Carmen, la supervivencia del mito
Por José Omar Arteaga Echevarría
En la historia de la literatura y el arte, algunos personajes han trascendido las fronteras entre las manifestaciones artísticas, el espacio y el tiempo. De seguro, Prosper Merimée no sospechaba que el personaje de su novela corta Carmen, escrita en 1845 y publicada dos años más tarde, fuera uno de los papeles más interpretados, versionados y reelaborados del arte, que aún en pleno siglo XXI todavía sigue reproduciéndose de una forma u otra.
Carmen, fue tomada y puesta como personaje central por Georges Bizet en su ópera homónima estrenada en 1875. Tras la muerte de Bizet, el compositor Ernest Guiraud tomó la obra e hizo algunos cambios. Esta revisión hecha en 1877, contribuyó al éxito sustancial de la obra. No tardó en alcanzar renombre, aunque fue criticada duramente, repudiada por el descaro y la osadía de mostrar a esta mujer libre de ataduras. Este éxito puede deberse a los ajustes realizados al libreto, donde las escenas trágicas contrastan con elementos de comedia. La música también fue un acierto por su expresividad. La orquestación exquisita y la diafanidad de la melodía permiten que pasajes como la Habanera o el Preludio, sean de fácil memorización, por lo que se hizo bastante popular. Está considerada como la ópera francesa más representada en el mundo.
Con el desarrollo el séptimo arte en el siglo XX el lente ha captado la mítica figura. Desde 1907 se han hecho adaptaciones y reproducciones del argumento original. Quizás una de las más conocidas de esta centuria es Burlesque on Carmen, filme mudo del actor y director norteamericano Charles Chaplin. Otros directores de diversas nacionalidades e inscritos en diversos estilos de la cinematografía, representaron la icónica mujer.
La danza encontró un atractivo en esta historia de amor y de muerte. Uno de los primeros en llevar a la escena la historia de Carmen fue el francés Roland Petit en 1949 (anteriormente lo había hecho Petipá, pero existe muy poco de esta pieza). Me atrevo a decir que esta Carmen es una de las representaciones más atrevidas de su época, utilizan elementos reales, se fuma y se bebe, además de las escenas que aparecen con marcado erotismo.
El personaje protagónico se nos presenta a través de Zizi Jeanmarie, musa de Petit, quien se desdobló llevando cabello corto y destacando por su belleza, fuerza y sensualidad. Esta coreografía eminentemente narrativa, apegada al libreto y la música de Bizet, es una de las más bailadas y cuando se habla de Carmen en la danza internacional es una de las imágenes más recordadas, la cual impulsó la carrera de la Jeanmarie y la convirtió en un sex simbol de la época.
En la década del 60, el cubano Alberto Alonso se enroló en el proceso de creación del personaje, esta vez por encargo de la bailarina rusa Maya Plisétskaya. Los arreglos musicales de Rodión Schedrín dieron una sonoridad particular a la partitura de Bizet. Alberto trató de alejarse de lo preestablecido en la técnica del ballet, transformando desde los propios pasos hasta los códigos escénicos, principalmente aportó a la obra una carga simbólica que devino en éxito respaldado por las actuaciones de la Plisétskaya y Alicia Alonso (posteriormente), interpretando el rol cada una en su estilo. Esta Carmen ganó su puesto entre las mejores y más incorporadas en compañías internacionales, se convirtió, además, en obra insigne del Ballet Nacional de Cuba.
Mats Ek ideó en 1994 a la sensual gitana en el período de la guerra civil española, tiene en común con la de Alonso el uso de la Suite Carmen de Schedrín. Ek distorsiona las formas clásicas y las pone al servicio del discurso dramático, combinando comedia y tragedia en una pieza barroca, compleja. Ana Laguna da vida al personaje, expone sus dotes histriónicas consagrándola como la gran bailarina que es. Los personajes en ocasiones ridículos, son envueltos por un diseño de vestuario y escenografía que se torna raro, pudiera pensarse anacrónico, intención de Ek en su afán por deconstruir las historias y protagonistas anteriormente creados.
