Por Marilyn Garbey
Ya es tradición que el Ballet Nacional de Cuba suba a escena cada 1. de enero. En la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, la renombrada agrupación celebra el triunfo de la Revolución y la posibilidad de encontrarse con los numerosos espectadores que, por 70 años, le aplauden.
La entrega del premio Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso es una de las grandes expectativas del primer día del año. Esta vez la distinción reverenció la obra de Huberal Herrera, pianista notable que ha preservado el legado musical del país. En su discurso de agradecimiento, Herrera recordó al auditorio que, en este 2019, festejaría sus 90 años de vida, y afirmó que lo celebrará como siempre, trabajando.
Desde 1985 se instituyó el Premio. En su selecta lista incluye a nuestra prima ballerina assoluta y la compañía que dirige. Además, a Leo Brouwer, Daniel Barenboim, Pablo Milanés, Carla Fracci, Omara Portuondo, Antonio Gades, a Danza Contemporánea de Cuba, Marcel Marceau, Jorge Luis Prast, Vladimir Vasiliev, Dulce María Loynaz, Eusebio Leal, entre otros.
Una de las sorpresas de la tarde fue la reaparición de Alicia Alonso, quien no pudo asistir a la pasada edición del Festival Internacional de Ballet de La Habana por razones de salud. Sentada en el escenario que tantas veces la vio brillar recibió las ovaciones de los asistentes a la gala y entregó el premio a Huberal Herrera.
Con la presentación de El lago de los cisnes la compañía ratifica su predilección por los clásicos, devenidos en escuela para bailarines por las altas exigencias de obras de esta naturaleza. La asistencia del público, que abarrotó el recinto, confirma la idea de que la preferencia por el ballet es, hasta ahora, el signo más distintivo de la danza en lo que va de siglo XXI. Era una prueba de fuego para el equipo creativo, ya que esa coreografía ha sido interpretada por figuras de alto relieve en ese mismo escenario, y el público las recuerda: las actuaciones de Alicia, Aurora, Josefina, Loipa, Esquivel, son inolvidables.
El lago de los cisnes
Estructurada en tres actos y epílogo, la pieza es una historia de amor, evidencia de que el amor puede derrotar a la muerte. Versionada por Alicia, a partir del original de Marius Petipa y Lev Ivanov, con música de Piotr Chaikosvki, la escenografía lleva la firma de Ricardo Reymena y el vestuario fue ideado por Francis Montesinos y Julio Castaño, y las luces corresponden a Ruddy Artiles.
La función del primer día del año inauguraba una extensa temporada de la pieza, posibilidad para el público, dado el hecho de que las entradas para ver al Ballet Nacional de Cuba se agotan apenas salen a la venta. A la primera bailarina Grettel Morejón le acompañaba esa tarde como partenaire el primer bailarín Dani Hernández. Ellos dieron vida a los personajes protagónicos, Odette/Odile y el príncipe Siegfried.
El argumento narra el instante en que el príncipe Siegfried, que ya ha alcanzado la mayoría de edad y debe contraer matrimonio, asiste a la fiesta que le han organizado los campesinos, en la cual el Bufón despliega sus travesuras, mientras se suceden las danzas. La Reina madre irrumpe en escena, en protesta por el hecho de que el hijo prefiere compañías que no se corresponden con sus estatus real.
Atraído por el vuelo de una bandada de cisnes, el príncipe emprende su persecución. El Segundo Acto, tal vez el más hermoso de la obra, conduce al perseguidor a las ruinas de un castillo encantado, a orillas de un lago. El cisne más bello deslumbra al príncipe y, al apuntarle con la ballesta, se transforma en una joven hermosa. Sabrá entonces que es víctima de un maleficio, que solo el amor fiel podrá romper.
Para el tercer acto, la fiesta será en el palacio real, al que llegaron las princesas con la esperanza de ser desposadas por Siegfried, en la que bailarán las danzas de sus regiones de procedencia, momento que es pretexto para el lucimiento de sus ejecutantes. Y llega Von Rothbart acompañado de Odile, con rasgos que recuerdan a Odette, dispuesto a seducir al joven para que olvide la promesa de amor hecha a la joven del lago. Ya en el epílogo, Odette sabe de la traición de Siegfried y se lo comunica a los cisnes, quienes impedirán al príncipe acercarse a la joven. Odette les suplica le perdonen. Siegfried se enfrenta al maléfico Von Rothbart y le vence. Entonces Odette y sus amigas recuperan la forma humana, y los jóvenes pueden amarse.
