Por Omar Valiño
El manto extendido por la pandemia sobre el mundo se prolonga tanto, que los teatros gritan su soledad a los cuatro vientos. Cabezas de familia reflexionan sobre todo lo que ello representa para el quehacer teatral.
Se suceden pronunciamientos, entrevistas, artículos, proclamas donde se revisan las implicaciones laborales, económicas y culturales de dicho cierre. En lo estético, se subraya esa condición de encuentro humano, esencial al teatro como arte. Nuevos matices alumbran otra vez una verdad sabida. Eso que ocurre entre el actor y el espectador, como señalara, en inmejorable síntesis, Peter Brook.
Entre esas voces, algunas bien conocidas en Cuba aportan hermosas ideas. El italiano Eugenio Barba, líder del multinacional Odin Teatret, de Dinamarca, defiende la pasión como el combustible nuclear de ese motor, ante el desprecio, a veces invisible, por la actividad artística:
«Nos hemos habituado a mendigar, a fingir gratitud por las migajas recibidas y a creernos importantes para los otros. Sin embargo, sabemos bien que la verdadera y única fuerza del teatro es la salvaje necesidad de quien lo hace, y su obstinación por no dejarse domesticar».
El argentino César Brie, protagonista por casi dos décadas de la fértil aventura de Teatro de Los Andes, propone:
«(…) reabrir los teatros y tenerlos abiertos todo el día. Y viernes, sábado y domingo, toda la noche. (…) Obviamente podrá entrar menos gente que antes, pero la extensión del tiempo permitirá aumentar las presencias, aunque disminuya la cantidad de gente reunida (…)».
Y así:
«(…) asistir a los ensayos, que muchas veces son experiencias más interesantes que el espectáculo mismo. (…) Los maestros del teatro del siglo xx nos enseñaron que lo que está detrás de la representación es algo tan precioso como la misma representación».
Mientras, el alemán Roland Schimmelpfennig aborda la importancia del teatro porque allí «la sociedad entra en un diálogo consigo misma». Presente en Cuba con programas profesionales, editado por Tablas-Alarcos y puesto en escena por varios grupos, sus amplios vínculos entre el sector y hasta familiares, han facilitado un ensayo audiovisual, producido aquí y en Alemania por la actriz Adriana Jácome, de su manifiesto La última función. Prestigiosos nombres de nuestra escena dan voz y situación a sus palabras, desde La Habana y distintas partes del mundo, junto al notable dramaturgo y pedagogo español José Sanchis Sinisterra.
Este columnista, más apegado a la reflexión viva ante espectáculos que a la especulación teórica, agota su horizonte de recuerdos reciclados para alimentar este espacio, pero, igual que tantos en este periodo, se nutre de este pensamiento crítico también articulador de la escena.
Coincide entonces con estas certezas. Barba:
«(…) el futuro del teatro no es la tecnología, lo es el encuentro de dos individuos heridos, solitarios, rebeldes. El abrazo de una energía activa y una energía receptiva».
Brie:
«Para Artaud lo escénico es esencial en el teatro, y coloca al actor como eje del hecho teatral con su potencia poética. Así, marcaba el camino que el teatro debía seguir para no derrumbarse frente al poder del cine. No será la virtualidad, el teatro filmado, que también es bienvenido, lo que resolverá el problema».
En lo personal, dichas apuestas me traen la reverberación del gran dramaturgo norteamericano Arthur Miller, a quien recuerdo en su visita habanera de principios de este siglo:
«El teatro no puede desaparecer, porque es el único arte en donde la humanidad se enfrenta a sí misma».
Esperemos entonces, como se esperanza Schimmelpfennig, por ese «aplauso que celebra la vida».
Tomado del periódico Granma