Por Yoamaris Neptuno Domínguez
Un miércoles de verano en La Lisa. El sol apenas se asomaba entre las ramas y ya brotaban risas como flores en el Jardín Internacional de los Títeres. Me acomodé en una de las alfombras bajo los árboles, rodeada de niños que esperaban, con ojos brillantes, el inicio de la función. Aquí, en este rincón encantado de la calle 212, número 9733, entre 97 y 101, el titiritero Adalett Pérez Pupo ha sembrado durante veinte años un espacio donde la fantasía tiene raíces profundas.
Adalett, que este año celebró sus 55 años de vida artística, apareció como un duende generoso, acompañado por sus criaturas mágicas: la cotorrita Alegría, el ratoncito Tito Pérez y la chispeante Cachita Cachú. Cada uno con voz y ritmo propio, juntos forman una familia escénica que no cesa de reinventarse. Aquella mañana, el jardín se transformó en escenario para El Cundeamor, una obra inspirada en el cuento de Garzón Céspedes, que Adalett presentó junto al joven Luciano Puente. El montaje, dirigido por Raciel Reyes, fue una danza entre generaciones, una conversación entre títeres y humanos que recordó que el arte también es herencia viva.
Mientras los niños cantaban y las alfombras se llenaban de cuentos, me acerqué a Adalett, que sonreía como quien sabe que la alegría también se cultiva.
—Es como cuidar una planta que da frutos cada semana —me dijo—. Los niños vienen, se sientan, participan… y uno siente que el arte sigue creciendo. Este año cumplí 55 años de vida artística, pero cada función me renueva.
Le pregunté por las actividades realizadas en el verano, esa estación que parece hecha a la medida del jardín.
—La sombra de los árboles, el canto de los pájaros, los niños de vacaciones… este ha sido el momento perfecto para abrir el espacio los miércoles y sábados. Siempre estuvimos aquí a las diez y media, listos para sorprender.
De pronto, apareció revoloteando la cotorrita Alegría y su voz chispeante se coló entre nosotros:
—¡Ay, mi amor, ¡qué feliz estoy, ¡qué feliz estoy! ¡Feliz como una cotorra en verano! Hubo muchas sorpresas, muchas funciones, y hasta salimos volando a otros teatros. ¡Fue una verdadera fiesta!
Termina la función y los niños no se marchan. Se quedan a jugar, a cantar, a decir adivinanzas. El jardín no es solo un lugar para mirar: es un espacio para participar, y ser parte. Tito Pérez, el ratoncito que invita desde las redes, se asomó desde una caja de títeres y me guiñó un ojo:
—¡No lo piensen más! Este es el lugar donde los cuentos tienen patas, alas y bigotes. Yo soy el que invita, y les prometo que aquí la alegría no se acaba.
Cachita Cachú, siempre atenta, se acercó con su energía desenvuelta:
—¡Ay, mi amor, todos disfrutamos los rumbos que toman los niños cuando juegan! Aquí todo fue posible. Y si no me creen, que vengan el próximo verano y lo vean con sus propios ojos.
Vuelvo con Adalett que se despide del verano con una programación llena de color, alegría y teatro para toda la familia. A pesar de los desafíos del clima, los apagones y el transporte, la pasión por hacer felices a los niños ha mantenido viva la chispa de esta etapa estival.
Durante el mes de julio, las mañanas de miércoles y sábados a las 10:30 a.m. trajeron muchas alegrías al titiritero, entre ellas la reposición de su primer unipersonal El Tío Coyote y el Tío Conejo, a 45 años de su estreno. Y en agosto, las acciones se extendieron más allá del jardín: el Espacio Teatral Aldaba en Marianao, acogió la presentación de la obra El Pez de Plata, merecedora de premios nacionales e internacionales, que dejó al público conmovido por su belleza y profundidad.
El Jardín Internacional de los Títeres fue, una vez más, parte de los regalos que nuestros artistas ofrecen en el ámbito comunitario a las familias. Allí cobraron vida también personajes como La Cucarachita Martina y La Ratica Mireyita, invitados por la siempre encantadora Cotorrita Alegría, en un espacio que ha llenado de niños y niñas que acuden a encontrarse con los títeres. En ese rincón de Balcón Arimao, el teatro se alude como forma educativa y transmisor de valores, y una infinidad de reconocimientos ambientan el lugar, dando fe del recorrido de este juglar que confecciona sus propios muñecos y no se cansa de crear.
Yo estuve allí. Y volveré. Porque hay lugares que no se visitan una sola vez, sino que se habitan con el alma. El Jardín Internacional de los Títeres es uno de ellos.
Foto de portada: Tomada del perfil de Facebook de Adalett Pérez Pupo