Por Verónica Prieto Cruz
«No soy un cómico, nunca he contado un chiste…»
Andrew Geoffrey Kaufman
Una compañía amateur que responde al nombre de Sociedad Antónima-Anónima de Drama se encuentra en el estreno de su obra: Asesinato en la Mansión Haversham, texto de la escritora británica Susie H. K. Brideswell que recrea los fatídicos sucesos ocurridos en la década de 1920 en la noche de la fiesta de compromiso del Sr. Charles Haversham con su prometida, Florencia Colleymore.
¿Interesante argumento? No tanto como el suceso teatral que echó a andar la plataforma escénica Y la Nave va, y que en estos días se presenta como parte de la muestra del XX Festival Internacional de Teatro de la Habana.
La pieza estuvo en el pasado Festival Aquelarre y fue premiada en las categorías de Mejor Escenografía, Mejor Puesta en Escena, Mejor Actriz Femenina a Geyla Neira, Premio Colateral de la AHS y dos menciones en actuación masculina a Johan Ramos y Ariel Zamora.
Ledier Alonso Cabrera, estudiante de Teatrología en la Facultad de Arte Teatral de la Universidad de las Artes cuenta con esta producción como su debut en el universo de la dirección teatral. El joven matancero, ha formado parte de las agrupaciones El Portazo bajo la guía de Pedro Franco y El Público de la mano de Carlos Díaz, haciendo: “de todo un poco”. En esta ocasión traduce y versiona en un acto la comedia inglesa: La obra que sale mal (The play that goes wrong), escrita por los dramaturgos: Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields, regalándole a cada espectador que visitó la sala, una cápsula para escapar por una hora de la realidad.
El texto que toma Alonso para llevar a la escena ha sido representado luego de su estreno en 2012 en catorce países, incluyendo Cuba. Como autores intelectuales de este divertimento se conoce a los miembros de la compañía Mischief Theatre de Inglaterra, quienes crearon un producto que alcanzó tal revuelo en su región que obtuvo no pocos lauros y hasta una serie televisiva se realizó.
La Nave, liderada por Osvaldo Doimeadiós, abrió sus puertas una vez más, para recibir al público, pero esta vez sucede algo inusual; hay un muerto en la sala. Sobre un diván azul yace el cuerpo de un joven mientras se escuchaba de fondo la canción Billie Jean de Michael Jackson en versión salsa.
La historia se articula en un espacio donde se caen los elementos de las paredes, se olvidan textos, se desmayan actrices y se golpean torpemente unos a otros. En los “felices años veinte” los personajes se encuentran ante el misterio de encontrar al asesino de Charles Haversham. La coreografía que ejecuta cada uno de los actores en la construcción de sus personajes es una singularidad en este hecho metateatral. Siguiendo dos líneas dentro de la ficción, se complejiza el acto de desligar los caracteres: los actores de la Sociedad y los personajes del supuesto montaje escénico.
Desde el inicio se anuncia que algo irá “muy mal o muy bien”. El escenario comienza a desmantelarse, en cualquier momento algo puede romperse, la camilla con que sacarían al cuerpo del difunto, la puerta. En la muerte de un personaje el Réquiem de Mozart puede ser interrumpido por una canción de reguetón, o el sonido de disparos puede estar desfasado. Se puede caer una copa o incluso, una que otra pared, pero los actores siguen, deben encontrar al asesino, la función debe continuar ¡The show must go on!
El trabajo actoral está compuesto por gestos marcados, poses, frases repetidas y otras características que hacen aflorar lo caricaturesco, la libertad de crear dándole entrada a la comedia con la propia actitud escénica en cada una de sus equivocaciones.
Ledier Alonso se aventuró a una puesta en escena diferente, una comedia que roza el absurdo, trabajada por un grupo de actores jóvenes que defienden a toda posta sus personajes. Volver a este humor hilado fino en la imperativa era digital y un mundo donde convergen tantas teorías y corrientes creativas, es definitivamente un acto de fe. Lograrlo de la manera que lo han hecho, un mérito.
Foto: Bismark Brito