Por Esther Suárez Durán / Fotos Sonia Almaguer
Bayamesa. Réquiem por María Luisa Milanés, del dramaturgo cubano Abel González Melo (La Habana, 1980), acreedora del Premio de Teatro en el Concurso Casa de las Américas 2020, nos descubre a los más una voz poco conocida en el universo de la lírica cubana, en particular de la lírica femenina de principios del siglo XX.
Justo es precisar que no es esta la primera vez que el teatro atiende la existencia de la joven poeta, al texto que nos ocupa le precede la obra de Juan José Jordán María Luisa. Momentos delirantes de la vida y la muerte (Unicornio, 2013), pero, sin dudas el importante reconocimiento literario recibido y, luego, el arribo a los escenarios de Miami, primero, y La Habana, después, se encargan de redondear la notoriedad de esta pieza.
Al evocar a María Luisa Milanés, la joven cubana poeta de la ciudad de Bayamo, el dramaturgo no pierde la oportunidad de ocuparse de este temprano discurso de género que la Milanés compuso con sentimientos, palabras y acciones y que tuvo como colofón su muerte por mano propia, es así que la obra entreteje el tema de la situación de la mujer durante toda esa primera época republicana, sobre todo en la provincia, y el modo en el cual en la vida cotidiana, al interior de las familias y comunidades, se desconocían e incluso violaban, los derechos que las mujeres cubanas tenían recién ganados.
La sustancia teatral se revela magnífica para resaltar las contradicciones de este General de la guerra más reciente, cacique de la zona, padre de la Milanés. De él se dicen en la ciudad no pocas lindezas morales (la Literatura, en particular, nos ha dado abundantes noticias de este doble rasero, además del propio comportamiento en la política republicana de algunos de aquellos personajes) pero, sobre todo, le vemos actuar despótica — cruelmente — contra su propia hija.
González Melo vuelve a hacer uso de esa escritura lúdica e inquieta que, sin preámbulo alguno, ignorando didascalias y cualquier otra señal al uso, se mueve de una época y grupo de identidades a otra y otros. La puesta de Yailín Coppola, por su parte, es fiel a tal recurso, dejando a los actores la tarea de lidiar y definir el cambio de identidades (cada uno interpreta dos y hasta tres personajes) y a los públicos el reconocimiento de cada una de ellas.
Esta dinámica de escritura del autor reconoce el papel activo del espectador y reserva para él una posición absolutamente alerta y participante. Ineludiblemente recuerdo Chamaco (2005), es la misma vocación escritural, eso que alguno caracterizó entonces, no sin razón, como apegado al ritmo cinematográfico.
Con tal partitura el actor apenas tiene respiro para hacer la transición de un personaje al otro. Aquí identidades, tramas, épocas se mixturan y el actor en su ejercicio es el demiurgo. Para mayor responsabilidad la puesta descansa en el intérprete, al estilo de Argos Teatro, la institución teatral que acoge en sus predios este espectáculo.
La iluminación expone la zona central del escenario a una luz cruda, sin tonalidades de otro color, y la escenografía la preside una larga mesa de madera al centro con dos pequeños y discretos sets en las diagonales. Nada distrae ni recrea nuestra atención.
Tal intensa faena actoral es la que ha debido asumir el equipo seleccionado por la directora, formado en su mayoría por bisoños intérpretes recién graduados de la especialidad en la Universidad de las Artes (ISA) –es el caso de Chabely Díaz, a cargo de Doña María García, madre de María Luisa y actriz de carácter de la compañía de actores–; un joven que se gradúa del mismo nivel superior con sus desempeños en este espectáculo –como Nolan Guerra , quien interpreta a Don Luis Milanés, padre de María Luisa, a Juan Francisco Sariol, eminente figura de la revista Orto, y al primer actor de la compañía–; a quienes se suman dos estudiantes del cuarto año de la Escuela Nacional de Arte: Ariadna García, como María Luisa Milanés y Joven Actriz, y Eme Fonseca, quien se encarga del controvertido Ramón Fajardo –pretendiente primero y luego esposo de la poeta–, del Médico que la atiende y del Actor Joven. Les acompaña Mariana Valdés, actriz de Argos Teatro, como Sor Ángela y Primera Actriz, siempre dueña de la escena con un orgánico y cuidado desempeño.
La labor de los cuatro bisoños actores es meritoria y también es feliz su incorporación desde las aulas a los escenarios profesionales, una práctica que, por lo general, tiene lugar cuando nuestros actores comparten las responsabilidades de la docencia y la dirección escénica.
Agradezco a Yailín Coppola, a Mariana, Nolan, Ariadna, Eme y Chabely, junto al resto del equipo creador que hace posible cada día el disfrute de la magia de la escena, esta posibilidad de encuentro con las nuevas visiones de Abel González Melo, y con la tragedia –no estamos ante otra cosa– de un talento esplendente a quien se le quiere obligar al ostracismo y la exclusión.
La María Luisa de este espectáculo no solo levanta reclamos atrevidos en su desafío al poder –cualquiera que este sea y donde quiera que se ejerza– en el ámbito de lo que contemporáneamente reconocemos como Género, sino que, a la vez, nos grita, como mujer bayamesa –las primeras en decidir incendiar su ciudad antes de entregarla a los opresores– cuánto le faltaba a la República para conseguir lo que Martí llamó –y nos legó– como La Ley Primera: el culto a la dignidad plena del ser humano.