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Chejov Y Gorki, Un Diálogo Que Traspasa Un Siglo *

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Por Omar Valiño

Diametralmente opuestos como escritores, Chejov y Gorki inician una maravillosa correspondencia hace más de 120 años, en los últimos meses de 1898.

Gorki da el primer paso y le escribe, firma como A. Pechkov, apócope de su nombre propio Alexei Maximovich Pechkov, aunque para esos años ya da a conocer sus relatos en Rusia con el seudónimo Maxim Gorki.

En toda la primera parte de dicha relación epistolar se van presentando a sí mismos y conociendo, si bien cualquiera de estas confesiones resulta portadora de profundos conceptos en torno a la vida o la literatura, como esta de Gorki que puede leerse como una sintética y magnífica definición de la obra de Chejov:

“(…) hay momentos en los que he sentido lástima de mí —aquí me tiene ahora mismo en uno de ellos— y hablo de mí mismo a alguien al que aprecio. Yo llamo a esta clase de conversación “lavar el alma con las lágrimas del silencio”, porque, como puede ver, por mucho que hablemos, hablamos para no decir nada y no diremos nunca aquello por lo que el alma llora. No le hablo solamente porque le aprecie, sino también porque sé que es usted un hombre a quien le basta una palabra para formar una imagen (…)” (p. 33)

De extraordinaria coherencia, las obsesiones que intercambian en esta primera etapa, dominará la correspondencia toda. A pesar de las marcas de estilo de la época, puede leerse hoy con absoluta cercanía porque son escritores transparentes, nada rebuscados.

Gorki le pide continuamente opiniones sobre sus textos y Chejov se las da con una visión crítica, pero siempre reconociendo el talento del joven escritor. Gorki tiene 30 años exactos (Nijni-Novgorod, 1868-Moscú, 1936), y aunque Chejov (Antón Pávlovich Chejov, Taganrog, 1860-Badenweilwe, Alemania, 1904) le lleva solo 8, ya era una figura literaria de enorme prestigio. Le dice a quien reclama su criterio:

“Un talento indiscutible y también auténtico, un gran talento. Por ejemplo, en el cuento ‘En la estepa’ ese talento se manifiesta con una fuerza extraordinaria, hasta tal punto que he sentido envidia, que habría querido escribirlo yo mismo. Es usted un artista, inteligente, de una notable sensibilidad; posee aptitudes plásticas, de modo que cuando describe algo, lo concibe, lo palpa con las manos. Es un arte auténtico.” (pp. 17-18)

Todavía no se han encontrado personalmente, de tal modo que toda posible conversación en vivo queda plasmada sobre el papel. Gorki le señala, por ejemplo, que su hijo pequeño es “lo más divertido que me ha pasado en la vida”. O cuánto desprecio siente por los cenáculos petersburgueses, comportamientos de clase con los que no puede comulgar y que explicarán, desde el principio, las posiciones políticas que asumirá a lo largo de su vida.

Sobre las mismas y sus repercusiones para la vida de Gorki, ora condenado, ora represaliado, ora recluido en su lugar de origen y siempre vigilado por la policía zarista, Chejov no pronuncia una palabra directa. Se limita a sostener al colega, al tiempo que van ganándose en amistad, en su condición de escritor.

Como no podía ser de otra forma, es un intercambio atravesado por opiniones literarias, estéticas y culturales. En buena medida, dichas opiniones explican por qué Chejov es un escritor tan grande:

“¿Es usted un autodidacta? En sus cuentos es enteramente un artista y en ellos se aprecia una cultura auténtica. Si algo le es ajeno, es precisamente la vulgaridad; es inteligente y su sensibilidad es aguda y delicada. Sus mejores trabajos “En la estepa” y “En las balsas” — ¿le he hablado ya de ellos? —, son excelentes, modelos del género donde sentimos a un artista de la mejor escuela. No creo que me equivoque. El único defecto es la intemperancia, la falta de la gracia. Cuando, para un efecto determinado, ponemos en juego el mínimo de gestos, a eso llamamos la gracia. Ahora bien, en sus cuentos notamos los excesos.” (p.27)

O:

