Por Kenny Ortigas Guerrero
Un lustro resultaba una eternidad para un Camagüey que veía postergado su Festival de Teatro desde el 2018. Primero, la pandemia de la Covid 19 y luego la contingencia electro energética que mantuvo en vilo a toda la nación por unos cuantos meses, frustraron la concreción de un evento que desde hace más de ocho décadas constituye patrimonio de la cultura nacional y por ende agramontina. El pueblo camagüeyano respira teatro y siente necesidad de él. No basta con entregarse a los placeres de una programación habitual dentro de la red de teatros de la ciudad, donde se presentan sus agrupaciones. Si no hay Festival, queda un vacío.
Es enjundiosa la historia acumulada por esta fiesta que ha penetrado en el fluir sanguíneo de generaciones que se trasmiten la vibra de sentir el drama, de hacerlo propio, de polemizar y crear debates. Felizmente iniciando el 2023, llegó el primer capítulo de la Jornada Ciudad Teatral, una alternativa en forma de programación extendida que sustenta la XVIII Edición del Festival de Teatro de Camagüey, en un año que altera la realización bianual de esta cita de teatreros, pero que no podía continuar dilatándose, aunque en el venidero 2024 sea el encuentro oficial como realmente corresponde. Haciendo una valoración de esta nueva experiencia –al menos en enero- podemos afirmar con total y absoluta responsabilidad, que constituyó un logro de muy buen impacto, sobre todo, en tres aspectos claves y que se erigían a la vez como objetivos a cumplir. Primero, a nivel de asistencia de público; segundo, en los prolijos intercambios suscitados en los espacios teóricos, y tercero –fundamental- en los homenajes a la querida actriz y Premio Nacional de Teatro Verónica Lynn, figura a la cual se dedica el Festival.
Iniciando el periplo por las presentaciones de obras, contamos, dentro la muestra central con tres espectáculos de gran formato. Desde el Centro Promotor del Humor llegó Kike Quiñones con Sinfonía con de nada, que tuvo cuatro días de presentaciones seguidas en el Teatro Principal a sala repleta, acompañado de la Orquesta Sinfónica de Camagüey bajo la dirección musical de Javier Millet. La puesta en escena ofreció una nueva perspectiva de hacer el humor, alejándose del chiste banal y de mal gusto, evadiendo lugares comunes y manidos que en no pocas ocasiones persiguen arrancar carcajadas a costa de la burla. Sitúa algunos de sus referentes esenciales en el vernáculo cubano y en la agrupación argentina Les Luthiers. Son admirables los arreglos que funden en un todo orgánico lo sinfónico y lo popular, en una perspicaz y atractiva conspiración entre músicos y actores que desacraliza la música clásica, pero a la vez resalta sus valores. Aunque son perfectibles las maneras en que puede sostenerse el hilo conductor del espectáculo, el que parece a ratos quebrantarse, generando situaciones cuyo cierre se diluye y crea cierta ambigüedad en el diálogo con el espectador, se puede aseverar que la propuesta fue recibida con beneplácito y esfumó el escepticismo que algunos manifestaban de si sería posible llenar el teatro cada uno de los días, quedando demostrado que cuando el humor se piensa, y se piensa bien, gana más simpatía y respeto.
Por su parte, Nave Oficio de Isla Comunidad Creativa, tiró su ancla en la sede del Ballet Contemporáneo dentro de la Casa de la Cultura Ignacio Agramonte. Ahí tuvo puerto seguro y cual navío que llega a una costa cargado de manjares suculentos y exóticos, atrajo la atención de cientos de espectadores que desde hacía varios días estaban atentos al desembarco. Las funciones de Oficio de Isla y Luz, bajo la dirección de Osvaldo Doimeadiós, estuvieron por encima de las expectativas. Sus historias, ejemplos fehacientes de lo que podemos llamar artes vivas, donde la perfecta simbiosis de la música, la poesía, la danza y la interrelación de los actores, armonizan recreando todo un universo que seduce desde la sinceridad y la verdad de cada acción, entraron directamente al alma del público y estimularon el espíritu crítico, la reflexión oportuna para mirarnos por dentro como seres humanos y como nación.
Estos dos espectáculos poseen una suerte de misticismo, que convierte al espacio escénico en un ser viviente, y tal como les sucede en los almacenes de San José en La Habana, donde todo conspira a su favor, también en Camagüey las golondrinas infiltradas en el salón, formaban parte de la trama. Destacar especialmente la participación de la Banda Municipal de Boyeros, bajo la dirección de Daya Aceituno, que no solo tuvo un papel preponderante dentro de las puestas en escena, sino, que deslumbró con sus actuaciones en otros espacios alternativos.
Si valiosos fueron los espectáculos, también lo fueron los homenajes dedicados a Verónica Lynn. De ellos quiero señalar tres momentos que estremecieron a esta primerísima actriz de la escena cubana, el primero, una función que le dedicaran los pequeñines de la Compañía Teatral Danzaria La Andariega en la Plaza de la Solidaridad (El Gallo) y a la cual se sumó todo un pueblo que agradeció, al culminar la representación, la vida y la obra de la maestra. Un segundo momento fue la expo Verónica Lynn en escena, opción que propuso la artista visual Gabriela Reyna López, quien corrió además con la curaduría de la muestra, y que abrió las puertas a un recorrido por acontecimientos cruciales de la obra de Verónica en el cine, la televisión y el teatro. Ocupa el tercer lugar la Peña Puntos de Convergencia, que dedicara su edición especial dentro de la jornada a conversar con Verónica.
