Search
Close this search box.

Pedir la mano «contra viento y marea»

image_pdfimage_print

Por Norah Hamze Guilart

Aguacero torrencial, fuertes vientos y presagio de lluvia no pudieron impedir la asistencia de los espectadores el pasado domingo y último día de abril, para despedir la temporada de celebración por los 30 años de Teatro Pálpito en la sala Adolfo Llauradó de la capital.

No es casual que la agrupación escoja la versión de Maikel Chávez sobre el simpático texto de Antón Chejov, y que Ariel Bouza, su director, a partir de una puesta en escena muy básica en la concepción espacial y el argumento, se proponga sostener la programación durante cinco fines de semana para reafirmar las tres décadas de existencia, a pesar de las dificultades con el transporte y otros inconvenientes que desmotivan e impiden a veces la asistencia al teatro.

Para comprenderlo, se hace necesario remitirnos a la fundación de Pálpito el 25 de marzo de 1993 en pleno Período Especial, en medio de interminables cortes eléctricos, sin transporte público, con escasez de alimentos, y con la intención primordial de rescatar la risa perdida y estimular la fe en un futuro posible y mejor para todos; y esta pieza sencilla, reafirma esa y otras pautas que han sustentado el ejercicio creativo del grupo a lo largo de estos años.

Cuidao con el perro que muerde callao…

Si intentamos desmenuzar la representación podemos constatar que, desde el archiconocido estribillo musical que la introduce, los espectadores se ubican frente al campesino cubano, aspecto reafirmado con un taburete en primer plano, junto al marco de una puerta y varias señales que componen la escenografía minimal, móvil e instalativa, para funcionar en espacio convencional o alternativo, como habitualmente ha hecho Pálpito.

Por otro lado, sobre los intérpretes descansa todo el peso de la puesta en escena; deciden si es aceptada o no. Para ello deben estar muy bien entrenados en el arte del actor, creer en lo que hacen, y a la vez defender sus roles desde una “postura crítica” (distanciamiento brechtiano) para lograr que el campesino cubano –personaje tipo construido como máscara, muy enfático en la gestualidad– dialogue con la tradición vernacular del teatro y con nuestra realidad social, estableciendo un contrapunteo a través del humor; ello nos revela otro de los presupuestos estéticos fundacionales del colectivo, en aras de lograr la comunicación directa y contaminante con el espectador como pudo verificarse en cada una de las presentaciones durante la temporada.

Esas pautas, donde además los actores reproducen crujidos, chasquidos, murmullos, portazos (según se trate), combinados con grabaciones de sonidos del ambiente bucólico, componen el universo sonoro rudimentario sobre el que se erige una puesta en escena, que solo aspira a propiciar un encuentro gratificante con el público, capaz de proporcionarle un poco de alegría. Interpretaciones convincentes, con cadenas de acciones bien estructuradas, coherentes con los personajes, las situaciones, apoyados en técnicas de la pantomima, el uso de objetos imaginarios, y con la carga de verdad necesaria aun cuando se muevan dentro de códigos farsescos, ha sido otra evidencia que ha identificado al hecho teatral en Pálpito y a su líder.

No es de extrañar que los asistentes asimilen la convención establecida y acompañen con carcajadas la presentación desde las primeras apariciones en escena. Ellos aceptan de inmediato las reglas de juego y comprenden que les están ofreciendo un divertimento, aunque lleve implícito otras lecturas que enlazan a esos personajes tipo, distantes de la sicología social del campesino cubano actual, con el nuevo contexto de nuestra realidad, sin acudir a posturas agresivas o groseras.

Creo que –en gran medida– en ello radica la conexión con el espectador, sumado a la entrega de un elenco joven que cree fervientemente en lo que hace, se compromete con la defensa de sus roles y se ha dejado conducir por la rigurosa mano de su director, entrenado en la formación de actores profesionales durante varias décadas, desde las aulas académicas y en su propio colectivo.

Pedir la mano, propuesta escénica llevada de la mano de Maikel Chávez en un texto que conserva las esencias del original de Chejov y de Ariel Bouza para concretarlo en el espacio representacional, es una conveniente oferta para animar comunidades desfavorecidas que no pueden acceder a los recintos teatrales; sería una digna manera de continuar su labor inmediata en momentos difíciles e incentivar en el colectivo una loable colaboración que parta de los propios intereses de los moradores.

Saludo su aniversario 30 y les auguro éxitos futuros que vuelva a colocarlos entre las agrupaciones más representativas del teatro para niños y jóvenes dentro del panorama escénico cubano.

Foto de portada: Teatro Pálpito