Por Víctor Banazco / Fotos Buby
[Un] espectáculo hecho a golpe de imágenes hermosas, [que] marca lo andrógeno mezclado con deseo y erotismo…[1]
Afrodita, ¡oh, espejo! constituye el estreno más reciente de la prestigiosa coreógrafa cubana Rosario Cárdenas. La pieza, que fuera galardonada con un Premio Villanueva de la sección de Crítica e Investigación de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC, en 2017, tuvo su temporada de reposición en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, del 22 al 25 de marzo pasado.
La revelación de un espectáculo danzario, con los componentes idioestéticos que incitan a la creación de la Compañía Rosario Cárdenas, es siempre bien recibida por el público nacional y foráneo. Así, dos islas, Chipre y Cuba, a pesar de la distancia geográfica que las separa, se hibridan en un armónico sincretismo cultural y religioso que desencadena en un entramado artístico con una visualidad refrescante y heterogénea.
La puesta en escena se divide en diez sucesos en los cuales se narra -a través de las diversas proyecciones que ofrece la danza contemporánea- una amplia amalgama de mitos mágico-religiosos que ostentan en su haber las culturas cubana y chipriota. Así, los encuentros entre Eleggúa, Eros y Hermes para que surja el Hermafrodita, los nacimientos de Adonis y Ochún, y la rivalidad que se desata entre Changó y Oggún por obtener los favores de aquella, entre otros.
En la primera mitad de la representación priman la marcialidad, rigidez de los movimientos, perfección formal y tecnicismo de los bailarines en escena, en detrimento de la intensidad dramática que define el quehacer de la compañía. Sin embargo, más allá del cuarto momento, en el cual se cuenta “el gustoso suceso donde Dionisos convida a la embriaguez que adorna el árbol de encantamientos paridores” se produce un in crescendo de lo pasional y la sensualidad, acentuado por la encantadora aparición en escena de Marlon Blanco, en su interpretación de Dionisos. Es preciso señalar, además, la perfección del empaste alcanzado por Yanet Garau (Afrodita), Andy Rodríguez (Apolo) y Andy Leiva (Adonis); así como la muerte de este último, que se presenta como un instante climático mediante la música siempre admirable del maestro Frank Fernández.
Por otra parte, despuntan la firmeza, seguridad y elegancia de Leylan Machado (Yemayá) y Claudia Rodríguez (Obatalá); la impudicia y sensualidad de Daniela Bringas (Ochún) al mostrar la desnudez de sus senos ante un público que no esperaba tal acontecimiento; y el tecnicismo, ímpetu y destreza de Daniel Belcourt (Changó) y Andy Rodríguez (Oggún) en su perspicaz enfrentamiento del noveno suceso de la pieza, en el cual pugnan por ganarse el afecto de Ochún, mientras esta deidad se resiste y aduce a su libertad e independencia.
Según el lingüista y semiólogo ruso Iuri Lotman en su texto Semiótica de la escena, todo aquello que se sitúe sobre la misma adquiere un significado preciso, se satura de sentidos complementarios con respecto a la función del objeto. De ahí que la diversidad de elementos de que dispone el montaje no es impuesta, fatua, gratuita. Las cañas y uvas (elementos simbólicos que se refieren a las culturas cubana –ron, aguardiente- y chipriota –vino- respectivamente); cobran un valor particular sobre el escenario; así como la simulación de embarcaciones, y la presencia de los girasoles y calabazas, refuerzan las imágenes que sirven de tributos a la diosa de las aguas dulces, el amor y la fertilidad.
Dinámico resultó el desmontaje de la pieza, que tuvo su espacio en el Centro de la Danza, ubicado en Prado 111, e/ Genios y Refugio, Habana Vieja. El encuentro contó con la presencia de la maestra Rosario Cárdenas y sus bailarines, los profesores Mercedes Borges Bartutis y Roberto Pérez León, en compañía de estudiantes de la especialidad de Danzología de la Universidad de las Artes, entre otros invitados y amantes del mundo del espectáculo.
La deconstrucción de los cánones danzarios más tradicionales; la trascendencia de la visualidad en detrimento de una línea argumental en el más estricto sentido de lo aristotélico; y la espacialidad de la puesta en escena, en armónico contraste con lo eminentemente narrativo del programa de mano, según refiere Roberto Pérez León, semiólogo de la danza y asesor literario de la obra, constituyen algunos de los presupuestos que atraviesan diametralmente la puesta en escena de la maestra Rosario Cárdenas.
Por otra parte, la sencillez y policromía del vestuario, a cargo de Alisa Peláez, que contrasta con la parquedad e inmediatez del diseño escenográfico y de luces de Carlos Repilado; la simulación del oleaje mediante el uso de telas, en armónico contraste con la majestuosidad de la música de Frank Fernández; el reto que presupone para la Compañía la idea de que todos los bailarines se presenten indistintamente como protagonistas y cuerpo de baile en la representación, le confieren a la pieza un valor intrínseco que desencadena en las más sentidas ovaciones y aduce a la valía de esta Compañía, en lo que concierne a la danza contemporánea en Cuba.
[1] Mercedes Borges Bartutis, sobre la pieza Afrodita, ¡oh, espejo! de la Compañía Rosario Cárdenas