Por Roberto Pérez León
La popularidad mía, la de mi Compañía, la del género Alhambra, la del teatro de la calle Consulado, no es más que producto de una suma de popularidades que yo soy el primero en estimular y en ayudar a crearlas.
Regino López
En la Colonia la calle Consulado, desde Neptuno y un poco más allá de Colón, fue centro de convites que movían el piso hasta de obispos y embajadores; claro, los señores tenían que disfrazarse para pasear por la calle contaminada por el lenocinio del barrio de Colón.
En 1890 se le agrega a la zona la perla del Alhambra por ocurrencias del catalán José Ross que se le metió entre ceja y ceja hacer un teatro en el taller de la herrería de Consulado y Virtudes, en pleno corazón de La Habana del XIX.
Pero no resultó la ocurrencia y durante 10 años estuvo dando tumbos entre las tantas ofertas teatrales aquel inicial Alhambra, hasta que el catalán alquiló el teatro a Federico Villoch, el hombre que más obras de teatro ha escrito entre nosotros, dicen que más de 400 y por eso se le ha llamado el “Lope cubano”, con él venían para hacer teatro en el viejo caserón el escenógrafo Miguel Arias y el actor José López Falco (Pirolo).
Así es que no fue hasta 1900 que empieza la verdadera consagración del teatro donde se fundó un género cuya sintonía cultural tiene interacciones, interdefiniciones e interdisciplinariedades aún por explorar y desarrollar en el ámbito de nación-performance social-artes escénicas.
El 10 de noviembre de 1900 se inició la temporada teatral más larga de que se tiene historia, es la fecha que podemos decir que comienza la gesta del género alhambresco, con las consiguientes primeras manifestaciones de lo que sería nuestro teatro musical y además del esplendor del vernáculo republicano que moduló al bufo como manifestación escénica del período colonial.
Siendo así, el teatro colonial tuvo en el Alhambra un escenario para el ejercicio de la correspondiente crítica social a través del desmandado y estrepitoso género bufo, luego la seudorepública cargó con el Alhambra por tres décadas sin tropezones en una sostenida espectacularidad vernácula.
Del bufo al vernáculo nos sustanciaron con lo jaranero y lo festivo, lo encrespado alrededor de la moral imperante, tentando y perturbando la espesura social, entreteniendo y atrayendo, triunfando “precisamente porque recogen elementos de nuestra nacionalidad, porque como hijos de países se anteponen a los colonizadores, porque su ideología no es esclavista ni sacarócrata”, tal y como Rine Leal lo consideró.
Si el 13 de septiembre saludábamos los 130 años del Teatro Alhambra, ahora nos toca celebrar los 120 años cuando bajo las riendas del insigne Regino López sucedió la primera función del nuevo Alhambra con un cartel conformado por las obras Edén concert, A Guanabacoa la bella y Se salvó el gallego.
Regino López había llegado de Asturias en 1861 con apenas nueve años y se metió en el ruedo del teatro bufo con su hermano Pirolo y al morir este Regino asume el mando del Alhambra y es cuando comienza el más descollante suceso de las artes escénicas nuestras en cuanto a teatro popular se refiera durante las tres primeras décadas del siglo XX.
Regino López se erige como uno de los más enfocados gestores que hemos tenido en lo teatral, tenía un olfato de sabueso para detectar los gustos de la gente, fue un empresario que saco de las cenizas y puso en la cima al coliseo habanero de Consulado y Virtudes.
Con excepción del negrito puedo hacer como actor todo lo que quiso, además no quedó nada de la música popular que no lo bailara, tuvo el agregado de haber sido un discreto barítono, existen grabaciones suyas que forman parte de los orígenes del teatro musical cubano. Y para remachar rabajó en tres largometrajes silentes: El tabaquero de Cuba o El Capital y el Trabajo (1918), La zafra o Sangre y azúcar (1919) y La brujería en acción (1920).
Rine Leal, considerando el contexto ideo-estético donde se desarrollo Regino López, dijo que había sido un director exigente y disciplinado, un actor “inteligente, variado e incansable”, “el actor más popular de nuestra historia”
Lo que se hacía en el Alhambra era parte del cotilleo citadino de entonces. Entre líneas, secreteando, susurrando, mirando para todas partes por si acaso, pero el Alhambra era siempre un tema de conversación sabroso.
