Del virtuosismo al sentido: el desafío narrar en solitario

image_pdfimage_print

Por Alexis Peña Hernández

Durante los últimos años, el panorama escénico cubano se ha caracterizado por la multiplicidad de voces que conviven con la saturación de estímulos, perdiéndose la esencia creativa en solitario y dando protagonismo a grandes elencos en el escenario.

Luego de cinco años en pausa, el solo de danza volvió a reclamar un espacio central y a tomar protagonismo a través del resurgimiento del Concurso de Coreografía e Interpretación Solamente Solos, celebrado en Camagüey los días 28 y 29 de noviembre de 2025.

El programa del evento incluyó charlas de intercambio, proyección de audiovisuales y una muestra coreográfica no competitiva, todo en función de rescatar el certamen que durante 24 ediciones ha puesto en alto el nombre de bailarines, coreógrafos y compañías de todo el país, a la vez, reposicionar la creación en solitario como una de las principales variantes coreográficas en la formación del artista.

La creación en solitario no debe asumirse como un gesto de aislamiento forzoso, ni como un recurso de emergencia ante la falta de condiciones, sino como una herramienta de profundización artística que permite al cuerpo narrarse desde su intimidad más lúcida, sobre todo en tiempos de incertidumbre social, económica y también estética, en los que deja de ser una tabla de salvación para convertirse en un terreno fértil, donde el creador puede repensar su identidad, sus impulsos y su relación con el mundo.

Por años, la visibilidad de los intérpretes dependió de la prensa, los circuitos institucionales o de la fuerza promocional de ciertas compañías; sin embargo, el solo ha logrado abrir grietas en ese sistema a partir de la experiencia del bailarín que decide narrarse desde la soledad escénica, entonces el foco cambia de manos; es el cuerpo quien escribe, edita y dicta el ritmo de su propio relato, gestando un peso político en un sector donde la auto representación continúa siendo un desafío.

La historia de la danza ha demostrado que el bailarín, cuando se enfrenta a sí mismo, encuentra niveles de honestidad que pocas veces emergen dentro de un engranaje colectivo. La danza en solitario ofrece una visibilidad particular y se transforma en un dispositivo que amplifica la singularidad. Es un modo de decir “aquí estoy”, pero también “esto es lo que soy”, sin filtros, sin intermediarios.

Precisamente el reto está en auto narrarse, esto exige un ejercicio de introspección que va más allá de la destreza corporal. Cuando la danza carece de emoción, el cuerpo se resiente, no solo se empobrece el discurso, sino que se contrae el rango expresivo, como si la anatomía misma padeciera la ausencia de sentido. Entonces se encuentra un espacio para revelar, con especial nitidez, esa relación entre emoción, dolencia, límite físico y gesto, en ese momento el bailarín no puede esconderse detrás del grupo; su vulnerabilidad se vuelve método.

De esa fragilidad nace un proceso fundamental, la abstracción. Bailar en solitario implica un estudio que permita separar, a veces con bisturí, el movimiento de la interpretación; como una forma en la que el bailarín logra comprender dónde se sostienen las potencias y dónde habitan las fracturas, con este distanciamiento autocrítico el intérprete podrá reorganizar su propio lenguaje.

Por eso el solo ha adquirido hoy la dimensión de refugio creativo, especialmente para jóvenes que aún no han definido sus pautas estéticas ni sus intereses personales. Cuando no existen espacios suficientes, cuando el diálogo con otros creadores se vuelve esporádico o inaccesible, autoproducirse y autocoreografiarse deja de ser un capricho para convertirse en una vía de maduración.

Resulta necesario insistir en que un solo no es un escaparate de virtuosismo, la destreza técnica solo adquiere sentido cuando se utiliza para decir, no para deslumbrar. Hoy, más que nunca, la danza exige equilibrio entre el formato performático y el mensaje, para ello la pregunta clave ya no será “¿qué tan espectacular es mi cuerpo?”, sino “¿qué puedo aportar como creador desde mi cuerpo culturalmente construido?”. Ese cuerpo, atravesado de historias, sus marcas, sus contextos sociales, constituye en sí mismo un archivo, entonces él solo es la lectura en voz alta de ese archivo.

En un momento en que la danza contemporánea busca reconfigurar su sentido social, el Solamente Solos reaparece como un espacio de resistencia y trayectoria, convirtiendo al solo más que en una danza discursiva, en acto poético, político y humano.

Porque bailar solo no es quedarse aislado, es asumir el riesgo de hablar desde la propia esencia, sin escudos, con la convicción de que la autenticidad también es una forma de compromiso con el público.

Fotos © María Félix