Tras el puñal de Charlotte

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Por Frank Padrón

La mítica asesina de Jean Paul Marat en el Palais Royal  durante la controvertida Revolución francesa ha inspirado cuadros, relatos, piezas…

No escapó a la seducción que personaje y tema acarrean, nuestra coterránea Nara Mansur con su poema dramático Charlotte Corday que recientemente subió a las tablas bajo la égida de Lizette Silveiro y su grupo La Chinche.

Justiciera o asesina, revolucionaria o contra, frente a un represor que no por ello deja de ser un hombre enfermo y sufriente, la autora juega con las posibilidades, los objetos de la polémica y las dualidades, las contradicciones de los personajes enjuiciados por historiadores y analistas políticos, aunque ella no juzga: expone los hechos, o más bien los recrea desde las libertades de la prosa dramática y las imágenes tropológicas de la poesía donde puede indagar mejor en los abismos ontológicos y sociales, los dobleces que también oculta el filo del cuchillo justiciero o criminal.

A la reflexión poetico- escénica se suma el contexto, el fenómeno sociopolítico que constituyó la Revolución en esos meridianos europeos, un torbellino que devino, como se sabe, referente e inspiración, pero también crítica y juicio: a sus iniquidades, a sus ideales traicionados por muchos de sus ideólogos y cultores, a sus crueldades innecesarias que la tornaron no pocas veces lo contrario a su esencia primigenia, también presta sensible voz Mansur.

En su puesta, Lizette y el colectivo que dirige pluralizan el sujeto en una motivadora postura simbólica que resume la cantidad de mujeres que habitan bajo el mito y la persona real que fue Charlotte: prostituta, vengativa, feminista, madre, líder, heroína…

Sobre una escenografía tan funcional como minimalista, un vestuario y maquillaje que refuerzan el tono esperpéntico del montaje, el personaje central se bifurca en una coralidad que enriquece la actante multiplicando también las lecturas en torno a sus motivos, su acción y las diversas aristas de su personalidad.

La proyección coreográfica de los actores complementa tal perspectiva con un desplazamiento espacial que semantiza y resignifica la escena, prolongándola más allá del topos que enmarcan los hechos y tornándola cercana, hasta cotidiana.

Valga resaltar el trabajo de la profesora de danza Yindra T. Regueiferos – muy bien asimilado por las actrices y actores que interpretan a la mítica asesina y su víctima-, y el de los expertos en la música, su colega de canto Yohanne de la Torre, y el musicalizador Nelson Comas, tanto en la solfa extra como intradiegética.

A propósito de un grupo de canciones cubanas que contextualizan el relato, las vocalizaciones son irregulares, algunas notables (como la de Yass Castillo), otras (digamos, una de las actrices que cantó Vete de mí) fuera del tono en que se grabó el back ground.

Hablando de los desempeños, se aprecia un cohesionado trabajo de equipo, imprescindible ante la aludida coralidad del sujeto.

Yass y Ana Lucas están en todas las funciones mientras Lia Romero, Amada Acosta, Sheila Castellanos Carla Grimal , Leira Díaz , Mariana Hernández y Diana Laura Rubio alternan en dos elencos, como también los dos Alejandros que encarnan a Marat y su documento: Bolaños Cordero mucho más en personaje, mientras Viñales Estrada debe cuidar en general la dicción, sobre todo cuando lee.

Las luces de Roberto Gonzalez diseñadas por Marvin Yaquis consiguen acentuar la atmósfera de abigarramiento y delirio que requiere el texto, al que a propósito se incorpora un rap («reparteado» y…repartido también entre los actores) que adiciona energía y expresividad a la ya de por sí vibrante puesta.

Estas incursiones en la historia desde miradas poéticas se agradecen mucho, pues enriquecen nuestra visión sobre aquella y a la vez lo hacen respecto a la estética y el radio de acción del propio teatro.

 

Foto de portada: Manuel Alejandro