Por Maikel Chávez García
El Teatro Aire Frío, liderado desde su fundación por Eduardo Eimil, quien también se desempeña como profesor en la Facultad Artes Audiovisuales del Instituto Superior de Arte, ha insistido en el trabajo del actor. Espectáculos como La cuarta Lucía, (una apropiación escénica denominada La Fiesta de Betty donde el histrionismo de la intérprete es el eje fundamental.) Desnudas, (con el mayor atractivo en el sistema de relaciones de las actrices) o el más reciente, Cuando los Gigantes Aman, (que termina una exitosa temporada en la sala Adolfo Llauradó) son ejemplos de lo que, como poética en construcción, persigue esta joven proyecto teatral sobre los escenarios cubanos.
En las notas al programa el propio Eimil afirma que “Teatro Aire Frío se enorgullece de presentar el estreno mundial de esta fábula hermosa, llena de dientes de león flotando sobre las praderas”; y es que, precisamente estamos ante una historia de la narrativa austriaca: Cuando los gigantes aman y otros cuentos, libro que aparece publicado en 1995 por la editorial Fondo de Cultura Económica, del autor Folke Tegetthoff, con ilustraciones de Damián Ortega y traducción de María Ofelia Arruti, perteneciente a la colección A la orilla del viento. Al sumergirnos en su lectura nos dejamos seducir por las metáforas que dialogan con un sentimiento universal y regenerador: ¡El amor! El Gigante, nunca en la vida había visto a una giganta. ¡Tengo que encontrarla! Exclamó emocionado. ¡Tengo que encontrarla! Pero nadie en la aldea sabía dónde vivía la Giganta ni cómo se llamaba. El pobre Gigante enamorado, cada vez más triste, pasaba los días contemplando el retrato de su amada y suspirando.
Yuniel Hernández se estrena como director y nos regala una puesta en escena hermosa en su artesanía. Colores y formas, música, bailes, fino humor, excelentes actuaciones, son algunos de los muchos atractivos que trae su debut como director.
La versión dramatúrgica, a cargo de Eduardo Eimil, se centra en las peripecias del protagonista para llegar a su amada. Es el viaje del Gigante el principal elemento que impulsa la acción. El adaptador elige poner en boca de unas niñas la narración de las acciones. Éste recurso por momentos atenta contra la progresión dramática. Otro elemento que debía tener en cuenta es la poca presencia del oponente conflictual. El malvado gigante aparece referido durante toda la representación, y sólo desde la palabra sabemos de su maldad, por ello cuando aparece en escena para enfrentarse a Arnoldo, el Gigante protagonista, resulta un tanto débil la resolución del conflicto al remitirlo simplemente a un acertijo. Sugiero para próximas temporadas una revisión dramatúrgica donde el antagonista tenga más presencia en acciones y de esa manera se agudice el conflicto. No obstante estamos ante un texto atractivo y poético.
El principal y más potente sustento de la puesta radica en la atinada selección del elenco. El trabajo grupal de las actrices Maité Galbán, Flora Borrego, Teresa Yanet Senra, Rosmery Guillén, Claudia La Ó, Minerva Romero y Emay Peña merece un aplauso cálido e intenso. Encantan desde su precisión en los movimientos, desde la belleza de sus coros y sus cantos, de sus bailes y sus limpias cadenas de acción. Entran y salen de sus personajes con naturalidad y frescura, interpretan diversos caracteres que irradian histrionismo. Hablar de una en particular sería un verdadero disparate, ya que sin la otra, no se concibe el trabajo de la una. Son, a mi juicio, un verdadero equipo que sobre la escena están pendientes de sus colegas. Varias estrategias creativas tuvo que asumir Yuniel Hernández para lograr esta conexión tan mágica y sincera que atrapa al más escéptico de los espectadores y lo suma al juego de una obra que habla precisamente del amor.
Después de la función que presencié en la Sala Adolfo Llauradó, su director dijo una frase que me resultó una de las claves del éxito de esta puesta: ¡Todos somos familia! El diseño escénico es de Erik Eimil, el gráfico a cargo de Jesús Hernández Güero, la música orinal (hermosa y en función de realzar las situaciones dramáticas y no de ilustrar o adornar como simple elemento decorativo) a cargo de Danilo París. La confección de los muñecos (atractivos y funcionales, aunque me gustaría señalar que por momentos resulta enrarecida la manipulación de los gigantes al verse las manos de las actrices y las varillas. En lo particular este efecto no me molesta, porque desde el inicio de la obra está claro el código del juego de teatro dentro del teatro, pero había instantes en que me parecía que los gigantes tenías cuatro manos. Tampoco me molesta porque en el universo del teatro de figuras todo es posible, y a ciencia cierta nunca hemos visto un Gigante como los relatados en los cuentos. Pero en franco diálogo con otros colegas referían sentirse incómodos con este recurso) estuvo a cargo de Mayra Rodríguez y el atrezzo de Vladimir Viejo Vitón y Darío Viejo Olivera. El herrero Jorge Pacheco González. Cuando la familia del teatro ama, se vuelven gigantes, y el gigante sentimiento que los guía puede mover montañas.
Esta obra me alegró la mañana de sábado al ver nuevamente la sala repleta de público ante un espectáculo para niños. Confirmó que hacer teatro de este tipo lleva rigor ya que gana un doble público, el niño y el adulto que le acompaña. Disfruté al ver un grupo de jóvenes trabajando con tanta pasión, y eso me llenó el alma de esperanzas; volví a confiar en que se restaura la salud del teatro para niños y jóvenes en Cuba.
Recién comienzan las aventuras de estos artistas gigantes. Vendrán nuevas temporadas y funciones para ajustar las herramientas necesarias y ver crecer cada vez más su agigantada alegría de tener una obra hermosa en su artesanía y en su dinámica interpretativa. El aplauso desde el alma a este colectivo que reafirma una vez más que vale pena amar, mover montañas, transformar la realidad y nunca dejar de perseguir un sueño, ya que los sueños son tan frágiles que el aleteo de un zunzún podría quebrarlos, pero la fuerza y el espíritu del soñador pueden siempre salvarlos.
Foto Sergio Romero