En esta cita, que tuvo como antesala un recibimiento majestuoso en las afueras del Teatro Principal con el Ballet Folclórico de Camagüey interpretando fragmentos del espectáculo María Antonia, confluyeron la emoción y la sorpresa, emanando una disertación magistral de ética, profesionalismo, de compromiso con su carrera y con su patria. Para cerrar con broche de oro aparecía la gran artista de la plástica Ileana Sánchez, quien le entregaba como obsequio a la Santa Verónica de Cuba –como muchos llaman a quien es ícono de la actuación en la isla- un retrato en óleo sobre lienzo que resaltaba la pasión y luminosidad de los ojos de la actriz. En el caso del evento teórico, el pensamiento profundo y transgresor del teatro, estuvo al amparo de voces autorizadas en la materia.
Camagüey se privilegió al recibir a personalidades de la crítica, la dramaturgia, la docencia y la investigación, de la talla de los Premios Nacionales de Teatro Gerardo Fulleda León y Corina Mestre, del crítico y dramaturgo Norge Espinosa, la teatróloga Marilyn Garbey, el periodista y crítico Yuris Nórido, la maestra e investigadora Yana Elsa Brugal y la filóloga y editora Josefa Quintana, de la Casa Editorial Tablas-Alarcos. El concepto de ética y el compromiso total del artista en la ejecución de su arte, la preservación del patrimonio inmaterial, así como la necesidad de investigar a cabalidad las temáticas que se ponen en escena, y las herramientas que se utilizan desde el teatro en el cuestionamiento social, que definen posicionamientos ideológicos y axiológicos ante determinadas situaciones y contextos, centraron cada una de las intervenciones y clases magistrales.
También sesionó el Taller Textos teatrales y representaciones: la construcción de la mirada crítica impartido por el D.Sc. Eberto García Abreu, con la participación no solo de artistas profesionales, sino de estudiantes de actuación de la Academia Vicentina de la Torre, Instructores de Arte, profesores, entre otros; lo que permitió que el ejercicio del saber y el conocimiento no se circunscribieran solamente al sector profesional y se estableciera un falso límite que, en vez de sumar, le resta a la gran familia de quienes aman el arte de las tablas. Un mérito de estos encuentros, fue el estímulo a la lectura, provocando las ganas de indagar en estudiantes y público en general con un stand de títulos de la Tablas-Alarcos situado en el lobby del Teatro de la Academia.
Enero arrancó con buen pie, la ciudad lo sintió y lo agradeció. Haciendo este resumen, me preguntaba ¿por qué es importante hacer un festival de este tipo? ¿Por qué emplear tanto tiempo y energías en algo que dura apenas cinco días? ¿Por qué gastar tanto presupuesto en una jornada, pudiendo emplearlo en otras cosas? Ahí me vinieron de ipso facto algunas respuestas.
El Festival de Camagüey, este año transformado en Jornadas Teatrales, sigue siendo imprescindible porque promueve la confrontación y el intercambio de saberes, motiva a las nuevas generaciones de teatristas, a estar en el aquí y ahora. Ofrece diversas perspectivas para acercarse y apreciar el teatro desde una multiplicidad de estéticas. Dinamiza el pensamiento crítico, reflexivo, traza pautas para el devenir futuro, sirve como estímulo y reconocimiento por la consagración al trabajo, purifica pasiones y estimula la percepción crítica de la realidad como un catalizador eficaz
A estos le podemos sumar otros motivos, los suficientes para preservar esta joya de la cultura teatral cubana, que efectivamente causa un revuelo hermoso en una ciudad, y si de comparar se trata, perfectamente –aunque en menor escala por supuesto- desata euforia y entusiasmo genuinos como lo puede causar el fútbol en España. Ver las colas de cientos de personas que reclaman con ímpetu su derecho de entrada a cada una de las funciones y luego sentir el esplendor de los aplausos, acompañados de lágrimas, tensiones, suspiros, abrazos, risas, es como estar en un partido en el que los nervios están a flor de piel.
Este primer capítulo de enero, debe servir como incentivo para que se sumen los que esta vez decidieron no ir a la fiesta. Resultó penoso no ver a la generalidad del gremio teatral camagüeyano asistiendo a cuanta actividad incluía la programación, un síntoma preocupante que denota cierta indiferencia, para nada saludable. También se torna imprescindible –como política- que otras instituciones y organismos se sumen al apoyo financiero y logístico de la Jornada, entendiéndolo como un epicentro de crecimiento desde y para la cultura y que persigue dinamizar y distinguir los procesos creativos de relevancia en el país, teniendo como destinatario final, al público, ese que cada día es más exigente y voraz en su apetito de apreciar el buen arte.
Fotos: Alejo Rodríguez Leiva