Por Kenny Ortigas Guerrero
“Se trata de convertir al teatro danza en una fuerza de actuación primitiva y de efecto estremecedor”
Tadeusz Kantor
Varios son los trabajos que he dedicado al quehacer de la compañía Ballet Contemporáneo de Camagüey y si algo tendría que destacar como condición que transversaliza su trabajo desde que mantengo una estrecha relación con ellos, no solo como un espectador asiduo de sus propuestas, sino también como un colaborador cercano en el campo de la crítica, es el constante afán de experimentar -desde la entrega absoluta- dentro del infinito universo del cuerpo como metáfora del espacio.
La no sujeción a una determinada poética, le ha permitido a su elenco joven e irreverente, adentrarse por estilos que llegan de diversas regiones del mundo como Estados Unidos, Puerto Rico y el Líbano. La apropiación de múltiples formas en que se puede vivir, apreciar y aprehender la danza no solo les impone el reto de nuevos y complejos entrenamientos que ensanchan los horizontes del intelecto y el movimiento, también los convoca al estudio de esas culturas, sus costumbres, sus ritmos y tempos particulares de fluir, porque en la danza se difuminan las fronteras tendiéndose puentes y un factor en común gravita en medio de todo, la danza es un contundente vehículo para decir lo que a veces no alcanza con palabras, pues una fuerza primitiva que habita en nosotros, encuentra su válvula de escape en las pulsaciones y la musicalidad del baile.
El último estreno de esta compañía nos acerca precisamente a una de estas colaboraciones con coreógrafos extranjeros. Allende los mares, desde el Ballet Contemporáneo de Beirut, en el Líbano, llegan Jens Bjerregard y Jana Youns para regalarnos la pieza Cuerpos de Agua. El montaje, alegoría que recrea el ciclo del agua y su semejanza con la vida misma, acerca al espectador a todos los procesos y transformaciones por las que atraviesa el preciado líquido tal como en la cotidianidad evolucionan las relaciones humanas. Momentos de ascensión, precipitación, flujo y reflujo de las aguas, cruce y choque de corrientes marítimas, parecieran ser analogías de la agitación de un mundo donde cada día más se acentúan las controversias y desajustes sociales.
Cuerpos de agua nos dice que nada es estático, que todo fluye para bien o para mal según intereses, posicionamientos individuales y colectivos que terminan por establecer un nuevo orden de las cosas y donde la ética y la moral pueden determinar el curso definitivo de los acontecimientos en medio de un caos que se extiende como un depredador de la sensibilidad. La coreografía se mueve dentro de una atmósfera de extrañamiento y sensorialidad acentuada, estructurándose en acercamientos y rechazos en la futilidad e in aprehensión de momentos, tal y como una gota de agua desaparece al impactar en una superficie o una rama de un árbol, caída de imprevisto, puede impedir el buen cauce de un río. Los coherentes diseños de iluminación y vestuario catapultan al público a realidades paralelas dentro de la ficción estimulando la capacidad de fantasear y jugar con el espacio dramático.
Las imágenes se re-construyen y desaparecen con la rapidez de un suspiro, como si se tornara imprescindible abrazar cada instante como si fuese el último, de ahí que los diseños que propone el coreógrafo transitan por asimetrías y simultaneidades donde la alternancia de ritmos en el mismo espacio se conjugan en perfecta sincronía al tener secuencias donde las agrupaciones, dispersas, logran integrarse por momentos en un solo cuerpo, recurso que el espectador agradece estéticamente y que realza el atractivo visual. Causa y efecto, tensión y distención, ruptura y alianza, son conceptos que en la puesta alcanzan un vuelo poético interesante. Otro recurso importante lo constituye la energía, y aunque un halo de densidad se extiende como tono de la obra a lo largo de sus cincuenta minutos de duración, los personajes- performers se interrelacionan en un registro de movimientos etéreos, quebrados, vibratorios, sinuosos, etc.
Dentro de la coreografía se insiste en el diálogo de miradas y coqueteos, pero en esta dirección aun los bailarines no logran apropiarse de lo que distingue cada circunstancia y fijar dentro de la partitura una diferenciación expresiva para cada situación que se plantea, cayendo en una reiteración de posturas y trazados que cíclicamente -más hacia el final de la obra- no conducen a nuevos puertos. En este particular, considero que se debe buscar mucho más apoyo en los elementos expresivos que propone la excelente banda sonora, articulada en sonidos y efectos que de forma incidental agolpan un cúmulo significativo de sensaciones que los cuerpos tienen que interpretar y proyectar.
De súbito, otro recurso nos tira un cable a tierra provocando un distanciamiento, una pausa inteligente y atractiva dentro de ese vaivén de las olas con tono de sobriedad europeo y que aterriza en esa idiosincrasia isleña que mira con optimismo y desenfado sus problemas, y es cuando se lanza el bolero La vida es un sueño, de Arsenio Rodríguez. Aquí los bailarines entran en una cuerda más cómoda y afín, aunque no simplista. Lo asumo como una devolución generosa, un agradecimiento del coreógrafo a los miembros del elenco de la compañía camagüeyana que han prestado, ofrecido sus cuerpos, para verter en ellos su obra, sin perder de vista que la letra de la canción acuña y entroniza perfectamente con los postulados concebidos.
Cuerpos de agua viene a enriquecer el repertorio del Ballet Contemporáneo, es una prueba de que estos muchachos dan pasos agigantados en la búsqueda de la exquisitez del arte danzario. En cada montaje no solo se aprecia el acelerado desarrollo técnico y artístico, también se hacen visibles el rigor y el respeto a su profesión como únicos caminos seguros para alcanzar el virtuosismo.
Fotos: Adrián Juan Espinosa