Por Fefi Quintana
De Criaturas de isla, de Ulises Rodríguez Febles —publicado por la Casa Editorial Tablas-Alarcos en la colección Aire frío en 2020—, pudiera decirse que es un libro testimonial… desde la estética de lo fantástico. Los problemas más acuciantes de nuestra realidad insular están ahí. Y nosotros, ciudadanos de este país, en ella. El autor hurga a fondo en las historias sumergidas de la nación cubana, donde afloran historias personales, para comprenderlas o hacer que las comprendamos… aunque cueste.
Vertebran las cuatro criaturas que conforman esta antología, temas “que van de la tensión social a la fantástica alegoría” —como apunta el Premio Nacional de Teatro 2020 Rubén Darío Salazar en la entrevista que sirve de prólogo—; asuntos que han sido traumáticos para los cubanos, como la migración y la consecuente separación familiar, donde el ritmo intenso y el juego con los sentidos —distintivos de la poética de Rodríguez Febles— crean atmósferas alucinantes que nos envuelven.
Saxo, la pieza inicial, ocurre entre ciclones. Un muchacho intenta regresar a su casa del Servicio Militar y en esa travesía pierde el saxo o lo vende, o no existió, o sí pero no sabemos… La música, en especial el jazz, se oye constantemente. El viento y el agua azotan. Se cae todo por la fuerza de la naturaleza, se pierde todo por la acción del hombre por el poder. Hay inquietud ahí, ansiedad. Sobre todo, en la madre del muchacho, que lo espera, pero antes debe enfrentar la adversidad.
La mujer lleva el peso de la acción dramática, en esta pieza y en las siguientes: Campo minado y Ciudadanía. Ambas, junto a Huevos, constituyen lo que el autor ha llamado su trilogía del éxodo. En Campo minado una estomatóloga intenta cruzar un terreno lleno de minas para llegar a la base de Guantánamo y de ahí a Estados Unidos a reunirse con su esposo e hijo. Una vez más, la familia separada y el intento por rencontrarse. Para cruzar, ella paga por sus servicios a un zapador: un cubano de los tantos que estuvo en la guerra en África —herida aún latente entre nosotros—, quien carga con sus propios dolores y miedos.
En Ciudadanía es asimismo una mujer la que empuja a su hermano, y casi empuja el bote en que van, en busca del abuelo gallego muerto. Aunque, mejor que al abuelo, buscan los papeles del abuelo para poder hacerse ciudadanos españoles gracias a Ley de la Memoria Histórica (hoy podría actualizarse con la Ley de la Memoria Democrática, que viene siendo lo mismo). Las fronteras entre la realidad y lo onírico se desdibujan. La alucinación alcanza el delirio.
Bajo esa embriaguez, llegamos a la obra de cierre, Criatura de isla: una gran metáfora. El título lo toma el autor de un poema de Dulce María Loynaz para hacer su propio poema dramático. Eso, que apareció y alguien nombra criatura de isla, les trastorna la existencia todos. Lo que era ya no es. Entonces los personajes empiezan a cuestionarse sus vidas. No ven con claridad… o al contrario. Algo especial hay en esa criatura que lo modifica todo. La angustia asfixia, hay que escapar de ella, pero no se puede. ¿Qué les pasa a quienes la ven y tocan? ¿Qué ocurre alrededor? ¿Por qué ella, o él, reacciona distinto con cada cual? ¿Cómo hacer para cuidarla? ¿Qué es esta criatura?
Sonia, personaje principal —tan protagónica la mujer en la dramaturgia del autor—, dice:
Sé lo que es una isla, pero no lo que es una criatura de isla. Vivimos en una isla. Siempre rodeada de mar. Siempre perdida en el agua. Pequeña, minúscula, indefensa. O agresiva. Con gente que no sabe adónde va, o se lo pregunta todos los días. Una isla navega, se enfrenta a las olas, se sumerge, sale a flote. La asedian los huracanes, el sol y todo bicho que se le acerca para joderla o aplaudirla. Y nosotros somos los marineros. O mejor, los pescadores. Remamos y remamos y remamos. Si pudiera pintar, la hiciera así: un barco. Un barco no. Un bote. Un pequeño bote echado a la mar. O mejor, una balsa de yaguas y hojas de tabaco, donde todos quieren ir a alguna parte, pero las olas no los dejan. O van, pero siguen flotando en el agua. El agua, siempre el agua, y uno con las manos destrozadas. Nosotros dependemos de su salvación.
Termina Sonia. Y digo yo: que su salvación depende de nosotros, sin duda.
En fin, las obras que agrupa Criaturas de islas nos envuelven como en un torbellino; nos llevan y traen de la realidad a la ficción; nos arrastran desde asuntos cotidianos hasta problemas existenciales; nos sumergen en la fuerza destructora de la naturaleza; nos dejan inertes ante el poder anulador de conflictos sociales, económicos y políticos. Nos quitan el aliento.
Somos nosotros —vistos desde la alegoría— los personajes que habitan sus escenarios, inmersos en atmósferas alucinantes y retadoras, conseguidas mediante un lenguaje descarnado y sincero, portador —a su vez— de alta dosis de lirismo.
Así, adentrados en sus páginas, podremos confrontar dilemas históricos que nos trastornan, sostener un diálogo cuestionador con nuestro tiempo y quejarnos no solo de la maldita circunstancia del agua por todas partes, para luego emerger en busca de luz en medio de la sobrevida.
Imagen: Portada del libro publicado bajo el sello editorial Tablas-Alarcos