El Alhambra despertaba curiosidad, excitaba el imaginario de las señoras y los señores que la decencia aristocrática no les permitía fisgonear por Consulado, a tan pocas cuadras del barrio prostibulario de Colón.
Entonces, el talento empresarial de Regino López logró llevar hasta el Payret, en temporadas periódicas, los espectáculos de Consulado y Virtudes, por supuesto con determinados maquillajes, ajustes más ajustes menos se producían los meneos sonoros y gestuales, los alborotos sensuales y bullangueros del género alhambresco para disfrute, entre lavandas y encajes, de la alta sociedad habanera.
El Diario de la Marina del 18 de enero de 1923 refiriéndose a Regino López anunciaba: “De nuevo va al rojo Coliseo, con sus nutridas huestes, desde el viejo baluarte de la calle de Consulado”; toda una invitación para la temporada de la Compañía que daría a “conocer a la totalidad del público habanero la última obra del célebre sainetero criollo don Federico Villoch, titulada El Empréstito”; se destaca: “Regino López hará el importante papel del viejo filósofo, creado por Villoch para que lo encarnara el gran actor”; se hace énfasis en cuanto al personaje del filósofo, donde Regino López “ha obtenido en ese papel un triunfo definitivo como artista de una ductilidad extraordinaria que, si lo hizo famoso como cómico de incomparable gracejo, lo revela, en La mina errante, como actor dramático capaz de despertar en el público las más hondas emociones”; y, se deja bien claro que “esa obra figurará con preferencia en el cartel de las funciones que hayan de ser celebradas”.
Como la jornada de presentaciones prometía picar y extenderse se declaraba: “además se darán a conocer en la temporada otras obras igualmente interesantes, bellas y de palpitante actualidad, como las tituladas El impuesto y El balance del año, las dos del mismo género y tendencias que La mina errante, es decir, de carácter plenamente patriótico, nacionalista, de gran aparato, de gracia y de visualidad.”
Un día después el mismo Diario de la Marina vuelve a hacer sobresaliente la nueva temporada dirigida por Regino López en el Payret e insiste en informar que el afamado director “actuará personalmente en la interpretación de todas las obras que suban al cartel.”
Dentro de la cartelera de la ciudad la programación de la gente del Alhambra siempre era un acontecimiento en medio de la nada despreciable oferta cultural; en los mismos alrededores del Payret había no menos de 15 teatros e igual número de cines porque es de hacer notar que en esos momentos ya el cine hacía sus embrujadoras primeras apariciones.
Todo el mundo quería disfrutar de la “diversión un tanto picaresca, si bien mucho menos picante que lo imaginado por la mente calenturienta de los muchachos y jovencitos que anhelaban estrenar los pantalones largos para tener entrada en Alhambra”.
Al momento de la muerte de Regino, en El Mundo del 16 de enero de 1945 el periodista y crítico Juan Manuel Valdés Rodríguez lamenta “el inesperado y sensible fallecimiento de Regino López, una de las figuras más representativas de la época de oro del teatro Alhambra, de la escena vernácula que monopolizó la atención y el apasionado entusiasmo de un enorme sector del público durante varios lustros, especialmente en los días iniciales de la República”
En cuanto a lo que sucedía en el Alhambra Valdés Rodríguez señala que “la concurrencia de Alhambra ofrecía al observador un verdadero corte vertical en el agregado social cubano. Desde los sesudos magistrados de la Audiencia y el Supremo, los abogados y médicos más prestigiosos, los caballeros y rentistas a los obreros y a gente del pueblo, los guajiros visitantes de la ciudad, los jóvenes de casa rica, hijos de las mejores familias, los dependientes del comercio, pasando por algún que otro sacerdote, de manga ancha, según la frase de Juan José Arrom, era posible encontrar en Alhambra representantes de todos los grupos sociales.
Y cuantos asistían a Alhambra, movidos por un motivo u otro, tenían los ojos fijos en la figura singular de Regino López, actor un tanto monocorde, pero de una exuberancia y fuerza de expresión poco comunes; con un dominio ejemplar de la escena del género por él cultivado con un amor y una devoción que iban mucho más allá del mero gesto profesional. Como ciertos escritores sinceros que ponen sangre e lo que escriben, así ponía Regino López en su labor lo mejor de sí mismo. De ahí su éxito. De ahí ese favor invariable del público durante años y años. De ahí la eficacia de su interpretación del gallego, y sobre todo de los desechos humanos, como el famoso Cañita, con un fondo de imborrable moral verdaderamente rigorista, capaces de alzarse para acusar a quienes aparentan un decoro y una honradez de que carecen en el fondo.”
