Por Roberto Pérez León
“Lo que intento hacer en mi trabajo es aunar la cercanía de lo cotidiano con la distancia del mito. Porque, sin proximidad, uno es incapaz de conmoverse, y sin distancia es imposible maravillarse”.
Peter Brook
Reportaje Macbeth a partir de La tragedia de Macbeth de William Shakesperare, asumida por Teatro de La Luna, es una puesta en escena representativa de lo que puede ser el teatro contemporáneo más allá de que sea el teatro del presente.
A veces creemos que el presente permite hacer cualquier cosa y esa cosa que hacemos la legitimamos casi siempre con una manoseada cita de las remotas vanguardias artísticas de principios del siglo XX. Algo de eso creo haber visto hace poco en El Ciervo Encantado en un espectáculo de danza “moderna”, porque digamos que es reciente; “contemporánea”, porque digamos que se hizo hoy. Pero, solo por el aspecto temporal era contemporánea o posmoderna o como quieran llamarla los hacedores del Proyecto Marte que fueron los realizadores del espectáculo.
Lo resbaladizo del arte conceptual ha dado pie para meter en el saco del arte cualquier cosa; sé que hay muchas cosas que son cualquier cosa, y de alguna que puede ser una obra de arte; arte de esa manera, pero, por supuesto, si somos capaces de recurrir a la filosofía para explicar el arte y saber que para hacer arte hay que pensar y no tener solo vagas emociones.
Ese es un rollo donde ahora no me voy a meter ahora. Aunque tengo claro que la función del Proyecto Marte me dejo muy poco satisfecho en cuanto al discurso danzario, pese a que había buenos ejecutantes.
Bailar no es hacer gimnasia ni mímica ni rítmica ni literatura corporal, mucho menos es la enunciación verbal de trasnochados textos. La danza precisa de una estructura de movimiento sensible y no de empecinados encuentros con lo conceptual desnudo y sin bolsillos donde meter las manos. Con concepto o sin él tenemos que tener cultura, buen gusto y la capacidad de componer en escena. Llamar la atención sobre la danza desde la danza misma está en otra fase ya a estas alturas del siglo XXI.
Bueno, que no voy a hablar de danza, quiero comentar Reportaje Macbeth de Teatro de La Luna, versión, diseño de escenografía, luces y puesta en escena de Raúl Martín quien, por cierto, es uno de nuestros hacedores teatrales más pegados a la danza, aunque en este montaje el movimiento tiene un impulso causalisado solo en reorientaciones dancísticas.
Hay momentos en la puesta en que la subjetividad plástica del movimiento destruye y renueva una figuración que no importa en su inteligibilidad, es para disfrutar la ludicidad que pone en suspenso lo previsible, desata el símbolo mediador entre lo visible y lo invisible.
Para tratar de hacer un análisis de Reportaje Macbeth hay que reconocer que Raúl Martín no desmonta la linealidad de Shakespeare, reformula el orden shakesperiano a través de una ejecución particular entre los conectores escénicos. Se respeta la historia, la trama es dada en todo su esplendor dramático.
El barroco es la correspondencia de todas las cosas; y, como es así, entonces es barroca esta puesta. Los sistemas que la integran no son ilustrativos ni funcionales, se conjugan en una composición semiológica que proyecta un microcosmos y macrocosmos de geometría propia de lo barroco por el desorden de las pasiones, donde se desligan los sentidos, donde no es posible domesticar exaltación alguna.
Reportaje Macbeth no esquiva la sobrenaturaleza shakesperiana. Hay una cita de Hegel sobre el arte donde convida a una “contemplación reflexiva”, justamente para conocer por dentro el arte. ¡Cuánta reflexión y razón en este montaje! “Porque, sin proximidad, uno es incapaz de conmoverse, y sin distancia es imposible maravillarse”, de alguna forma coincide Peter Brook con Hegel.
Reportaje Macbeth tiene la tónica del reportaje justamente por la mediación de audiovisuales donde el texto shakesperiano es desenvuelto, no intervenido, para llegar a una perspectiva actual del mismo. Los videos tienen una muy profesional puesta en pantalla que ha estado a cargo de Ismario Rodríguez.
Reportaje Macbeth queda posicionado desde la noticia, las entrevistas, los comentarios que permiten un crecimiento orgánico de lo narratológico por la logicidad de la invención teatral. Esta táctica de abordaje escénico del teatro clásico resulta muy efectiva dramatúrgicamente en la medida que concatena acciones y pasiones. Este recurso de la puesta en escena no fragmenta, todo lo contrario, agrega ilación a las intenciones de este Macbeth sin estancamiento alguno.
No hay emulación estética entre el empleo de audiovisuales y las escalas de la horizontalidad en la puesta. Los videos no instruyen ni complementan, significan, participan con plenitud en la edificación de la semanticidad y semioticidad galopante del montaje.
