Por Kenny Ortigas Guerrero
“Trabajar un papel, es buscar una relación” así decía el maestro Stanislavski, y en estos días cuando imparto mis clases de actuación a los muchachos de Ballet de la Academia Vicentina de la Torre, intento explicarles de que va tal afirmación cuando veo chocar, a algunos, con la imposibilidad de generar acciones en los espacios dramáticos de sus improvisaciones, quedando en determinados momentos en un gesto que no logra traspasar la epidermis del movimiento.
Claro, es un proceso de aprendizaje donde cada día el saber “aprehender” los hallazgos resulta fundamental para crear memorias corporales y sensitivas que van dando sustancia orgánica al complejo mundo de la actuación. Interpretar un personaje conlleva la unión sinérgica y fluida de disímiles elementos que coadyuvan a que el espectador tenga la sensación de participar en un encuentro orgánico, verosímil. Mientras más consciente es el actor-bailarín de todos los aspectos que circundan su realidad dentro de la ficción, creando las equivalencias psicofísicas que construyen la imagen dentro del suceso representado y enfoca todos sus sentidos a la labor de interactuar con ese medio en el que se encuentra, de seguro podrá acercarse a lo que suelo llamar “recreación del universo”. Esto no es otra cosa que la interacción fluida con la materia existente a nuestro alrededor, los estímulos y reacciones que esta provoca, y que en definitiva modelan distintas formas de comportamiento.
Actuar se trata también de saber escuchar con todo el cuerpo, cual receptáculo que fluye, se construye y re-construye a sí mismo en un lenguaje (otro) que es capaz de penetrar y dejar su huella sensorial en la mente del espectador. Cuando interactuamos en los espacios con total libertad y nos adentramos sin coqueteos ni remilgos a las circunstancias planteadas, la presencia comienza a dibujar las imágenes de forma espontánea y surge una relación empática que traducirá esa presencia en comunicación. Cuando hablo de comunicar no me refiero a una comprensión literal capaz de encontrar un cauce narratológico con la linealidad cronológica a la que estamos acostumbrados. Más bien, tiene que ver con la proyección de sensaciones tan intrínsecamente genuinas que puedan estimular el imaginario. Es vital, para que esto fructifique, que el actor bailarín atrape y construya los nexos entre lo que siente a nivel subjetivo y su experiencia objetiva.
Entregarse al “hacer” es un paso fundamental para comenzar a atar los hilos del complejo entramado de la interpretación. Releyendo al maestro John Howard Lawson en su Teoría y técnica de la dramaturgia encuentro este fragmento que me parece medular en el tema que abordamos, donde Zakhava cuenta de Stanislavski, y cito:
…el sentimiento no brota de sí mismo, que mientras más un actor se ordene o implore a sí mismo que debe llorar, menos oportunidades tiene de lograrlo. El sentimiento tiene que ser atraído. Él halló que el señuelo para el sentimiento es el pensamiento, y su trampa, la acción. No espere que el sentimiento, actúe. El sentimiento vendrá en el proceso de la acción, en el choque con el medio. Si usted pide algo y lo hace con conciencia de que realmente lo necesita, y luego no lo obtiene, el sentimiento de ofensa y vejación le vendrá espontáneamente. No se preocupe por el sentimiento, olvídelo.
Precisamente esto no es cuestión de aparentar que “sentimos” y en exteriorizar una máscara impostada que trastoca el sentido de coherencia. Continúo citando a Lawson cuando expresa:
…la actividad incluye la tendencia, el obstáculo, la voluntad, el esfuerzo, el triunfo o la rendición pasiva…
Si colocamos la actividad en el plano de la acción, la tendencia pudiera ser la intención de hacer, el estímulo que inicia y motiva al decursar. Los obstáculos, el cúmulo se situaciones que en diferentes magnitudes afectan el logro del objetivo previsto. El esfuerzo se constituye del juego de tensiones, distenciones y vericuetos físicos que se mueven por la imperiosa necesidad interior de alcanzar la meta. Construir desde y en el propio cuerpo una realidad otra y mostrarla con la impunidad que nos brinda la escena, es tarea harto difícil.
Desarrollar cualquier situación dramática por más pequeña que esta sea, requiere de constantes interrogantes y siempre a mis alumnos les insisto al respecto… ¿dónde estoy?, ¿quién soy?, ¿qué me sucede?, ¿qué persigo? El solo hecho de preguntarse a sí mismos ya condiciona un tipo de actitud y predispone positivamente al bailarín-actor a enfrentar su papel. Nada nuevo se enuncia aquí, es conocimiento registrado y archiconocido. Cada clase, cada ensayo continúan ofreciendo asidero a la experimentación.
Ahora, cuando se torna imposible el intercambio presencial, el estudio independiente es columna vertebral, no se puede caer en el estatismo. Es menester ejercitar las neuronas; leer, buscar en internet lo que sé que va a tributar al crecimiento como artista y no emplear tanto tiempo sumergidos en los vicios de las redes sociales. Y sí, hay que insistir al estudiante que debe recurrir a los libros, a referentes audiovisuales que se encuentran más que nunca al alcance de todos, a la investigación. La vida de un artista continúa siendo aún fuera de los tabloncillos. El conformismo y la resignación no pueden quitar el hambre a los deseos de saber que hay más allá.
En portada: Teatro de la Luna. Foto Buby Bode. Archivo Cubaescena.