No se trata de incomprensión de la problemática nacional, sino del compromiso que se contrae con el niño cuando se le invita institucionalmente hablando, y a un niño jamás se le puede defraudar
Por Yanetsy León González / Fotos Alejandro Rodríguez Leiva
Hay niños que ya no creen en payasos. Padres que jamás han llevado a sus hijos a un teatro. Una vida cotidiana llena de asuntos dejados para después. Y un sábado más largo de lo normal por una función en el Guiñol de Camagüey. Este es el principio de un debate alrededor del espectáculo Un solo de payasos, lamentablemente pospuesto hasta el mes de octubre.
Todo comenzó por una larga espera el sábado 17 de septiembre. La mañana anterior fue el estreno que no empezó exactamente a las diez de la mañana sino alrededor de las once cuando se restableció el servicio eléctrico. Era lo previsible para la segunda función; sin embargo, el espectáculo tampoco empezó a las doce sino cerca de la una de la tarde.
Aquello resultó inadmisible porque precedía una intensa y creativa promoción; es decir, era difícil no enterarse por lo bien anunciada y por la avidez de un público natural, ansioso, con horarios de vida, sin opciones en medio de las calamidades de los años recientes. Muchos se preguntaron por qué no se previó un grupo electrógeno, si lo tuvo el Circo Areíto para la temporada de verano.
No se trata de incomprensión de la problemática nacional, sino del compromiso que se contrae con el niño cuando se le invita institucionalmente hablando, y a un niño jamás se le puede defraudar. Como alguien enfatizó al referirse al suceso, si aspiramos a que nos respeten, debemos empezar por respetarlos.
El público es más fuerte que el apagón, afirmaría uno de los espectadores. Al fin se hizo la luz eléctrica. El equipo de técnico fue ágil. Y aquella tortura sicológica quedó desecha en segundos, desde el preciso momento en que los payasos entraron a la sala, por donde mismo lo hizo el público. Hablamos de Adiel Morales (Cebollita), Denia Rodríguez (Florecita), Yosvani Darias (Cartucho), Reimundo Agosto (Tin Ido) y Reinier Elizarde (Chocolatiqui)
Un solo de payasos es una propuesta sin altas pretensiones dramatúrgicas. Surgió ante un vacío que cubrir en la cartelera de la sala histórica que programa teatro para los niños en Camagüey. Rápidamente buscaron el pretexto del juego, cada cual salió a buscar su divertimento. Ninguno repite maneras de motivar al público. Ninguno se parece en lo que hace. El espectáculo evidenció la búsqueda de cada uno y permitió un rato pensado con dignidad y en medio de su sencillez, logrado sin facilismos.
Tin Ido es el típico personaje que anda medio chiflado, que confunde todo. Puso en el escenario a dos niños y a dos adultos a dramatizar el cuento que previamente narró. Chocolatiqui elevó la adrenalina a 360 con un juego del sombrero que puso a correr a cinco niños. Al presentarlos conocimos su aspiración de grandes. Ser animadora, sirena, cantante, carpintero y policía.
Cartucho, quien fue titiritero en el Guiñol de Camagüey y aprendió allí del maestro Mario Guerrero, enseñó cómo divertirse en casa al inventar historias con tus propios peluches.
Luego salió el dúo de Florecita y Cebollita con el cuento del niño más “malo” del mundo, un travieso muchachito que vivía brincando de la casa de la abuela a la de la tía. Todo ese ambiente lo crearon con figuras en cartulina y pequeños trucos en maquetas, algo también viable para hacer en casa.
Como colofón salieron todos a interpretar la canción “Soy una taza”, con una coreografía acompañada por un público animadísimo. Es decir, grandes y chicos reímos, aplaudimos, acompañamos cada ocurrencia de los artistas. Aspiramos a que se respete nuestro tiempo, lo que nos motive a seguir planeando una ruta de imaginación, fantasía e ilusión en los teatros, a pesar de los avatares.
La primera temporada de Un solo de payasos debía culminar este día 23 y 24 de septiembre en el Guiñol de Camagüey, pero la incertidumbre con el servicio eléctrico llevó a la decisión de posponer hasta octubre con la promesa de ofrecer más funciones.
En declaraciones al periódico Adelante, Kenny Ortigas Guerrero, presidente del Consejo Provincial de las Artes Escénicas, argumentó que el espectáculo no surgió pensado para la calle, porque los propios artistas se retaron a sí mismos con la sala de teatro convencional. Además, afirmó:
“Debemos ponderar la presencia de la actividad cultural con sentido y enjundiosa para el intelecto y el imaginario de la gente. Hay un público específico que necesita ser atendido en esta situación coyuntural, como los niños y otras personas a quienes no les gusta ir a una discoteca o un cabaré sino al teatro”.
Aquel sábado, una parte logró entrar, pero otra numerosa quedó frustrada por la capacidad limitada de la sala. El Guiñol admite menos de doscientas personas. A pesar del malestar, llama poderosamente la atención la terquedad de las familias que allí permanecieron con sus bebecitos en brazos, con sus hijos de dos y tres años, con los otros pioneritos más espabilados, con los adolescentes o jovenzuelos en grupos enterados de que allí actuaría tal payaso y no quisieron perderse aquello.
Cuatro horas de espera, sin sombra donde guarecerse, más bien el único sitio donde apiñarse era el lobby del Guiñol. En un lugar que no está en calle comercial ni de opciones estatales donde ir a comprar chuchería, jugo o agua, salvo alguna que otra cafetería privada o timbiriche en la puerta de una casa, con los precios elevadísimos de la inflación en Cuba. Madres y padres prefirieron comprar algo que entretuviera el estómago, con tal de esperar porque ninguno estaba dispuesto a regresar a casa sin que los niños vieran a sus payasos.
Pienso que podía haberse defendido las funciones del 23 y el 24. Pero la solución fue posponer. Es una pena. El Guiñol forma parte de la memoria afectiva y efectiva de muchas generaciones. Que persista es una mina porque como dice la frase, siempre hay un momento en la infancia cuando la puerta se abre y deja entrar el futuro. Ese momento, sin dudas, puede pasar en un teatro.