El Quijote y a Santiago Apóstol.

Cuando un proceso social, como es la Revolución Cubana, logra que la cultura de una élite se convierta en la de un pueblo, fundiéndose ambas expresiones en una forma (teatro de relaciones) o en una persona (Dagoberto Gainza Pérez), se puede decir que se logrado una verdadera cultura popular-nacional. La vida y el arte de Gainza constituyen expresión y síntesis de la cultura popular-tradicional cubana.

¡Que nunca es tarde si la dicha llega!

Foto de Portada: Cortesía de Dagoberto Ganiza