Por Roberto Pérez León
Si existe un término en las artes escénicas manoseado es el de performance. Pese al uso, abuso y estropeo sigue de moda. Por su polisemia cada vez se torna más pertinente.
Todo el que se para en un escenario ya sea para bailar, actuar, discursar, los deportistas, los conferencistas llaman a sus accionares performativos. Performance es un término que las artes escénicas han acaparado casi en exclusividad. No obstante, las artes plásticas fueron las que le dieron los primeros toques y lo convirtieron en una experiencia estética de particulares manifestaciones sobre todo para espectadores.
Es de notar que la performance no podemos reducirla a la teatralización. Cierto que en ámbito de lo escénico el teatro puede aportar énfasis a la imagen performativa al reforzarla y lograr en el espectador una percepción potenciada.
Desde 1916 la performance tiene un aliento sígnico oficiante, un sentido social comunicante por la imagen, y fue cuando en el Cabaret Voltaire de Zurich, cual arca de la alianza, se testimonió la urgencia de una revolución formal y conceptual donde la ludicidad generara la artisticidad de lo azaroso y lo improvisado. Allí se propició el desarrollo de una plataforma intelectual transgresora, de fuertes calibres sociales que permitió a intrépidos creadores presentar y no representar acudiendo a una multidisciplinariedad clave en el accionar de ideas para un actuante discurso plástico visual.
El performance en su contingencia y accidente ofrece un fluir en la exploración de ideas y conceptos como medios para las acciones guiadas por la simplicidad de la improvisación, su libertad y experimentación ideo-estética e incluso ética.
El performance tiene en su médula alcance e impacto social. Podemos hablar de performance social que presupone, más allá de lo artístico, la confluencia de ciencia y tecnología. Digamos que las invenciones tecnológicas al ser registros de performances sociales son depositarias de soluciones y precisiones en las problemáticas sociales.
Una invención tecnológica como producto de la sociedad es también un factor determinante en la performance social al penetrar y esclarecer coordenadas del desarrollo.
En la trayectoria del término queda un registro conceptual significativo cuando en 1962 John Langshaw Austin publica Cómo hacer cosas con palabras donde centra su estudio en la performatividad del lenguaje, es decir en cómo las palabras por sí mismas pueden generar acciones. Se inicia entonces la expansión del concepto que alcanzará, desbordando su ámbito primigenio, envergadura epistémica al transitar desde la lingüística al hacer científico social contemporáneo.
Así, el término performatividad sobrepasa su nivel lingüístico y se intrinca más allá de los actos del habla en reflexiones alrededor de discursos generadores de cambios en el estado de las cosas en las esferas artísticas, científicas y sociales.
Inmediatamente la performatividad generó el concepto de performance. Podemos distinguir que la performance, más allá del ámbito artístico y en particular el escénico, refiere académicamente a la dinámica de las interacciones entre actores sociales o un actor social y su contexto socio cultural. Mientras la performance se refiere a la acción como comportamiento en un entorno determinado, la performatividad per se hace referencia a la capacidad de convertir en acciones determinadas expresiones que permiten que el acto vivo sea una proyección verdadera y no un simulacro o una representación.
Tanto una como la otra son prácticas de resistencia. Resistencia como creación de acuerdo al criterio deleuziano. Porque resistir no es oponerse simplemente. Resistir como fuerza productiva es un acto de creación de algo nuevo. Lo que no quiere decir que la resistencia sea un suceso común. Como acto de creación y afirmación no es un acto corriente, está relacionado con un modus operendi de múltiples singularidades que precisa de determinadas subjetividades.
Performatividad y performance son ejercicios para retar las estructuras o normas establecidas y crear nuevas formas de ser y actuar desde perspectivas sociales, culturales, artísticas.
Considerando que las invenciones tecnológicas inciden performativamente en el funcionamiento y comportamiento de la sociedad a la vez que se constituyen como actores de la performance social, acudo a un curioso ejemplo de desempeño pragmático de acción individual en un contexto alejado de la creación artística, pero contundente como realización ideológica y política como performance social sin poquedades. Desde esta perspectiva la performance alcanza su valencia empírica y se convierte en comportamiento icónico en el marco de la producción tecnológica y de los procesos sociales, así como en la construcción de conocimientos.
La memoria histórica del siglo XIX cubano cuenta con un hechizante hacer tecnológico que como performance tiene un continuo en el pensamiento social en medio de nuestra Guerra de Independencia.
Arturo Comas Pons, animoso sabio bejucaleño, se le considera pionero de la aviación al diseñar y crear un velocípedo aéreo en 1893, antes de que los hermanos Wright lo hicieran en 1903. Resulta que Comas Pons, sin delirios consideró que su invento era potencialmente útil para la causa independentista y se dirigió a José Martí en carta fechada en Bejucal el 23 de mayo de 1893 para brindarle su velocípedo aéreo como arma de guerra.
Así le escribió a Martí:
“Martí, las ventajas que puede proporcionarnos este velocípedo aéreo no creo que se oculten a su perspicacia, toda vez que con media docena de velocípedos se puede arrojar, en medio de la noche, una lluvia de bombas sobre una población o campamento, y sobre todo, con el terror que ocasionaría una cosa oculta y desconocida…” *
La respuesta llegó seis meses después de parte de Félix Iznaga a nombre de la Junta Revolucionaria. Se le informaba a Comas Pons sobre la imposibilidad de aceptar su oferta debido a que los pocos recursos que se tenían debían dedicarse a la compra de fusiles y balas.
El hecho hace pocos días, en el mes de mayo, tuvo uno de sus célebres y olvidados aniversarios.
*Contribución a la historia de la aeronáutica y en correo aéreo en Cuba. Instituto Cubano del Libro, 1972
Foto de portada: Plano dibujado por Comas Pons. Tomada del sitio Impacto Venezuela.