Por Isachi Durruthy Peñalver
Cira Romero (Santa Clara, 1946) Escritora, ensayista e investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística. Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua y de su Junta de Gobierno. Ha difundido epistolarios de relevantes autores como José Antonio Portuondo, Alfonso Hernández Catá y Lino Novás Calvo. Sobre este último publicó, además de algunas recopilaciones de cuentos de su autoría, una Órbita bajo el sello Ediciones Unión. Ha reunido y dado a conocer textos de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Enrique José Varona, Severo Sarduy y Emilio Ballagas. Tuvo a su cargo la edición crítica de dos novelas cubanas del siglo XIX: Una pascua en San Marcos y El Rancheador. En 2006 publicó Mi desposado, el viento,antología de poetisas cubanas de finales del siglo XIX. Coautora, junto a Reynaldo González, de la edición anotada de Cecilia Valdés o La Loma del Ángel, novela de Cirilo Villaverde, cuya versión definitiva, publicada originalmente en 1882, arriba este año a su aniversario 140.
El siglo XIX cubano ha marcado un acápite considerable en su valiosa trayectoria investigativa. ¿Qué la ha motivado a interesarse por este período histórico?
Dicho siglo es el período forjador de nuestra conciencia nacional, que comenzó a atisbarse con los poemas de José María Heredia y otros coetáneos como Ramón de Palma, Cirilo Villaverde, Anselmo Suárez y Romero, José Zacarías González del Valle, José Jacinto Milanés y otros. Sin olvidar la figura, para mí imprescindible, de Domingo del Monte, mentor y guía, a veces para bien y otras no tanto, de todos ellos. Creo que en la tercera y cuarta década de esa centuria se conforma la almendra de la cultura nacional, luego enriquecida con otras voces de gran relieve, empezando por la de José Martí. Pero ese primer «empujón» dicho rápido y mal, a mí me parece excepcional. Hay pruebas documentales en epistolarios publicados como las cartas remitidas a Del Monte y otras suyas. Las de José Jacinto Milanés, que tuve la oportunidad de reunir y publicar en” Con la lengua de la pluma” (Ediciones Matanzas, 2018), entre otros. Claro que hay nombres anteriores de gran notabilidad, como puede ser Félix Varela, cuyos textos mantienen hoy singular vigencia, pero me inclino más a las obras de ficción de esa etapa y a esos documentos, hoy en extinción, que son las cartas.
A propósito de esta etapa, la prosa se erigió como el vehículo expresivo idóneo para reflejar la profunda crisis sociopolítica que desencadenaría gestas independentistas en 1868 y 1895 respectivamente. El ensayo, la crítica, la oratoria, fueron cultivados por José Martí, Manuel Sanguily, Manuel de la Cruz, José de Armas y Cárdenas, por sólo citar algunos nombres. La narrativa nos concedió además dos obras monumentales: “Cecilia Valdés o La Loma del Ángel” de Cirilo Villaverde y “Mi tío el empleado” de Ramón Meza. ¿Estamos entonces ante el primer período de plenitud de la narrativa cubana?
Cecilia tuvo un largo proceso de elaboración desde la publicación inicial como «cuento» en la revista El Álbum (1838) y al año siguiente un primer y único tomo editado por Ramón Oliva. Después viene el «silencio» que, como lo aclara Villaverde en su correspondencia a Julio Flores (seudónimo de Francisco Puig y de la Puente), no fue tal, pues en esas cartas le dice que la toma y la deja, y vuelve sobre ella y la abandona, hasta que, finalmente, la publica en 1882. Si atendemos a aquel primer boceto inicial de Cecilia, que es coetáneo de otros como Francisco, de Suárez y Romero, aparecido en edición póstuma de 1880, o El Ranchador, de Pedro José Morillas, aquel momento de la década del 30 fue formador, pero no puede considerarse el de plenitud. Este término no me convence mucho porque creo que la narrativa cubana del XIX tiene momentos cumbres, materializado en Mi tío el empleado, de 1887, acompañado de Cecilia Valdés. Obra que tiene, en cuanto a publicación, las características a la que ya aludí de novela en proceso durante años. Ambas se acompañan de otras importantes como Francisco, casi que desfasada en el tiempo en cuanto a tema, pues apenas seis años después de publicada se dicta la ley de abolición de la esclavitud. Sab, de Gertrudis Gómez de Avellaneda, publicada en España en 1841 y también su excepcional Dos mujeres (1842-1843), en mi criterio su mejor novela. Como ves, la respuesta es un tanto ambigua. ¿Hay plenitud en la novela cubana del siglo XIX? Hay momentos de auge con títulos de gran alcance, acompañados de mucha novela insustancial al calor del romanticismo más pedestre.
