Por Ulises Rodríguez Febles
En cierre de la primera temporada, pude ver por fin, Flores de Carolina y Ajonjoli, la más reciente puesta en escena de Teatro de Las Estaciones, en una sala Pepe Camejo, como siempre, con un público ávido.
El respeto al público con una programación siempre renovada y muchas veces con un elenco diferente, a lo que se suma doble función, a las 11: 00 am y a las 3: 00 pm hacen de este colectivo matancero, un paradigma de política de repertorio y a la vez, de rigor profesional.
El juguete titiripayasesco en siete pasos y 12 poemas de Dora Alonso, funde a la poeta de Los payasos, con la estética de Arístides Hernández (Ares), que el maestro Zenén Calero, le ofrece vida en la escena, en lo escenográfico, lo objetual, los recursos del teatro de figuras, el vestuario y el maquillaje, en los que se concentran una serie de aspectos, que demuestran la maestría de Calero Medina, la reinvención del espíritu de Dora y a la vez de Ares (en lo visual), todo en una conjugación de especialidades, que van desde la música original de Raúl Valdés y lo coreográfico de Yadiel Durán, evidente en el trabajo vocal, corporal y gestual, en la que también influyen otras asesorías, como la de Lucelsys Fernández o Yudd Favier, todos bajo la dirección de Rubén Darío Salazar.
Ese trabajo en equipo, es también una de las facetas del grupo, que viene desde su fundación en 1994, y que aparece reflejado como una bitácora en su Manifiesto.
Raúl Valdés, con una intensa y fructífera trayectoria, con varias de los colectivos teatrales matanceros, por la que ha merecido los Premios White, de música, y Brene, de teatro, otorgado por la Uneac, vuelve a mostrar su calidad en este espectáculo, en que la música, organiza de muchas maneras el espectáculo, y también es protagonista.
En Carolina y Ajonjolí hay que destacar, el delicado trabajo de atrezzo y de costura, que demuestra el rigor profesional del equipo para conseguir la propuesta del diseño, en la que juegan un rol fundamental la atrezzista Vivian Abuin y en la costura Migdalia Seguí.
El acabado de cada vestuario y objeto, es evidente y muestra la especialización y la lectura lírica de la conjugación Zenén-Ares.
Los artilugios, siempre sorprendentes, eficaces y hermosos, construyen la poética de una puesta de pequeño formato y minimalista.
Con dramaturgia de Salazar Taquechel, en la función que admiré, actuaban María Laura Germán, como Payasa y Javier Martínez, como Payasín.
Estos personajes son doblados por otros actores, lo que también es un privilegio de Teatro de Las Estaciones, como apunté antes, que contribuyen a la estabilidad, variedad del repertorio y también sedimentación del trabajo actoral.
Cuando en muchos grupos se suspenden funciones por éxodos diversos u otros problemas, Teatro de Las Estaciones demuestra su vitalidad e incansable labor a favor del teatro, incluyendo el deseo –y a veces la imposibilidad, por falta de tiempo— de ver en escena a los otros actores, muchos de una nueva generación, formada en la Unidad Docente Carucha Camejo, algo donde también Rubén tuvo «luz larga» y está rindiendo frutos, cuando uno ve el crecimiento de muchos de sus graduados.
La puesta descansa sobre el trabajo actoral, y la imaginería poética de lo escenográfico, lo objetual y la muñequería, siempre sorprendente, lírica, precisa la animación, orgánica cada transición, hacia los artilugios, en los que sustenta el espectáculo.
Quiero destacar el trabajo de los dos actores, en lo que resalta el vocal: los matices, las sutilezas, el encanto al decir el texto o emitir los sonidos, la organicidad en el decir o cantar los poemas de Dora. Es eficaz la caracterización de sus personajes, que se mueve entre la gracia, la frescura, la imbricación de recursos técnicos del payaso, la poetización de cada «paso», la precisión y limpieza de los movimientos, que está en el dominio de cada zona del cuerpo, que ofrecen sutilezas en zonas, que por la cercanía del público, por ser el centro de la observación durante 45 minutos de nuestro ojo crítico, están «desnudos» y a la vez, hablándonos, pero en una «radiografía» constante.
Es muy desagradable –y ocurre mucho— la falta de precisión y limpieza, la armonía entre los cuerpos de los que actúan; la estridencia, monotonía y falta de autenticidad de los que hablan.
Aquí es para deleitarse. Es mi opinión, porque me sucedió.
En el caso de María Laura, demuestra su histrionismo, que la sitúan como una de nuestras actrices más completas, más allá de nuestros límites, a lo que hay que apuntar su labor como dramaturga y directora, de lo que I want, es un ejemplo.
Su máscara facial, sus piernas, sus manos, nos ofrecen un lenguaje extraverbal, no ya encomiable, sino virtuoso, que la hacen disfrutable, para mostrar la eficacia, la búsqueda y la madurez artística. Cada zona de su cuerpo, dialoga con nuestra sensibilidad.
Por otra parte, es notable la consolidación actoral de Javier Martínez, que combina su trabajo con Teatro El Mirón Cubano y Teatro de Las Estaciones.
Flores de Carolina y Ajonjolí culmina esta primera temporada, mientras el colectivo se prepara a participar en Camagüey, en la Jornada Ciudad Teatral, y luego, regresará al escenario de la sala Pepe Camejo, con este mismo espectáculo, un poema escénico, con sus siete pasos, que se inserta con la tradición española, en la que el payaso y los abuelos, sustentan un homenaje, hermoso y humanísimo, con la mixtura lírica, teatral, los recursos del payaso y los códigos de una comicidad afín a la estética del espectáculo y a su origen literario y visual.
Un buen espectáculo. Los invito a la nueva temporada, y a que puedan admirarlo en otras regiones de Cuba.
Fotos Sergio Martínez
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