El Reportaje Macbeth de Teatro de La Luna manifiesta una particular perspectiva actoral. Creo notar la latencia de un proceso de construcción desde la autorreferencialidad y autopoiesis, donde la recursividad, como cita de sí mismo, está en el ánimo escénico: proceso que artiza y genera una entropía estética movilizadora, y no se asuma entropía como desorden, veámosla como fuerza que hace posible el equilibrio entre lo disímil y lo coincidente.
Creo que un buen actor no es el que me produce la ilusión de tener delante al personaje que está interpretando; un buen actor es aquel que me hace hasta olvidar ese personaje que tan diestramente está haciendo y genera un sentimiento que me renueva; y, claro, como dice Martí, hace que corra sangre nueva por mis venas; un buen actor no es quien mejor imita sino quien crea y encuentra en él mismo un equivalente del personaje.
En general entre buenos actores sucede Reportaje Macbeht. Aunque, no estoy del todo de acuerdo con algún que otro trabajo que no veo cónsono con la experiencia espiritual individual que se produce en escena.
Hay actuaciones que tiene como denominador común la profusión, la persistente eflorescencia de una gestualidad que supongo sean limada en el transcurso de las representaciones.
Las actuaciones, como sistema significante, tienen una relevancia insoslayable en la puesta; la estrategia presentación/representación da sensualidad, otra sensorialidad, hace ver personas en el escenario, presenciamos una humanidad más allá de lo construido intelectualmente. Y en esta argamasa vinculante hay momentos abstractos, vívidos, coloridos, cotidianos, divergentes, no a personajes conceptualizados que se mueven entre una definición o personajes por la procuración de un texto o de un director.
Quiero destacar la majestad actoral de Yaikenis Rojas en lady Macbeth, esta joven crea un espacio autógeno con una gravitación arrasante, y supongo que debe ser muy difícil para quienes la acompañan en escena emparejarse a su sustantividad; por otra parte Amaury Millán sabe ser sensitivo, impresionable, resuelve su personaje sin el rumor del fatalismo, hechiza por la serenidad de su presencia que agencia un sentido particular a su dialéctica actoral; harina de otro costal hay en las tres brujas: piano, violín y guitarra eléctrica: Laura de la Caridad González, Isaac Soler y Ernesto Fonseca respectivamente; esas brujas son la primera y más sostenida sorpresa, hacen que la música “sumergida en el mundo prelógico, no sea nunca ilógica” desde una tarima como único elemento escénico sentencian, revelan y proyectan misterio.
El vestuario en esta obra es de Celia Ledón y potencia con hechizada languidez arborescente el paisaje escénico de una puesta que tiene un diseño de luces condicionante de una espacialidad donde late la escenografía genitora de lo real y de lo invisible. En la agudeza metafórica de las luces tiene ganancias la supremacía estética-ideológica de “La tragedia de Macbeth”, sin el mediocre mejunje crítico-social que a veces vemos en algunas representaciones tan de moda últimamente.
La ausencia del signo es de una semioticidad esplende en esta puesta: solo espacio con atmósfera escenográfica convincente, sin objetos escénicos; lo axial del esquema iconográfico está en la movilidad corporal que busca una floración de resuelta plasticidad danzaria donde se alcanza una figuración per destare l’ingegnio, como recomendaba Leonardo: excitar el ingenio para ser capaz de inventar.
Reportaje Macbeth ni es real ni es fantástica, tampoco vanguardista ni posmoderna ni posdramática ni nada que ver con esos pitos y esas flautas que suenan vacilantes cuando se carece de solidez cultural, buen gusto y capacidad para componer en escena.
Reportaje Macbeth tiene, como corresponde, cualidades estéticas a lo Raúl Martín quien bien sabe que desde el modernismo las estrategias del arte han cambiado y no paran de hacerlo. Pero no se trata de inventar el agua caliente ni de masticar el agua tibia.
Si nuevos significados se buscan tendrá que ser sin delirio arbitrario, tendrá que ser bajo el paradigma que de lo contemporáneo supo ver Max Ernst al definir el collage como encuentro de realidades distantes en un plano ajeno a ambas: La Habana cumpliendo cinco siglo y “las energías sociales del Renacimiento Inglés”, en el escenario de la sala Llauradó.
Reportaje Macbeth es una puesta en escena cuestionadora, antidisciplinaria: no se hace teatro, se teatraliza el efecto que el teatro puede producir; eso es, el efecto de la expresión; libertad de expresión; tecnología de la expresión buscando una perceptiva del hecho teatral con coordenadas de irradiación de “doble refracción”, como dijera Lezama, cuando es certera la fusión indivisible entre la Realidad y el Mundo de la obra.
Fotos de Ismael Almeida, tomadas de Enfoque Cubano.