Teatro de Los Andes, la agrupación de Bolivia bien conocida en Cuba, mediante el Mayo Teatral de Casa de las Américas, firma ahora, como creación colectiva entre el propio grupo y el líder del ecuatoriano Malayerba, Arístides Vargas, la puesta en escena de Mar.
Por Omar Valiño
A fines de noviembre me reencontré en el Festival de las Artes Vivas de Loja, Ecuador, con Teatro de Los Andes, la agrupación de Bolivia bien conocida en Cuba, mediante el Mayo Teatral de Casa de las Américas, desde su excepcional Las abarcas del tiempo, dirigida por su fundador César Brie.
Firman ahora, como creación colectiva entre el propio grupo y el líder del ecuatoriano Malayerba, Arístides Vargas, la puesta en escena de Mar. Un triángulo equilátero de la unidad con un motivo muy exacto: tres hermanos emprenden viaje al mar para que su madre muerta, o moribunda, al fin lo conozca al ser depositada en el océano. La parihuela será la vieja puerta de la casa hecha de tablones envejecidos. La madre es Bolivia, despojada de su mar por Chile a fines del siglo XIX. Por eso el horizonte no se ve desde las montañas, nos dicen.
En medio del viaje, se producen intersecciones históricas o presentes, para mostrar los conflictos del país que revelan las posiciones de los segmentos sociales. Entre verdad e ironía se clama por la jubilación, las vacaciones, o aparece, sardónica, la clase media con sus opiniones sobre sentimientos y posiciones revolucionarias. Y el mar, claro, el mar.
La escena de los viejos soldados es excelente (magnífico Gonzalo Callejas). La farsa subraya el estado en fuga de estos marineros sin mar, oficiales de barcos teóricos que nunca existieron y que se repiten sin tiempo entre cómicos latiguillos. Mientras en otras resulta algo forzado el paralelismo entre dicha familia, la «real» de la narración, y la abstracta que es Bolivia, como en el plan para matar a la hermana. ¿Representa ella en ese momento a los blancos (la actriz lo es) en el irresuelto conflicto entre los sectores blancos y los indígenas? U otras escenas que no tienen la exacta consistencia de las mejores. La escena de la niña, el padre y las pérdidas sucesivas del mar es elocuente para expresar ese quemante anhelo sobre lo que no se tiene y siempre se va, aunque quizá demasiado obvia.
Pero en definitiva, en su continuo peregrinar, Juana (Alice Guimaraes), Segundo y Miguel retoman el viaje. Con sus malas relaciones van develando que el problema central no es tanto ese horizonte del mar que las montañas no dejan ver, como el suelo que pisan. La escena del indio con su peso encima es esencial (clave en la presencia de Freddy Chipana).
Llegan al mar y se decepcionan, se igualan a las olas que caen y se levantan. Si no comprenden, nos hacen comprender que el problema está en la tierra y en el pacto Bolivia. Esas intelecciones del arte que alumbran de manera compleja los procesos sociales y políticos. ¡Ver Mar con el golpe contra Evo Morales todavía humeante fue candente!
Ese suelo, ese piso de la escena que se intuye hermoso aun cuando todavía no lo vemos del todo, va sirviendo con sus movimientos diferentes usos, como telón medio, por ejemplo, para que sea horizonte donde cruza un barco. O cuando, al final, se hace mar. La metáfora lo dice de más hermosa manera. Allí, en esa franja de tierra del litoral quedará el cadáver bajo la arena, como los soldados de la guerra de 1879, como las tantas personas sepultadas por las tragedias de un país en el tiempo ¡Hasta hoy mismo! El suelo es mar, el verdadero horizonte del mar que encuentran es la tierra.
En portada / Mar / Foto tomada de https://www.nodalcultura.am/
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