“No hay nada más fácil que mostrar a las autoridades como antipáticas; al lector le gusta eso, pero el lector es el más desagradable, el más obtuso. Para los personajes de tipo reciente, como el presidente del zemstvo, tengo la misma antipatía que por “flirteo” —en lo cual, quizás, no esté en lo cierto. Pero yo vivo en la campiña, conozco a todos los presidentes de los zemstvos de mi cantón, y los vecinos, los conozco desde hace mucho tiempo y me parece que su personaje y su actividad no son típicos ni interesantes— y en esto creo que sí tengo razón.” (p.28)

También enorme galería de la cultura rusa de esa efervescente etapa finisecular, damos con nombres y definiciones de decenas de escritores y artistas, nos adentramos en el movimiento literario en particular centrado en el destacado papel habitual de las revistas y la impronta que marcan en derredor, así como la apreciable labor editorial en la enorme Rusia, atrasada por un lado, pero claramente al tanto del universo en sus altas cumbres, lo que explica, a ese nivel concreto, el trascendental aporte ruso a las vanguardias literarias y artísticas antes e inmediatamente después de la revolución bolchevique.

Con mucha laxitud, en tono siempre amistoso, con algunos silencios, sin rupturas a través de estos seis años, que serán los últimos de la vida de un Chejov aquejado de una tuberculosis que también padece Gorki en modo más leve, ambos narradores comparten, acuerdan y disienten. Chejov dice a Gorki:

“Hace tres meses estaba en casa de L. N. Tolstoi; hizo un gran elogio de usted; dijo que usted era un “escritor destacado”. Le gusta su “Feria” y “En la estepa”, pero no su “Malva”.” (p.42)

Y Gorki señala a Chejov una magnífica definición del realismo simbólico del gran dramaturgo:

Tío Vania y La gaviota representan un drama de género nuevo donde el realismo se eleva hasta uno de esos símbolos que unifican la inspiración y la profundidad de pensamiento (…) Al oír su obra, pensaba en la vida ofrecida en sacrificio a un ídolo, en la irrupción de la belleza en la vida miserable de los hombres, y en tantas otras verdades esenciales y graves.” (p. 22)

Mientras, Chejov insiste en que salga de Nijni-Novgorod, el lugar de nacimiento de Gorki y donde permanecerá de alguna manera toda la vida, hasta el punto que la ciudad se llamará Gorki en su homenaje, por decreto estalinista, válido hasta 1990:

“¿Qué edad tiene usted? No le conozco, no sé de dónde viene ni quién es, pero me parece que mientras aún sea joven, debería abandonar Nijni y pasar dos o tres años relacionándose, por así decirlo, con la literatura y los hombres de letras. No es que se trate de aprender a cantar con nuestros ruiseñores y de afilar la voz, sino de sumergirse de cabeza en la literatura y aprender a amarla.” (p.19)

Gorki autocritica sus “expresiones ampulosas” (p. 21), mientras dedica excelentes reflexiones al teatro de Chejov tanto en el valor que porta en la escritura misma como en la exigencia que provoca a los modos de ser actuado y representado, algo que puede constatar en el Teatro de Arte de Moscú (p. 98).

Atravesar las poco más de 200 páginas de este intercambio epistolar alumbra, como pocos documentos, vida y obra de estos dos grandes escritores, la fragilidad de la existencia humana, sus íntimos ruegos y dolores, sus lícitas aspiraciones, sus recias actitudes éticas y el nacimiento y consolidación de una bella amistad, a la vez que el contexto cultural y político ruso de su momento, tan decisivo para esa gran porción del planeta y para el mundo todo, así como una zambullida colosal en la penetración del ejercicio literario.

*Este texto se publicó originalmente bajo el título “Chejov y Gorki dialogan para siempre”, en La Gaceta de Cuba, no. 2, marzo-abril, 2019, pp. 48-49, cuando ya se avistaban los 160 años del natalicio de Antón Chejov en 2020. Con ese motivo, quise recuperarlo aquí, al reiniciar mi vieja sección “Intersecciones” de La Jiribilla. Pero al releer la nota, me percaté de que se cumplen más de 120 años de esa foto que junta a Chejov y Gorki en Yalta, y que no pude eludir como motivo de una conversación que perdura para siempre.

En portada: Chejov y Gorki en Yalta, 1900. Foto cortesía del autor.

Tomado de La Jiribilla