Por Frank Padrón
La ópera Actea de nuestro Hubert de Blanck tuvo su estreno mundial en el Oratorio San Felipe Neri (una iglesia de notable acústica) y uso el pronombre muy a propósito pues este músico cuya vida transcurrió entre los siglos XIX y XX y presta su nombre a uno de los célebres teatros de la Habana, aunque nació en Utrecht, Holanda, casó con una cubana ( Olga G. Menocal), se estableció y murió en nuestro país, abrió conservatorio y desarrolló una rica trayectoria musical donde creó e interpretó tanto obras propias como de otros colegas, a la vez que viajó como solista o músico acompañante a importantes plazas internacionales.
En su cosecha descuellan piezas para orquesta sinfónica y de cámara, piano, leaders y par de óperas (Patria, con libreto de Ramón Espinosa de los Monteros sobre las guerras independistas, estrenada en 1906 en el Payret, y la que acaba de estrenarse).
La recuperación de Actea la debemos a la soprano Bárbara Llanes y al dramaturgo y crítico Norge Espinosa, quienes nos entregan una pieza que, sin perder su esencia clásica, se recontextualiza y adquiere ribetes contemporáneos que la hacen mucho más cercana, sobre todo desde el punto de vista escritural, donde los guiños paródicos y metatextuales alivian un tanto la carga melodramática y los lugares comunes a los que no escapó en la época el libretista Ramón Espinosa (el mismo de Patria).
No olvidemos que, como en el cine y sus famosos péplums, las temáticas relacionadas con la antigüedad grecorromana eran muy populares desde principios del siglo pasado cuando De Blanck escribió sus óperas.
En este caso la Grecia del año 57 d.C y octavo de la fundación de una Roma entonces neroniana, aunque el simpático personaje del cronista comente y estimule la acción habitual (identidad usurpada, triángulo amoroso, heroísmo falso contra verdadero, etc) desde el presunto diario «El Trébol de Corinto » en 1905, año en que fuera concebida Actea.
Pero el deliberado y enriquecedor anacronismo no se detiene ahí, pues los adaptadores han salpicado el relato de alusiones al hic et nunc cubano desde la condición isleña, las redes sociales, la emigración y otros ítems que se integran con organicidad y sin violencias.
La puesta redundó en el logro definitivo de la ópera revisitada y rescatada a partir del soporte musical de la excelente orquesta del Lyceum Mozartiano bajo la égida de José Antonio Méndez, también director musical.
A las células de cubanidad que con frecuencia recreaba el holandés-cubano aun en sus piezas más sinfónicas, se une ahora la inventiva de Méndez que une a pasajes barrocos y renacentistas, segmentos de rumba y son que los músicos del ensemble liderado por Ulises Hernández ejecutan con virtuosismo.
Ellos escoran un grupo de grandes voces de nuestro movimiento lírico, empezando por la directora general de la puesta y una de las versionistas de la obra: Bárbara Llánes, quien asume el protagónico (que doblará con su colega Tiffany Hernández). Semejante encomio merecen sus compañeros Dunia Pedraza, Abdeo Roig, Marcos Lima, Ubail Zamora, César Vázquez y Líen Martínez.
El cronista de Freddy Maragoto (Teatro El Público) que lleva el hilo de la trama, rezuma la gracia, la ironía y la chispa criolla que se espera de su renovado personaje, en el que me pareció hasta ver un discreto homenaje al inolvidable Germán Pinelli y aquel reportero semejante llamado Éufrates del Valle en un desaparecido y simpático programa televisivo.
Los bailarines Enrique Leyva, Maykol Rodríguez y Daniel Román ejecutan con soltura las coreografías muy bien insertadas y complementarias de Liliam Padrón, quien asumió también la dirección escénica.
No deben obviarse otros rubros como el vestuario y la escenografía de Massiel T. Borges, acordes con la concepción de pastiche que preside la ópera, o la iluminación de acertados contrastes y conseguidas atmósferas que diseñó Liesnel Reyes, así como la compleja producción a cargo de Gabriela Rojas y su competente equipo.
Más que la ópera recuperada de un gran músico que con rumbo muy definido llegó a nuestras costas para quedarse y » aplatanarse», Actea es un gesto multicultural que se agradece doblemente.
Este fin de semana vuelve a ese Oratorio devenido sede de grandes hechos artísticos. Prohibido faltar.
Fotos: Xavier García