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CRISÁLIDA, QUE NO ES HUMANA NI ANIMAL

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Por Lázaro Benítez Díaz

Pensar el devenir, problemática que acompañó los primeros estudios filosóficos, el pensamiento como herramienta utilitaria de los seres humanos y el instinto inherente a los animales. Conjugarlas es crear un arma letal capaz de aniquilar a los mismos seres humanos.

Crisálida, no es más que la estructura inmóvil de los lepidópteros, entre el estadio de oruga y mariposa, dentro de esa capa de seda que lo protege, Danza Teatro Retazos nos abre un espacio para e indagamos en el ser. La puesta es un absurdo lleno de un suspicaz divertimento, que mezcla de manera orgánica esa Cuba que siempre termina por sorprendernos. Marcos de puerta, un escaparate viejo con una luna de cristal, una mesa que puede estar lista para jugar al dominó, o para comer junto a la familia un domingo. La rumba, el sonar de las claves hacen de su prólogo, una trampa al espectador paciente que se mueve con sus ritmos familiares.

Sin embargo, se crea una distancia con el público. Los intérpretes se disfrazan como animales, rompen la coherencia que la lleva escena, de pronto son los animales los interlocutores de la puesta, bailan, se divierten como los de Madagascar. El hombre se ha convertido en un animal. Que responde a instintos primarios el deseo de la carne, y la obra te lo muestra, emplean los marcos como espejos, proyectan la imagen del animal en la del hombre.

Utilizan la pantomima blanca como elemento también de la danza, y con el manejo de las máscaras transforman el cuerpo, para proporcionarle rareza a la puesta. Así sale esa otra cara que nos cuesta mostrar, ese rostro que ocultamos constantemente que también necesita salir a la luz, y no lo hacemos por temor a ser rechazados como animales raros.

Crisálida aprovecha las imágenes y las mantiene estáticas, deja que el espectador las canalice y las decodifique según sus asociaciones. Similar es el juego que hacen sobre la mesa, hacinados unos sobre los otros, les roban sus espacios y van a la conquista de otro. Tenemos la necesidad de apoderarnos de todo cuanto esté en nuestro camino, pero lo admirable es la contención de energía que logran mantener cuando su centro de apoyo es desaparecido, en este caso utilizan la mesa como símbolo.

Con Crisálida, Miguel Ascue crea pequeñas historias llenas de conflictos y absurdos. Cambian la mirada universal y la vuelva hacia Cuba, para mostrar tendederas de ropas en los solares de La Habana, y salen cantando hombres de rojo con pelucas amarillas, felices, porque la felicidad es la única esperanza cuando abrimos la caja de pandora.

“Se van los seres se van”… Nos dicen adiós. Con ellos marchan las máscaras de animales, la mesa, el escaparate viejo de la luna de cristal, se despojan de esos fantasmas que poblaron el escenario, y los temores, ante un nombre tan grande como Crisálida, no hay nada que temer porque no es humana ni animal, entonces no puede hacernos daño.