Por Roberto Pérez León
“He defendido siempre el teatro como literatura y me interesa cuidar mis textos tanto como cuida los suyos un poeta.”
Abelardo Estorino
En 1992 Abelardo Estorino recibe el Premio Nacional de Literatura. La decisión del jurado encargado de otorgar ese año el galardón debió haber sorprendido a muchos.
La literatura es germen operante. Es reacia a cualquier fusión con ella si se parte solo de valoraciones estéticas y estilísticas. Se hace hueca si abandona el compromiso con la realidad y deja de ser vehículo para explorar la condición humana.
La obra de Abelardo Estorino es la resultante del contrato que hizo con los problemas de su tiempo. Obra que cuenta con nosotros y nos demanda reflexión y acción: cualidad que, más allá de un acto estético, define la literariedad por la que recibió el Premio Nacional de Literatura hace más de tres décadas y que en estos días estamos celebrando el centenario del autor
La trayectoria dramática de Estorino se inicia con El peine en el espejo puesta en escena en 1960, al año siguiente se estrena El robo del cochino y merece ese mismo año Mención Especial en el Premio Casa de las Américas por sus aportes a la literatura dramática en la lengua castellana, a partir de esta obra el autor hace una entrega absoluta a la creación dramática.
El teatro de la década del sesenta queda marcado por Estorino con la comedia musical Las vacas gordas y la adaptación de la novela Las impuras de Miguel de Carrión estrenadas en 1962. Luego llegó otra mención en el Premio Casa de Las Américas por La casa vieja estrenada en 1964. Sube a escena en 1965 Los mangos de Caín. Además, también en los sesenta, tenemos las versiones para títeres de El tiempo de la playa y La dama de las camelias ambas representadas en 1968.
Los años setenta y los ochenta sobresalen por La dolorosa historia del amor secreto de don José Jacinto Milanés (1973), Ni un sí ni un no (1980), Pachenchoe vivo o muerto (1982) para el teatro musical y Morir del cuento obra que al ser editada por Letras Cubanas merece el Premio de la Crítica 1983. Cierra la década del 80 la comedia Que el diablo te acompañe (1987) y el monólogo Las penas saben nadar (1989) que alcanzó el Premio al Mejor Texto en el Festival del Monólogo. En los noventa tuvimos en escena Vagos rumores (1992) y Parece blanca (1994), montajes dirigidos por el propio autor.
Estorino problematiza la estructura dramática. En el proceso de composición dramática el diálogo interno de realidades éticas, sociales, culturales, individuales acentúa lo narrativo donde la acción teatral es inmanente: ¿literatura dramática?
La obra de Estorino cobra gravedad en su intensidad dramática. El discurso desafía las convenciones teatrales y literarias. Se hace singular al adquirir calado literario.
Singularidad formal. Se tejen historias integrando géneros donde lo ficcional cuestiona la realidad y se declara en inquietud crítica. La eficacia de lo teatral tributa a la constitución interna de la literaturidad sustentada por lo performativo.
Lo performativo diluye lo literario como forma simple de expresión estética. Lo performativo como instrumento para describir acciones que se realizan con solo ser enunciadas. Adquiere valor lo performativo no por comunicar información sino porque hace posible, se refiere y realiza una acción o un comportamiento que genera cambio, transformación, entendimiento, otra percepción.
Estorino en un fecundante ejercicio de creación literaria consigue situaciones de enunciación que propician la práctica espectacular. La constitución del texto espectacular a través del entrecruzamiento de discursos, de sistemas significantes disfruta de independencia y autonomía ante la literatura.
Cierto que entre esos sistemas significantes el texto lingüístico ostenta una distinción-indistinción, su exterioridad propicia la carga de lo semiológico que sustancia las potencialidades de la teatralidad que consigue sustanciarse actoralmente.
El “cómo eso actúa”, “cómo eso es visto”, “qué es lo que eso representa”, “qué es lo que eso dice” comúnmente son ejecutorias formales y estilísticas cuando se somete un texto literario a las exigencias de la representación. En la obra de Estorino son estratos semiológicos que recrean sentidos, matizan y permiten la exploración de emociones en la lectura y la representación.
Ya sabemos que se hace teatro cuando se consigue poner la letra en el cuerpo. Entonces sucede la puesta en acto, la conversión de la palabra escrita a palabra que se prolonga de manera visual y sonora en la representación.
Al leer el teatro de Estorino transitamos, desde la constitución interna del texto, por una espontánea enunciación escénica que se revela en la emanación sígnica. Se trata de un teatro para el espectador, pero además para el lector por la situación comunicacional que puede establecer y que implica una dinámica articulación entre el texto y la posible realización escénica.
Ahora bien, más allá de sus renovaciones estilísticas y audaces procedimientos formales, el poderío de la obra de Abelardo Estorino está en la captura y revelación que hace de nosotros. Cada una de sus obras es un cuento que nos cuenta prodigiosamente cuando lo leemos o lo vemos en escena.
Foto Prensa Latina