Por Jorge Alberto Piñero (JAPE)
Hoy, 28 de mayo de 2023, llegamos a la fecha en que se cumplen cien años del nacimiento de una de las grandes actrices de nuestro país: Natalia Herrera Díaz.
Natalia vio la luz en la calle Fábrica de la barriada de Luyanó, y siendo muy niña su familia se mudó al barrio de Cayo Hueso, en Centro Habana, que la marcó para toda su vida. Desde entonces comenzó a hacer historia esta niña, que según comentó en cientos de entrevistas, no gustaba de la escuela y con solo siete años se escapaba de la casa para ir a bailar rumba al Parque Trillo.
Su temprana incursión como actriz en una función teatral, con ocho años, su presencia en la compañía de Pedro Salvá cantando y bailando, con nueve, y su selección como Estrella Naciente de La Corte Suprema del Arte con solo catorce, ya anunciaban lo inmensa que sería Natalia para Cuba y su cultura.
Al fallecer en La Habana, en julio de 2018, el informativo estelar la despidió como «una de las actrices cubanas más destacadas, triunfal vedette, actriz de profunda raíz dramática y vis cómica, que llenó por años el ámbito cultural representado a su país en giras por el extranjero a las que llevó la más auténtica cubanía».
Por estos días se hablará mucho de toda su trayectoria por los mayores escenarios, el cine, la televisión… acompañada de los más grandes cultores del arte en todos los tiempos, fuera y dentro de Cuba. Yo solo quiero hablar de lo que significó Natalia Herrera para los humoristas cubanos de varias generaciones, particularmente para el llamado movimiento de Jóvenes Humoritas, fundadores del Centro Promotor del Humor y sus posteriores miembros.
Conocí a Natalia desde la platea del teatro Carlos Marx, cuando trabajaba con el Conjunto Nacional de Espectáculos, dirigido por Alejandro García (Virulo), en uno de aquellos tantos espectáculos que se hicieron populares en la década del ochenta. Su amplio dominio del vernáculo la hacían destacar desde sus ya conocidos personajes de mulata rumbera, pícara, guapachosa, de contagiosa zalamería.
Tanto en escena, como en la vida, llevaba consigo la humildad del barrio, su inmenso respecto y práctica de la religión afrocubana, y una invariable devoción por ayudar a todos. Siempre tenía un buen consejo a mano, ligado con algún chiste o moraleja. Fue de armas tomar con la injusticia y lo mal hecho, de carácter fuerte y dulce sonrisa.
Así la veíamos los humoristas del Centro, por los cuales liberó más de una batalla en su defensa y a quienes quería, admiraba y respetaba, porque sabía lo difícil y complicado que es hacer humor, buen humor.
En 2010 recibió el Premio Nacional de Humor y fue agasajada por los humoristas en un espectáculo especial donde Luis Carbonell, Octavio Rodríguez (Churrisco), Osvaldo Doimeadiós, Carlos Gonzalvo (Mente Pollo), El grupo Pagola la Paga, entre otros, actuaron para ella, conducidos por Luis Enrique (Kike) Quiñones, «su amor confeso», como le decía en broma muchas veces, mostrando así su simpatía por el joven actor y los humoristas. Esa noche también la acompañó en emotivo encuentro, otra grande de Cuba: Martha Jiménez Oropesa, su gran amiga y colega de siempre.
Tiempo después le regalamos un merecido homenaje en un programa televisivo que yo dirigía, El cabaret de’frente. Nuevamente muchos humoristas le hicieron cuórum. En cierto momento le pedimos que cantara y me dijo: «No director, ya yo no canto en público y esto va ha salir por la televisión». No quisimos presionarla y ella, al parecer, se sentía tan a gusto que dijo: ¡Si Virulo me acompaña, yo canto! ¡Y cantó! Cantó con la misma alegría y sandunga de siempre.
No la olvidaremos nunca. Los humoristas cubanos siempre la amaremos y le estaremos agradecidos. Así se lo hizo saber Carlos Gonzalvo, a nuestra inmensa Natalia, el día que recibió el Premio Nacional de Humor, que tan feliz la hizo.
Fotos del archivo personal del autor.