En 2015 reaparece Carmen, que no es la de Merimée ni la de Bizet o Petit, parte de la orquestación de Schedrín, y llega a manos del sueco Johan Inger, quien en 2015 monta la obra en la Compañía Nacional de Danza (España). El reto que asumió Inger, de recrear una vez más esta historia, y por supuesto, ante la premisa de lograr un resultado diferente a lo anterior, lo llevó a introducir un personaje totalmente ajeno a la trama original o cualquiera de sus versiones. Un niño, que observa todo lo que pasa como un espectador más, a través de su mirada inocente se desarrolla la acción de marcado carácter violento. El propio autor expresó sobre el sentido de este inquietante rol:
…hay en este personaje un cierto misterio, podría ser un niño cualquiera, podría ser el Don José de niño, o el hijo nonato de Carmen y José. Incluso podríamos ser nosotros, con nuestra primitiva bondad herida por una experiencia con la violencia que, aunque breve, hubiera influido negativamente en nuestras vidas y en nuestra capacidad de relacionarnos con los demás para siempre.
Este trabajo ampliamente aplaudido por lograr la tan codiciada “novedad” contó con un equipo multidisciplinario de diseñadores de luces, escenografía y vestuario que enriquecieron y aportaron elementos a la obra que encantó al público y la crítica española.
En nuestro país otra Carmen se alzó en el repertorio de la compañía Acosta Danza. Esta versión, estrenada en 2015 creada por Carlos Acosta, quien confesó rendir tributo a coreógrafos como Alberto Alonso y Petit. Su puesta en escena tiene mucho de ambos, se entremezclan elementos del acento español, el folclor. Sobre la partitura de Bizet se superpone el guaguancó (una de las escenas más atractivas). Se pudieran citar elementos novedosos y reiterativos, el trabajo corporal está sustentado por una exquisita técnica como es costumbre de la agrupación danzaria. Es una de las tantas visiones del personaje que se inscribe en el universo danzario y que posee elementos análogos y desiguales con las demás.
Sin obviar las importantes y válidas piezas de creadores como Antonio Gades, Sara Baras, María Serrano de España, además de tantos otros que han interpretado desde los disímiles lenguajes danzarios el fatal personaje de la mujer libre, se ha hecho referencia a algunas obras fundamentalmente del ballet.
Pero, ¿por qué Carmen aún constituye un atractivo en la danza?
El amor y sus gatuperios, acompañado de una dosis de tragedia, es un tema reiterado en la danza a nivel mundial. Carmen, siendo un personaje de la literatura y con un trasfondo mitológico, reafirma su sugestivo tratamiento. Representa la liberación femenina, la sensualidad y misterio, todo en una sola mujer que engaña, travesea con las pasiones y en los celos encuentra la muerte. Los demás personajes que se van enhebrando en la acción tienen características propias y todos, como en una especie de juego, giran en torno a la figura principal.
La trama, por su estructura, permite recontextualizarla o desmembrarla y volverla a armar de manera tal que, respetando el tema, la cadena de sucesos puede estar sujeta a cambios en el orden espacio-tiempo. Incluso, como ha pasado, se pueden suprimir o agregar personajes, pero siempre ha de perdurar Carmen, la mujer que puede ser cualquiera, más allá de nacionalidades o las épocas.
En el siglo XIX o el XXI, ya sea la gitana de Merimée y Bizet, la que se enrola en sus amores durante la guerra civil española de Mats Ek, la que se muestra a través de la figura de un niño de Inger o las cubanas de Alberto Alonso y Acosta, ponen sobre el tamiz esta antigua historia que pareciera agotada pero vuelve a la escena de una manera u otra con nuevos bríos, retomando la gitana cigarrera creada en 1847, manteniéndose aún tan fresca y osada como el momento de su nacimiento en la literatura, como un mito que persiste.
Foto de portada: Buby Bode
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