Le Grand Ballo del Core Meu, posible antídoto para la agonía

image_pdfimage_print

Por Andrés D. Abreu

El rito de una danza en trance como antídoto a la mítica picadura de una tarántula venenosa ha sobrevivido siglos, gracias a los ritmos musicales que generó y las fiestas paganas que lo han celebrado hasta hoy desde el sur de Italia.

Músicos como Antonio Castrignano dejan sus alientos en hacer perdurar esos sonidos y cantos folclóricos en la contemporaneidad, salvando la posibilidad de la fábula de un nunca morir si se baila con ella. Y de pronto, esa música y sus bailes en trance de las Notte della Taranta se encontraron con un intrépido coreógrafo como Jean-Christophe Maillot y una dotada compañía de talentosos danzantes como Les ballet de Monte-Carlo. De ese encuentro se engendró una indiscutible espectacular creación: Core Meu.

Los cubanos que acudieron los días 16, 17 y 18 de mayo a la Sala Avellaneda del Teatro Nacional agradecieron, con frecuentes aplausos intermedios y cerrados aplausos finales, la posibilidad de disfrutar de gran baile que Maillot coreografió para llenar con imágenes en movimiento la lírica y rítmica atmósfera sonora de tarantela salentina, compuesta por Castrignano y ejecutada por su orquesta de Apulia.

Media centena de cuerpos académicamente bien entrenados para el danzar, dispuestos y exigidos a exaltar estéticamente los jubilosos modos de expresión de esta vivaz cultura popular tradicional. Herencia de cantos y bailes sostenidos en el tacón de la península itálica, bañada por los mares Adriático y Jónico.

Y fueron, indudablemente, esas aguas marinas que conforman el Mediterráneo, fuente de inspiración para el diseño de un vestuario escénico -habilidosa creación del español Salvador Mateu Andujar, Premio Nacional de Jóvenes Diseñadores (1994)- evocación a algas, conchas, olas, espuma, velas, incluso sirena, desde las telas que envuelven y se desprenden del talle de las bailarinas, con la ligera complementación de bailarines arropados como simples atléticos marineros.

Mucho de clara luz lateral para alimentar la visión de los trazos de todo esa coreocinética concebida desde el tejido acompañante hasta la diversidad escultórica exhibida en intrépidos movimientos por un cuerpo de baile bastante diverso en su conformación de procedencias e identidades, expuesto en más detalles en los marineros torsos desnudados tras los primeros cuadros de la composición coreográfica.

Maillot demuestra el don y la experiencia del dominio del espacio escénico, del juego de roles y de planos de acción, de entradas y salidas protagónicas de los danzantes sin abandonar nunca un escenario descubierto dónde también son intérpretes los musicantes.

Aunque, la dramaturgia de fábula abierta, sin narración precisa desde la recreación de una fiesta alegre domina la obra, no dejan de establecerse ciertos conflictos amorosos, sexuales, eróticos, dinámica de la seducción y el desapego que permite enunciar ciertas historias breves de pasiones construidas en el desarrollo danzario  de varios pas de deuxpas de trois   y hasta un pas de six, dónde cinco marineros se disputan el aprecio de una bailarina-alga; ella al final se escabulle de todas esas manos marineras para coquetear casi en proscenio con el cantautor de la bella tarántula.

Dentro de los trabajos grupales destaca también un pas de quatre de bailarinas donde se lucen los ágiles movimientos rítmicos y cortados de piernas y brazos mientras las ondulaciones corporales abrazan más lo melódico. Impresionante por su despliegue de saltos, giros y vibrante desarrollo movimental es el baile de los dieciséis marineros, solo superado a nivel de catarsis por ese impresionante trance final de toda la compañía. Muertos en vida danzante quizás, vivos por danzar con el corazón palpitante y percutiendo a ritmo a fuertes aplausos.