Blanca Becerra (1887-1985) mujer emblema de nuestro teatro, quien fuera mulata y gallega, la última de las artistas del Alhambra que tuvimos entre nosotros, entró a trabajar al teatro por una muy crítica situación económica familiar: «Alhambra era un teatro de hombres solos, yo tenía mis reservas, pero mi padre estaba muy enfermo […] Cerré los ojos y acepté. Mi sorpresa fue mayúscula. Después de las primeras actuaciones comprendí que contrariamente a todo lo que yo suponía, aquel era un teatro como otro cualquiera. No había nada allí que ofendiera la moral de ninguna mujer. Sencillamente se presentaban obras de doble sentido». Durante 23 años actuó en el Alhambra, solo estuvo fuera por una breve temporada cuando viajó a México con una compañía donde el director musical era Gonzalo Roig, si saco esto a colación es porque en ese viaje hubo un romance entre ella y el maestro Roig y de ahí, todo parece indicar, que nace la inmortal canción Quiere Mucho.
En el Alhambra reinaba el relajo, el choteo y la risotada chispeante, la chusmería que se ha querido ver como “el gen egoísta” en un locus particular del ADN de nuestro carácter nacional. Se trata de una visión sustentada por el establecimiento político en consonancia con los requerimientos del poder económico, incluso desde parte de la República Letrada se comenzó a instituir una sesgada opinión sobre el populacho sustentador de manifestaciones como lo alhambresco.
El Alhambra ha dado agua para muchos molinos. La perspectiva de análisis de la modernidad naciente que definiría a la Nación vio en esclarecedores conceptos el fenómeno Alhambra desde una interpretación crítica, y precisó la cartografía del fenómeno ideológico y cultural que significó desde la dinámica inmanente de la realidad social.
En temprana fecha Julio Antonio Mella decía: “Creemos tan útil la política como las representaciones del Alhambra; ambas cosas sirven para divertir al pueblo de Cuba y para corromperlo.”
Alejo Carpentier declaraba al Alhambra como “un admirable refugio del criollismo, uno de los pocos sitios en que se mueven sabrosos personajes símbolos de la vida criolla.”
Rine Leal al ubicar el acontecimiento desde la historia del teatro cubano durante los primeros años de la República considera que esos años iniciales “estuvieron marcados por el predominio absoluto del género alhambresco […] y un descenso vertiginoso hacia la banalidad, el entretenimiento ligero y hasta la pornografía o sicalipsis, como se le llamaba pudorosamente en la prensa.[…] Es indudable que nuestra escena alcanza su nivel más bajo de calidad y moralidad.”
Miradas disímiles, lo que no quiere decir que sean antagónicas, todo lo contrario, son complementarias y sustentadoras de la fundación cultural republicana desde un prisma más totalizador, no excluyente de la perspectiva sociopolítica.
Cuando en febrero de 1935 se derrumba físicamente el edificio del Alhambra puede verse el suceso como indicio del cansancio que empezaba ya en el género alhambresco; no por azar ocurre en el momento en que la Revolución del 30 se fue a bolina, cuando ya la escena precisaba de una vulgarización no banalizadora donde se hiciera patente una postura política que llamara a un nuevo compromiso social y estético a las puertas de la necesaria e inevitable modernidad.
La celebridad de Regino López no tuvo límites, todo lo que tocaba lo convertía en espectáculo; lo que significó para la estética del cabaret Roderico Neyra, «Rodney», Regino lo fue para el teatro seudorepublicano, con la diferencia que dicen que en Tropicana, Rodney era de armas tomar.
Pero el hombre del Alhambra fue modesto y noble:
El que sirve para triunfar, que triunfe, aunque sea por encima de mi propio triunfo… Sé que esa es la única manera de hacer que persista en el público el prestigio de mi Compañía y del teatro cubano.
Sería loco achacar el éxito de nuestra empresa a la suerte, a determinada fase de nuestro teatro o a la disposición del público hacia la obra que la leyenda ha escandalizado en Alhambra.
El triunfo de la Compañía y del género es consecuencia, más que todo, del empeño de Villoch y otros autores de la casa de hacer teatro que contenga los suficientes elementos de espectacularidad para alegrar al público y que esté de acuerdo con sus gustos y penetre en su espiritualidad.
Foto de Portada tomada del Portal Cubarte
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