Por Frank Padrón
El célebre dramaturgo italiano Darío Fo (1926-2016) escribió, en los años 60 del siglo pasado, una serie de cuadros que vindicaban la juglaresca y su función social en la pieza Misterio bufo, donde diversos episodios de los evangelios se habrían representado por esos teatreros ambulantes durante el Medioveo con una perspectiva radicalmente opuesta a como los concebía la iglesia: a veces irreverente, otras con humor y picardía, casi siempre desde una interpretación más terrenal que mística, lo cierto es que esos pasajes bíblicos eran resemantizados y llevados a un lenguaje popular .
Así, entre el Misterio Bufo propiamente dicho y los Textos de la Pasión, la obra emplazaba, además la exclusividad burguesa de la representación teatral, los manejos del poder intentando apropiarse tanto del arte como de las exégesis bíblicas y la importancia del juglar como actante del teatro callejero.
Rubén Sicilia y su Teatro del Silencio se acercaron recientemente a la pieza del también actor e investigador escénico en una puesta donde se representaron algunos de sus cuadros.
Debe señalarse que no todos estos gozan de la misma fortuna desde el punto de vista de la escritura: «El milagro de las bodas de Caná» por ejemplo, diatriba entre un ángel y un beodo no extrae todas las posibilidades del referente y no descuella precisamente por la frescura y la gracia que pretende.
Otras veces hay cierta desproporción en el desarrollo de personajes y ciertos puntos del relato que se reiteran o no se desarrollan con la enjundia esperada, pero también se aprecia agudeza y profundidad en más de uno, como en «Loa de los azotados» o en «Juego del loco bajo la cruz».
Sicilia y su grupo, de cualquier manera (aunque para una próxima temporada pudieran «pasar la mano» a algunos de esos pasajes para mejorar las limitaciones señaladas), nos han acercado una lectura orgánica y sensible de la pieza, en cuya puesta se aprecia un notable rejuego con las posibilidades del espacio , dentro del cual los actores se mueven a través de desplazamientos coreográficos y donde un mínimo de recursos se aprovecha creativamente en función de las singulares atmósferas que reproducen los episodios.
También descuella el uso de la música en tanto herramienta diegética que se suma al discurso enriqueciéndolo, y en donde los actores realizan un digno trabajo.
Estos (Mirtha Lilia Pedro, Maylin Anglada y Miguel Fonseca), se desdoblan en diversos personajes y/o narradores los cuales bordan con no poca fuerza histriónica y ductilidad.
Válido el intento de esta compañía respecto a desempolvar un repertorio valioso con obras y autores que desde la distancia y el tiempo siguen disertando escena mediante acerca de temas y conflictos con plena vigencia y a los que nuevas aproximaciones teatrales pueden revitalizar y contextualizar.