La última versión de la obra cumbre de Villaverde fue publicada en Nueva York por la imprenta El Espejo en 1882, aunque ya existían antecedentes narrativos en el tratamiento de la esclavitud en Cuba. Sab de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1841) y El negro Francisco de Antonio Zambrana (1875), son dos títulos de obligada referencia. Sin embargo, Cecilia Valdés se erige como partícipe y portavoz inigualable de una tremenda simbiosis cultural, una Cuba mulata, como la protagonista de la novela.
Se dice y se repite que Sab es una novela donde se trata el tema de la esclavitud, y es cierto, pero para mí lo más trascendental de esta obra es el tratamiento del tema de la mujer, que ocupó y preocupó a su autora a lo largo de su vida. El negro Francisco es, en mi criterio, una obra donde se trata igualmente el tema, pero la considero muy menor. Cecilia Valdés no le debe nada ni a una ni a otra. Es, como tanto se ha repetido, un gran mural, un gran fresco de la vida cubana del XIX, con todas sus problemáticas, desde la llaga de la esclavitud y su concomitante, la trata, hasta la vida de lujo de los tratantes, pasando por los negros más pobres y menos pobres, el servicio doméstico, las modas, las costumbres. Cecilia Valdés… es un todo que, me atrevo a decir, Meza completa desde el ángulo que le interesa destacar y que está esbozado en la de Villaverde: el enriquecimiento ilícito de los españoles que emigraban a Cuba «con una mano delante y otras detrás». Son las dos grandes novelas cubanas del siglo XIX.
En 2018 la Editorial Boloña de la Oficina del Historiador de la Ciudad presentó la edición anotada de esta novela. Un arduo empeño que usted desarrolló admirablemente junto al prestigioso narrador, periodista y ensayista Reynaldo González. ¿Cómo y por qué surgió esta colaboración? ¿De qué manera estructuraron el proceso de trabajo y la consulta de las fuentes bibliográficas?
Fue un proceso largo que duró ocho años, en medio de los cuales ambos hicimos otras muchas cosas. O sea, empezamos, interrumpimos, cumplimentamos otras faenas, viajamos, etc. Primero dibujamos, entre ambos, cómo serían esas notas, no muy cargadas y libres de tratamiento filológico, a diferencia de lo que hizo, en su momento, Esteban Rodríguez Herrera en su muy loable edición. Hubo que hacer muchas búsquedas de todo tipo, desde el origen de los nombres de las calles habaneras, por suerte previamente investigado por Emilio Roig de Leuchsenring, hasta detalles muy menores pero que necesitaban comentarios. Este tipo de labor es agotadora, pero se aprende mucho. Ojalá sea apreciada por los lectores más especializados, porque un tipo de obra así solo se hace para este tipo de lector.
La novela contó con sucesivas ediciones que atentaron contra el lenguaje y la visión antirracista del autor, enfocándola desde el arquetipo del folletín romántico, aunque la edición crítica realizada en 1953 por el filólogo y pedagogo Esteban Rodríguez Herrera permitió una mirada más avanzada, en la que persistieron criterios simplistas. ¿En qué medida se sirvieron de ella? ¿Qué dificultades afrontaron y, quisiera citar las palabras de Reynaldo González, al intentar rescatar la novela de “las recensiones interesadas que accidentaron su comprensión en más de un siglo”?
Sí, como dije antes, la edición comentada, no crítica (para hacer una verdadera edición crítica hay que contar con los originales de la obra, como hizo la doctora Zaida Capote con los originales de Jardín, de Dulce María Loynaz, y también los doctores Ana Cairo y Rafael Rodríguez Beltrán con obras de Carpentier). En cuanto a las palabras de Reynaldo, él se basa en criterios simplistas dados sobre la novela, donde se ha destacado más el amor incestuoso entre ambos hermanos o pretender anular la significación de los negros y mulatos en la vida insular, en todos los sentidos, algo que fue muy apreciado por Villaverde.