Es una historia bellísima, en la cual se respiran los aires del Romanticismo: maleficios, encantamientos, el amor como fuerza motriz, la naturaleza como protagonista. La coreografía propicia el desempeño para muchos de los intérpretes, no solo de los protagonistas: las danzas de carácter, en el Tercer Acto; el pas de six y el pas de trois del primer acto. Lo mismo sucede con los cisnes del segundo acto, los pas de deux de los protagonistas en el segundo y tercer acto, cargadas incluidas. De igual manera, los 32 fouttés de la protagonista, que requieren virtuosismo y deseos de danzar.
Grettel Morejón, joven y talentosa bailarina, ha salido airosa de esta prueba de fuego. Supo aquilatar las sutilezas de sus personajes, y fluctuó entre el lirismo y la fragilidad de Odette y la seducción de Odile, sin falsos efectismos, pues comprendió el conflicto del desdoblamiento. Ella fue capaz de sostener los equilibrios y, precisa en los movimientos, ejecutó los giros con limpieza. Sostuvo eficazmente el contrapunteo con el cuerpo de baile en el segundo acto, y aprovechó los momentos de grandes exigencias técnica-interpretativas para arrancar los aplausos del público.
Odette/Odile es el personaje con el que sueñan las bailarinas por los desafíos que le impone. Alicia ha confesado los requerimientos que esos roles le hicieron como intérprete, cómo lo bordó durante largos años:
“El virtuosismo técnico es fundamental en el pas de deux del Cisne Negro: es parte de la seducción. Pero es un virtuosismo exquisito, de una pureza clásica extrema. Hay un cuidado de las líneas, de la perfección académica. Se establece, en cierta forma, una competencia técnico-estética con el Cisne Blanco. Y hay que tener en cuenta una verdad fundamental; con la técnica, el bailarín puede crear una atmósfera. Si no domina la técnica, no tiene instrumento, no tiene palabras con que crear esa atmósfera, no tiene color, ni luz, ni vida, ni línea: no tiene nada»
Dani Hernández cumplió su rol de príncipe enamorado. Buen partenaire, excelente en las cargadas, supo acompañar a la protagonista en sus variaciones.
Para interpretar una obra como esta es necesario un trabajo más riguroso en cada presentación. Es vital que cada bailarín cumpla el rol asignado, que sea tan preciso en su desempeño como los protagonistas, que se comprometa con el personaje. Lo digo porque, salvo en el segundo acto, con una buena ejecución del cuerpo de baile, por momentos se notaba cierto desbalance en las escenas y descuido en el hacer interpretativo. El ballet no es solo técnica, a ese elemento imprescindible para la danza, hay que ponerle el alma. Y creo que los maitres y ensayadores tienen gran responsabilidad en ese aspecto.
Es un lujo mantener una obra como El lago de los cisnes en el repertorio de una compañía. Por su condición de clásico, por la enorme producción que exige su montaje, por el esfuerzo que reclama a todos sus intérpretes, por la manera calurosa en la que el público la recibe.
El Ballet Nacional de Cuba es uno de los grandes orgullos de este país. Tras 70 años de vida en los más encumbrados escenarios del mundo, exige una vuelta de tuerca a su historia que le devuelva su esplendor. Es preciso que se unan creativamente la juventud de sus intérpretes y la sabiduría de los mayores, que la experiencia que algunos acumularon en otros países se vuelquen en la compañía, que el repertorio tradicional recupere su sentido, que se incorporen efectivamente nuevas tendencias coreográficas e interpretativas.
Alicia Alonso ha reiterado que el Ballet Nacional de Cuba es patrimonio de nuestro pueblo. Por eso me atrevo a hacerle estos reclamos a la compañía, porque, como parte del pueblo, sueño que esta institución patrimonial siga brillando en los grandes escenarios del mundo.
Tomado de La Jiribilla