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Herido de sombras

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Por Frank Padrón

Desnudos en el bosque, la más reciente puesta de Teatro Buendía, es otra de las tantas lecturas que ha tenido (en la propia escena, el cine, la ópera y la danza) el Macbeth de Shakespeare, lo cual no significa en absoluto que se trate de «una más».

Se sabe que a la escritura dramática del «cisne de Avon» se la puede leer de las más diversas maneras, desde los estilos y enfoques más variados sin agotar tan abundoso arsenal de ideas y reflexiones.

La tragedia de Macbeth es una de las más ricas, de las que más han bebido los artistas de tan diversas manifestaciones. Raquel Carrió, asesora de la compañía radicada en la vieja iglesia de Loma y Colón, junto al actor que asume al guerrero devenido soberano (Alejandro Alfonso) son los autores de esta versión no gratuitamente intitulada Estudio Macbeth: un Reino de Sombras, que en un principio fuera concebida para dos actores y voces grabadas de los «espectros del bosque», ahora con estos de modo presencial en escena, ampliando significativamente la connotación ideoestética del montaje.

Porque sin restar protagonismo a la pareja regicida, son esos «espíritus» los que parecen haber interesado más a los autores de esta lectura, en tanto conductores, movilizadores de las bajas pasiones que se ponen en juego y dan rienda suelta a los conflictos del relato.

Aquí se han obviado casi todos los personajes secundarios (sin embargo, como sabemos, tan esenciales en el desarrollo del texto original) para privilegiar la fuerza conceptual de aquellos. Pueden ser tan solo los bajos impulsos que habitan, no en el bosque sino dentro del ser humano y lo llevan a cometer las peores acciones, a desarrollar las pasiones más viles, esas que, coronadas por la ambición, el egoísmo y el abuso de poder, conforman la sustancia de esta monumental pieza shakesperiana.

La puesta dirigida por Jorge Alba ha resuelto de manera  creativa e inteligente los pormenores de la rescritura: la escenografía de Rubén Martínez y Alexis Mourelo –quienes, junto a Ognis Cruz diseñaron también un significativo vestuario— resulta uno de los aciertos mayores de la puesta: la reconstrucción del bosque como espacio semantizado de sutiles connotaciones dramáticas y en plena consonancia con el discurso central, trasmitiendo toda su potencia trágica, su condición de topos mistérico, malévolo.

Algo que refuerzan las luces (Javier Rodríguez), creadoras insoslayables del ambiente, reveladoras, tanto como el complejo y riguroso maquillaje de Betty Padilla,  de las complejas expresiones y transiciones gestuales de los actores.

Gran parte de la fuerza expresiva en la puesta se debe al desempeño de estos, comenzando por los protagónicos de Sara Vega y Alejandro Alfonso (quizá debe evitar cierto rasgado innecesario en la emisión vocal, sobre todo en la primera parte), seguidos por «las sombras» de Jorge Alba, Rachel Cruz, Alexis Mourelo y Rubén Martínez.

Shakespeare y su inagotable Macbeth, reciben (Teatro Buendía mediante) una puesta sólida y motivadora, la cual se suma a la lista de notables versiones que desde hace mucho nuestra escena tributa al rey de la escena isabelina, prolongada y reverenciada, afortunadamente, hasta hoy.

Fotos Maité Fernández (Tomadas del perfil de Facebook de Teatro Buendía)