Search
Close this search box.

AL QUE NO QUIERE CALDO, SE LE DAN TRES TAZAS

image_pdfimage_print

Comentario sobre la peña La Potajera, auspiciada por el grupo Teatro Rumbo, bajo la guía del joven director y dramaturgo Irán Capote.

Por Emanuel Gil Milian

Quisiera decir sinceramente que La Potajera, la peña que dirige el joven dramaturgo y director Irán Capote, y que auspicia el Consejo Provincial de las Artes Escénicas de Pinar del Río, es uno de los mejores espectáculos artísticos con que ahora mismo cuenta Vueltabajo.

Desde su primera entrega en 2016 hasta la fecha, he podido comprobar que no sólo es una posible opción para reír, pasar un buen rato, sino también instaurar, a través del humor perfilado, la reflexión más aguda en torno a la vida del cubano de este minuto. He aquí lo que creo es el mayor mérito de la propuesta (pero esto lo veremos más adelante).

Al examinar cuidadosamente el ofrecimiento proveniente de Teatro Rumbo, podemos notar que en este, se han logrado muchas cosas creativamente. Por suerte, no estamos ante la simple organización de números artísticos, en la cual el espectador puede prever que después de una determinada intervención dramática o no, sigue la aparición de un intérprete musical; como acostumbra suceder tranquilamente en muchos espacios artísticos que transitan por la Piscuala u otras plazas culturales de la ciudad.

La propuesta a cargo de Irán Capote es mucho más elaborada e interesante. Se convierte la peña en un pretexto para entregarnos un material escénico totalizador, un cabaret teatral alejado de frivolidades y superficialidades -cosa que hace mucho tiempo necesitábamos donde hay una dramaturgia que potencia se integren orgánicamente a lo teatral, la danza, el performance, el humor. Y no viceversa.

En cada presentación, indistintamente serán discutidos tópicos medulares como la convivencia, la diversidad sexual, los negocios ilícitos, el triunfalismo, la violencia física y verbal, la retórica de las arengas vacías de contenido, entre otros. Debates que evaden lo superficial o lo panfletario porque están bien constituidos, pensados. El tema discutido es sustentado líneas temáticas  que fluyen y se resuelven, en la medida que la acción escénica avanza. Por tanto, es el calado, la solidez, la vocación social, lo que hace realmente interesante a la peña La Potajera.

La dirección ha jugado bien sus cartas, ha empleado recursos que le han dado resultado en la articulación de la representación teatral. Así pues, el enredo, el efecto sorpresa, la ironía, la cita, la deliberada ambigüedad que provoca descubrir cuerpos de hombres bajo los vestuarios femeninos, la buscada imperfección de la imagen (maquillaje y el físico) de los actores, la amplia diversidad de movimientos escénicos de los actores; la constante ruptura de la frontalidad y la insistente relación de los actores con el público; el poder explosivo de la palabra; lo grotesco, el pastiche, la caricatura, la parodia a elementos cotidianos como la música o determinadas consignas garantizan que el espectador no sólo experimente diversión, sino también un estado de provocación, una invitación al razonamiento sobre la vida social.

En este punto quisiera referirme a uno de los elementos teatrales que considero encomiable dentro de La Potajera: la presencia de situaciones y personajes tipos que, a manera de comedia dell arte o nuestro mejor vernáculo, son capaces de despertar comicidad a través de improvisaciones, que se ajustan coherentemente al texto original. Con ello, en La Potajera se da continuidad a esa rica zona de nuestra tradición teatral vernácula en la cual lo risible y la risa, son una estocada perfecta para penetrar inusitadamente en las cuestiones más vedadas y puntillosas (la moral, la política, las clases sociales, las costumbres, etc.) en diferentes épocas. Una tradición de irreverencia, desacralizadora que comienza en el siglo XlX con la figura de Francisco Covarrubias, alcanza su momento cumbre con los bufos y decae, desvirtúa en el siglo XX, en el Teatro Alhambra. No obstante, siempre fue imagen de nuestro más vivo carácter e idiosincrasia. Por eso estamos tan agradecidos que Teatro Rumbo retome este tipo de teatralidad.

No obstante, sí me gustaría apuntar algunos escollos que encuentro en La Potajera. Lo primero es que nos asecha el temor, porque en algunos momentos ha asomado su rostro, de que la fábula teatral y los discursos se repitan o caigan en lugares comunes. En lo tocante al gestus, la naturaleza de las relaciones de los personajes, podría decir que como suelen mantener invariable un patrón (la madre que vela porque su hija no tenga relaciones con otra muchacha o que siempre discute con su progenitora, las mismas relaciones entre las jóvenes), ya se sabe la manera en que un personaje va a reaccionar ante un suceso o situación. Mirándolo así, se cae en lo previsible. Algo que sus protagonistas deberían revisar, pues entre otras cosas fue lo que llevó a su crepúsculo a los celebrados personajes tipos del bufo (el negrito, el gallego, la mulata, el borracho, el afeminado). Otro detalle a valorar es que en muchísimas ocasiones los actores caen en improvisaciones que -si bien cuando son puntuales agradecemos por su frescura y muestra de virtuosismo de los intérpretes- a ratos suelen alargarse mucho, alejarse del debate principal y restarle progresión a la acción escénica. Y por último creo que la dirección escénica tal vez podría trabajar en que las intervenciones musicales se integraran más, con una relación de causa-efecto, a la acción escénica; pues todavía no estamos satisfechos de que cuando termina un suceso teatral, siga un número musical que nada tiene que ver con lo que le antecedió o va a suceder en la trama.

Por otra parte, cabe destacar la alta calidad del trabajo actoral. Aun cuando mucho de los intérpretes no pertenece a la tropa de Rumbo, vislumbra lo ajustados que están todos a una misma pauta interpretativa. Ellos (Arístides Martín, Lusdaily Medina, Aliocha Pérez, Yune Martínez, Yasey Muñoz, Yadira Hernández, Midiala Ríos) gozan de un histrionismo -pueden cantar, bailar, actuar- que a todos nos seduce. Incluso en ocasiones se les ve más seguros, plenos en este tipo de representaciones que en otras de teatro dramático.

Irán Capote se ha nutrido de referentes exitosos y contemporáneos como las porpuestas de El Portazo, grupo matancero que nos ha entregado varios de sus espectáculos en forma de cabaret teatral.

La gran virtud de la producción de Teatro Rumbo frente a las propuestas de El Portazo, es que mientras la agrupación matancera propone a su ritmo un espectáculo anual -lo cual está bien conforme a la complejidad de su trabajo-, los teatristas pinareños nos legan mensualmente una propuesta única. Como todos sabemos, este esfuerzo no es tan fácil en términos de producción como de rigor en el trabajo artístico, porque no sólo Teatro Rumbo hace este tipo de representaciones, sino que también gestan espectáculos dramáticos. De manera que estamos ante una verdadera proeza humana y creativa. Eso hay que reconocerlo.

El Consejo de las Artes Escénicas de Pinar del Río, y toda la cultura de la provincia han ganado mucho al sostener un espacio tan valioso y elaborado artísticamente como La Potajera, donde se puede disfrutar, reír y pensar nuestra cubanidad. Teatro Rumbo a demostrado que cabaret y vernáculo pueden dialogar y desde ahí, también hacer buen arte.