Usted afirma que “en Cecilia Valdés nada pertenece al reino de las sutilezas sino al dominio de lo diáfano con sus manchas, sus grandes manchas (…)”. Me gustaría que ahondara en los logros narrativos de este clásico de la literatura cubana que salen a la luz con esta nueva publicación de Boloña.
Para mí queda claro que Villaverde se trazó un empeño que, finalmente, logró llevar a buen puerto. Nada en la novela es gratuito, todo tiene una causa y una respuesta a esa causa. Desde el reloj que la madre del niño Leonardo le regala, a pesar de sus tropelías, hasta el baile en una sociedad de negros. La estratificación de la sociedad cubana del XIX. Es una novela de primeras, no de segundas intenciones, pues Villaverde siempre supo lo que se traía entre mano y se empeñó en hacerlo lo mejor posible.
¡Esta nueva edición es realmente maravillosa, de excelente factura! Desde la acertada reproducción de las litografías originales de 1882, la recreación visual de grabados de la época realizados por Sigfredo Ariel, el admirable diseño y la sofisticada impresión a gran formato, a la altura de lo que merecen nuestro mito literario.
Sí, como todo lo que salió de las manos de Sigfre, él se encargó de las ilustraciones, de retocarlas, también el diseño. La edición fue de Vitalina Alfonso, muy competente como editora, pero antes de llegar a ese paso de la edición no puedo dejar de mencionar al desaparecido Tupac Pinilla, a Pilar, su compañera de entonces, a Eddy, pareja de Reynaldo, que nos «calzaba» con los almuerzos y algún trago. En verdad fueron días maravillosos, aunque no todo iba sobre ruedas. Hubo disensos al momento de tomar decisiones, pero siempre prevaleció el deseo de hacerlo bien.
El lector siente ese enorme cuidado en el análisis de la obra, el profundo rigor en la consulta de fuentes bibliográficas, la copiosa anotación de casi mil referencias, entre aspectos culturales y textológicos, y se agradece igualmente la oportuna actualización de fenómenos lingüísticos según las normas editoriales contemporáneas. Desde estas perspectivas ¿qué capítulos le resultaron más difíciles de desarrollar?
Cada capítulo tiene sus características, unos llevan más carga de notas que otros, pero creo que todos llevan las notas que necesitaban.
Este 2022 celebramos varios aniversarios de Cecilia Valdés: 140 de la novela más importante del siglo XIX cubano, 90 de la emblemática zarzuela del maestro Gonzalo Roig y 40 de la valiosa aproximación cinematográfica realizada por Humberto Solás. En todos los casos, el mito literario posee una notoriedad histórico-cultural que trasciende el paso del tiempo revelando su hondo poder evocador y un simbolismo inagotable.
La suya es una afirmación rotunda. Usted le dice a cualquier cubano: «Mi amiga Julia se parece a Cecilia Valdés» y la persona que escucha esa frase sabe a qué tipo de mujer nos estamos refiriendo. Eso es, ni más ni menos, mito, el único que ha tenido la literatura cubana desde sus orígenes hasta hoy, con la ventaja de que se ha llevado a la zarzuela, al cine y hasta los títeres, y eso ayuda a difundirla mucho más.
Siempre he abogado porque en las librerías cubanas no falten dos novelas clave del XIX: Cecilia Valdés…. y Mi tío el empleado, pues, sin que lo sean a plenitud, una complementa la otra al menos en un aspecto: el del enriquecimiento ilícito de los peninsulares que llegaban a Cuba y que, al regresar a España convertidos en indianos era, además, hasta condes, como el personaje de Mi tío el empleado, que de trabajador en la bodega del tío llegó a ser, nada más y nada menos que el conde Coveo, sin olvidar que en Cecilia Valdés el señor Gamboa, padre de Leonardo y Cecilia, estaba en trámites para alcanzar igual condición.
Así transcurrió gran parte de la vida, en Cuba, en el siglo XIX, atravesado por dos cruentas guerras que terminaron, ambas, en dolorosas frustraciones para los cubanos. Ni los esfuerzos ni las advertencias de José Martí valieron para que la guerra del 95 arrinconara a las tropas mambisas para dar paso a las norteamericanas. Así está escrita la historia de Cuba, en la realidad pero también en la ficción.
Foto de Portada: Cortesía de la entrevistada
Contenido Relacionado: