El Teatro Martí festeja con Lecuona

El escenario del coloso de las cien puertas se engalanó en la celebración de su aniversario con un homenaje a uno de nuestros grandes compositores cubanos, Ernesto Lecuona.
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Por Frank Padrón

Los 140 años del Teatro Martí, esa institución de nuestra vida cultural, fueron celebrados recientemente por todo lo alto y de la mejor manera: un concierto único dedicado a la música de Ernesto Lecuona ocupó el escenario que tantas manifestaciones de música, teatro y danza, de Cuba y de otros países, han engalanado durante todo ese tiempo.

El pianista y compositor Aldo López Gavilán, nucleó a su alrededor colegas valiosos, comenzando por su padre, el maestro Guido López Gavilán frente a la Camerata Música Eterna, que fundó y dirige.

No hay que insistir demasiado en la importancia de Lecuona en el ámbito de la música no solo cubana sino de mucho más allá; baste decir que es acaso el más universal de nuestros creadores en el pentagrama, y de este en función del cine, la ópera, el teatro, la danza…

Lecuona es apreciado sobre todo por sus aportes al melodismo pianístico del siglo XX, por sus incursiones en las principales raíces africanas y españolas de nuestra identidad mediante canciones,  instrumentales y  géneros más complejos como la zarzuela o las bandas sonoras del cine, que suman más de 850 partituras, donde late también el Caribe, pero todo con un sello tan criollo que es imposible no identificar la esencia insular en sus sainetes, danzas, criollas, caprichos o boleros, por mucho que se envolvieran en formas y ritmos foráneos.

El pianista y compositor Aldo López Gavilán, nucleó a su alrededor colegas valiosos, comenzando por su padre, el maestro Guido López Gavilán frente a la Camerata Música Eterna, que fundó y dirige.

Las múltiples facetas, de quien es sin dudas uno de los imprescindibles, fueron recreadas con fruición y amplitud por Aldo y sus invitados en el concierto que reseñamos. Con la energía y digitación admirables que comunica a las teclas, el concertista brilló a solas en La mulata, en el popurrí sobre varias canciones del autor, o en Gitanerías, donde insufló acentos jazzísticos, afortunados glissandos y creativas improvisaciones lo mismo a las piezas de matriz afrocubana que hispánica.

Unido al cohesionado ensemble que dirige su padre, sonaron otras expresiones que se definen desde sus títulos, como Danza lucumí o Conga de medianoche, que supieron explotar y trasmitir el rico arsenal rítmico impregnados en ellas por Lecuona.

Lo cantable llegó en las voces bien timbradas de la soprano Samantha Correa o el tenor Iré Daniel Jiménez, solos o unidos en esa maravilla que es Siempre en mi corazón.

Hubo oportunidad para una vertiente más popular con Annys Batista y el sonero William Borrego, quienes también cantaron a dúo, en medio de arreglos más contemporáneos que demostraron la vigencia y cercanía del músico.

Los momentos finales de unión entre pianista y orquesta, subieron la temperatura con verdaderos clásicos del repertorio lecuoniano, tales Malagueña -con la brillante actuación de la bailaora Analía Feal Benavides, del Ballet Español de Cuba- y La Comparsa.

Valga destacar la participación de virtuosos músicos en momentos puntuales de ciertas obras, que enriquecieron su proyección: el clarinetista Alejandro Calzadilla; Alejandro Águila y Jesús Estrada en la percusión.

Tanto el diseño de luces que generó atmósferas cromáticas de gran expresividad y belleza, como la eficacia del complemento audiovisual (fotos y escenas del maestro en diversas etapas de su vida) coadyuvaron también al éxito de este concierto en que todos levantamos una copa imaginaria por la salud del importante coliseo que celebró otro año de vida, y de quien también reafirmó a través de los músicos convocados su sitio inamovible en el magma espiritual de la nación: Ernesto Lecuona.

 

Fotos: Adrián Juan Espinosa