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Culto a la dramaturgia nacional

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Ausentes los deseados cónclaves en el mundo físico, nos hemos refugiado en el terreno virtual. Algunos aniversarios y días señalados han ganado más notoriedad de esta manera
Por Omar Valiño
Ausentes los deseados cónclaves en el mundo físico, nos hemos refugiado en el terreno virtual. Algunos aniversarios y días señalados han ganado más notoriedad de esta manera. En otros casos, no han sido tan evidentes los debidos homenajes.
Tienen más de los segundos cuatro dramaturgos cubanos que, curiosamente, ostentan fechas de relevancia. En 2020 los ya fallecidos Abelardo Estorino y Rolando Ferrer habrían cumplido 95 años. Antón Arrufat, cual “vivo al pollo”, cumplió 85. Y arribamos ahora a las tres décadas de la muerte de José Ramón Brene. Estorino, esencial junto a Virgilio Piñera en la producción dramática de la pasada centuria, asistió en vida a las aportadoras visitaciones sobre su obra. Sobre los escenarios de la mano de varios directores, incluido él mismo, y sus respectivos equipos de trabajo, se renovó el diálogo con el público, mientras en su territorio natal, Unión de Reyes y Matanzas, numerosos especialistas de las humanidades certificaron la grandeza de su siempre renovadora dramaturgia.
No ha sido la suerte de Rolando Ferrer. Con su temprano fallecimiento, la destacada labor como director escénico no se recoge más allá de la evidencia documental y la memoria de quienes la vieron, cada vez menos con el paso del tiempo. Sus piezas no suben a las tablas en parte alguna del país. Es una lástima porque mi generación recuerda como un aleph aquella puesta de Lila, la mariposa, que constituyó la piedra fundacional del Buendía de Flora Lauten. Un ejemplo máximo de cómo un texto podía ser leído y actualizado hacia una nueva recepción, plena de sentido, gracias a las innovaciones en los recursos escénicos.

El esctitor cubano Antón Arrufat ya cumplió 85.

Ese escritor siempre activo que es Antón Arrufat, no ha cultivado tanto su condición de dramaturgo en las últimas décadas, a favor de la poesía y la narrativa. Pero ahí permanece intacta su monumental Las tres partes del criollo, por ejemplo. Algún director la ha rondado, entre ellos Alberto Sarraín, de quien sé la tiene entre ceja y ceja con la anuencia de su autor.
El justo mito en torno a José Ramón Brene se va reduciendo a Santa Camila de La Habana Vieja, una de esas obras inscritas en el imaginario del teatro insular. Tampoco basta. Brene fue muy prolífico. Tengo la sensación de que se indaga poco más allá de lo conocido, a veces solo un conocimiento superficial.
Aunque los encargos son polémicos en el arte, las instituciones pueden trabajar con inteligencia, mediante concursos de proyectos por obra como hoy se plantean en el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, la celebración más real de estos y otros aniversarios, pues lo decisivo para el teatro es la confrontación con los espectadores. O, como también se avista, dedicar el Festival de Teatro de La Habana 2025 a los centenarios de Estorino y Ferrer, pero, repito, con el contenido cierto de espectáculos a partir de sus piezas.
Y, por supuesto, hay que buscar y leer. Tarea intelectual igualmente válida para cualesquiera de estos insoslayables dramaturgos, tan diferentes entre sí, además. En sus ficciones para los escenarios se acumulan penetraciones del alma nacional que, con agudeza, audacia y sensibilidad, pueden renovar sus diálogos con la platea. En el abrazo de una agrupación a estas obras estará el verdadero culto a la obra de nuestros autores dramáticos.
En portada: Abelardo Estorino, quien habría cumplido 95 años en 2020. Foto Yander Zamora
Tomado de Granma