Por Roberto Pérez León
El espectáculo del domingo Día de las Madres de Danza Espiral tuvo mucho de poema. En la acogedora sala El Mirón Cubano se produjo un armonioso programa donde la danza, por gravitación y levitación, expresó las plenitudes de la agrupación matancera. La función tuvo dos partes. Primero Eclipse y luego del intermedio Tiro y Retiro. En simpatía se conjugaron obras coreografiadas por Liliam Padrón, algunas interpretadas por ella misma.
Eclipse es el rescate de una devoradora sentencia poética. La danza que hace Liliam Padrón en Eclipse se sostiene en la pérdida, en el archivo de una memoria, en emociones fugaces, en el despojamiento de lo extrañeza y lo súbito, en la intención y el convencimiento sin mixtificaciones.
El movimiento en Eclipse tiene de atributo y a la vez de tributo con riguroso misterio. Eclipse es adivinación de la alegría por transparencia. Eclipse es plástica, escultura, danza con sonoridades hipostasiadas.
La visualidad escénica articula movimientos en el marco de una instalación conceptual que tensiona la emocionalidad y las sensaciones. Danzar se erige en procedimiento dramatúrgico plástico-poético.
Liliam Padrón como intérprete no deja espacio vacío. Aunque sí crea vacíos. Pero no de ausencias, sino de espacios llenos de posibilidades potenciadas por la plenitud de la imagen. El vacío que proclamaba Lezama Lima, el que por un lado es “espiritual, órfico e infinito”, y por otro es realidad terrenal codificada por un barroco de animismo plantado. Curiosamente Lezama coincide con Peter Brook al entender el vacío como una ausencia que lejos de ser carencia es espacio de potencialidad y creación.
Potencialidad y creación en progresión tonal hacen de la interpretación de Liliam Padrón en Eclipse una furia de fragmentos y metamorfosis movimentales.
Eclipse se vuelve presencia, gestus en combinación de gesto físico, expresión corporal y acción. No se trata solo de movimientos sino de subrayar significados ideo-estéticos. El contexto dramatúrgico es avivado por una pantalla gigante de fondo donde se danza en diálogo con el escenario. Se produce, entre acarreos y develamientos significantes, un ordenamiento cruzado del espacio.
El efecto plástico coréutico de la pantalla como paisaje de visión ahonda indiferenciación por razones físicas y emocionales. Ocurre una fusión que es fulguración incesante entre la pantalla y la escena. Las estructuras movimentales: escenas, frases, gestos en sus resignificaciones por transferencia pantalla/escena adquieren una progresión tonal dichosamente novelable.

Se alcanza la dimensión conceptual del movimiento y su función sintáctica que hacen posible lo verdaderamente dancístico diferenciado de lo kinésico distanciado de lo coréutico como esencia del movimiento. Por otro lado, en lo coreográfico, como construcción estético-compositiva, funcionan códigos que metamorfosean el movimiento desde una perspectiva físico espacial que puede incluso arañar la poesía, como punto volante del poema diría Lezama Lima.
En la función que comento la segunda parte fue Tiro y Retiro: fidelidad acumulada y trasmitida, doble frenesí. También acá la pantalla, como en Eclipse, no ilustró, sino que denotó.
Una merecida prevalencia tuvo en Tiro y Retiro Gelsys González de León quien durante muchos años ha pertenecido a Danza Espiral y ya anunció su retiro como bailarina, mas no de la danza.
Tiro y Retiro, a manera de homenaje, cerró la función con fragmentos de coreografías de Liliam Padrón bailadas por la totalidad de la Compañía: La sombra de los Otros, El No, Las simples cosas y La Edad de la Ciruela obra antológica interpretada y coreografiada por Liliam Padrón directora de Danza Espiral y quien, por su vitalidad creativa, su opulenta resistencia y sus distinciones a la danza cubana cada año, desde hace varios años, espero que se le confiera el Premio Nacional de Danza.
Liliam Padrón y Gelsys González de León bailaron sin melindres los primores de la golosina coreográfica que es La Edad de la Ciruela.
De nuevo destaco que en Danza Espiral la dramaturgia músico-danzaria es la resultante de una estimulación creativa que funda espacios rítmicos, atonales, timbres y velocidades que generan efectos inquietantes, flexibilizaciones en el tempo, pulsaciones que figuran majestuosidades o delirios sonoros.
Las obras coreográficas de Liliam Padrón tienen en la música una particular zona de concurrencia. La música en la composición escénica devela y atrapa el animismo de la corporalidad autorreflexiva de cada danzante cual territorio de significación.
La música en la poética de Danza Espiral tiene enfatiza movimientos y gestualidades en una visualidad que acentúa central o periféricamente la dinámica de la puesta en escena.
Fotos: Yuris Nórido