Por Norge Espinosa Mendoza
Alegra saber que el nombre de Armando Morales no está ausente de esta nueva edición del Festival de Teatro de La Habana. Gracias a la exposición curada por Rubén Darío Salazar y Zenén Calero desde Teatro de las Estaciones, nuestro maese titiritero por excelencia está visible, como merece su trayectoria y su legado. Con la exposición Una isla llamada Armando, se asiste a este encuentro con el actor, diseñador, dramaturgo, maestro de tantas y tantos, que ocupó hasta su fallecimiento la dirección del Teatro Nacional de Guiñol, en 2019. Había llegado a esa pequeña salita del edificio Focsa a solicitud de los creadores de esa compañía: Carucha y Pepe Camejo, y Pepe Carril. En aquel instante, ellos necesitaban de alguien que les asesorara en la técnica del papier maché, y fueron a dar con Armando, estudiante por esos días de Artes y Oficios. Alumno además de la Academia de Arte Dramático donde era becario, se fascinó con el mundo que los Camejo y Carril habían creado, tras conocerlo mejor en las funciones que ofrecían en el teatrino del Jardín Botánico. Y ahí se quedó para siempre, abriéndose paso entre sus condiscípulos de la Academia, como Carlos Pérez Peña y Xiomara Palacio, y convirtiéndose luego en uno de los artistas de referencia de esa institución fundada hace ya 60 años.
La exposición puede verse desde la entrada misma de la sala Hubert de Blanck y continúa en el piso superior, a solo unos pasos del escenario. Las fotos que vienen desde los años 60, recuperan la imagen de un creador irreverente y siempre experimentador, que poco a poco filtró lo aprendido junto a sus maestros para crear una poética muy personal, que llevó a otros puntos del país, regresando a Guantánamo, a Guanabacoa, a los paisajes de la Cruzada Teatral, sin descanso. Nacido en 1940, atravesó fuegos y recelos, confió siempre en las artes plásticas como un medio vivo, y se arriesgó creando espectáculos que demostraron su talento para la escena, como su versión de Abdala, o La república del caballo muerto.
Su teatro de figuras se parecía a él mismo, siempre provocador, nunca satisfecho del todo, y ansioso de nuevo contacto con sus espectadores, dondequiera que eso pudiese suceder. Ganó el Premio Nacional de Teatro en el 2018, sin adivinar que le quedaba poco de vida. De vida física, quiero decir, porque como muchos de los personajes a los que animó, pervive en otra idea de la existencia misma.
Quiero agradecer desde la aparente distancia a Teatro de las Estaciones por esta muestra, que ojalá hubiese podido abrirse en el Teatro Nacional de Guiñol. Como parte de la fe que tenemos en que ese sitio vuelva a ser la Casa Nacional de los Títeres, bajo la guía de Rubén Darío Salazar, esta exposición nos devuelve el recuerdo de quien fue ahí rey y señor, agitador y maese, poeta de lo visual y lo dramático, y alentador de debates acerca del arte de la figura animada. Así como él quedó fascinado ante la verdad que descubrió ante una representación de Belén de Cuba, de sus maestros y guías en el ámbito del títere, nosotros lo recordamos como un ser excepcional e insustituible. Como tributo y repaso vivo de su herencia, toda la isla, durante estos días, se llama Armando. Armando Morales.
Fotos tomadas de la página en Facebook de Rubén Darío Salazar