53 Domingos (con alerta de spoiler)

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Si usted no ha visto la obra y por alguna razón este texto llegó a sus manos, vaya al teatro, vea la obra y luego regrese para acercarnos a sus peculiaridades.

Por Eme Fonseka

Argos Teatro abre el año con el estreno de 53 Domingos; un texto del español Cesc Gay, bajo la dirección de Yailín Coppola y Caleb Casas. Tras una breve, aunque provechosa temporada, el pasado 9 de febrero culminaron sus funciones en el Teatro Hubert de Blanck. Esta no es la primera vez que dicho grupo aborda un texto del escritor español, Los Vecinos de Arriba ya había llegado a la Habana a manos de esta compañía. Ambas obras intiman conflictos y dinámicas familiares desde la comedia que cada situación y/o choque de personajes pueda provocar.

Sin embargo, esta vez, estamos en presencia de una obra que ahonda en la verdad de cada personaje, develando sus temores, ambiciones, puntos de vista… Profundiza tanto que duele. Mientras más sabe, más ríe, pero duele. Es curioso que ahonde de tal manera porque más de una vez se percibe que los personajes aparentan estar bien, sin embargo, como uno de ellos declara: “…estamos bien, siempre que no entremos en detalles.”

Tres hermanos deben encontrarse y decidir si es necesario internar a su padre, tras este enseñar el pene a la vecina o tomar un vehículo equivocadamente y terminar en otra provincia. Este es el núcleo que infiere la obra, pero se trata de una decisión complicada, que indica mucho sobre sus decisores y que puede volverse seria de tan cruda que es. Es por esto, que el autor centra esta decisión en decidir cuál de los tres hermanos debe cambiar un bombillo que tintinea en casa del padre. Aparentemente, es una dictamen sencillo, pero recordemos que funciona como una suerte de metáfora y que carga con el peso de la decisión anterior. De cualquier forma provoca risas en el público, pues colisionan tres personajes dotados de humor, niveles de sarcasmo, inmadurez, incluso rencores. Lo único que une a estos tres hermanos es el padre. Probablemente cuando este muera nunca más vuelvan a encontrarse, así es que estamos asistiendo al último concilio de estos personajes.

Santiago (Caleb Casas), es un personaje con un sentido del humor brillante, muchas veces irónico, otras, inmaduro. Tiene una lucha eterna con su hermano mayor, por sentirse infravalorado. Aquí acontece esta lucha masculina, que por momentos se torna contra la hermana restante. Ella es Natalia (Jaqueline Arenal), y se autodefine como “la criada de la familia”. Natalia evita decir lo que de verdad piensa, sin embargo, eso que no dice la atormenta. Es normal entonces que padezca de migrañas constantes. El otro hermano es Víctor (Eduardo Martínez), un arrogante “empresario”, que ninguno sabe todavía cuál es su trabajo realmente. Estos tres hermanos no pueden gestionarse entre ellos, es por esto que entra en acción otro personaje. Carolina (Andrea Doimeadiós), quien interviene en la ficción como la novia de Santi, es también esa suerte de interlocutor que hilvana la acción dramática y habla directamente al público para ponernos al tanto del antecedente ficcional.

Es preciso resaltar un trabajo actoral verdaderamente bordado, donde cada actor acude a la profundidad de su personaje para contar su historia y la súper-historia que nos reúne aquí. Siendo fiel a la poética que define a la compañía, dichos actores operan desde la transparencia de la escena, permitiendo al espectador acercarse a estos personajes cada vez más expuestos. Cabe señalar que en tiempos donde se dice mucho (y no se dice nada), en tiempos donde los personajes hablan, y hablan, y hablan… En tiempos donde la palabra se sostiene en el mayor nivel de importancia, encontramos una puesta en escena de 53 Domingos, donde los actores tratan el gesto para hacer particulares sus personajes. La simpleza de estos gestos podría pasar desapercibido, sin embargo, en cada uno de ellos está el punto de vista de los personajes. Ellos casi nunca dicen lo que piensan, así que esa verdad intrínseca sale a flote mediante el gesto.

Y es también el riguroso manejo de los silencios lo que provoca carcajadas en el público, ya que podemos deducir lo que están pensando los personajes sin ellos haber actuado aún. Ver al personaje tratando de lograr su objetivo, pero sin tener herramientas para hacerlo es el principal factor que provoca la comicidad en escena. Claro, esta disposición bien podría ser trágica, lo único que la mantiene dentro del tono que sugiere la puesta es que sus personajes nunca pierden la esperanza de lograrlo. No detienen su búsqueda, y es precisamente el fallo en sus estrategias, lo que provoca risas en el espectador. Esta puesta en escena a cargo de Yailín Coppola y Caleb Casas, respalda audazmente un texto como este, sin embargo, no se limita a eso. La puesta de ambos atraviesa al texto para contar la ficción, y se maneja una comedia desde los códigos que definen a la agrupación, como antes mencioné. Se disponen cuatro actores que defienden cuatro roles muy particulares y aborda cada uno desde la verdad. Sin recurrir a pretensiones, sino a hurgar y encontrar el punto que conecta al actor con el personaje que defiende. Otro de los puntos que define su puesta en escena es encontrar la risa, en vez de buscarla. El efecto risa aparece, muchas veces, a modo de sorpresa, pero siempre a consecuencia del choque entre los personajes. Lo cual indica que la risa arrivará en el público como resultado, cosa que nos impide ver actores intentando hacer reír.

Uno de los atractivos visuales que sostiene la obra es su escenografía. No demasiado cargada de artefactos, tampoco carente de los mismos. Lo suficiente para contar la historia, hacer navegar a sus personajes y hacernos partícipe de la misma. El dispositivo escénico funciona también como un set de televisión. Un programa, que bien podría ser una sitcom americana, se completa en la medida que avanza la acción dramática. En este set interviene un Jefe de Escena (Yanni García), quien dispone la escena, prepara, y deja el terreno listo para continuar. Estamos en presencia, tal vez, de esa convención actor-utilero manejada por Vsévolod Meyerhold en alguna de sus piezas. La microfonía que capta el audio de lo que ocurre en escena y luego, provoca un -sonido en directo- que llega al espectador y una vez más, nos recuerda al set de televisión. El diseño de luces está a cargo de Jesús Darío Acosta quien propone un esquema de luces que se sostiene casi toda la función, a excepción de los cambios-intervenciones del jefe de escena. Es meritorio que se haya logrado iluminar toda la escena, con la carencia de equipos eléctricos que existe en todas las agrupaciones e instituciones del país. Defecto que nos fustiga constantemente en el teatro capitalino, y que no muestra atisbo de solución.

Por otra parte, resulta interesante presenciar cómo mientras avanza la acción dramática el punto de vista de los tres hermanos va rotando, tal si fuera una papa caliente. El sistema de relaciones todo el tiempo será inconstante, pues en ocasiones dos de sus personajes estarán de acuerdo, pero solo para fustigar al tercero. Otras escenas utilizan la repetición como estrategia, para remarcar la inestabilidad de sus caracteres. Esto bien podría ser un defecto, pero conserva toda la disposición para que acontezca la escena y no recaiga en ambigüedades. La ironía, peculiaridad de sus personajes, abunda la escena de tal modo que llega hasta su montaje. El hecho de que la casa tenga como regla: “…en la cocina no se discute”, es un claro ejemplo de ello, puesto que la mayor parte de la acción ocurre en la cocina.

Quienes pudieron asistir a dicha cita, presenciaron una forma sagaz de abordar la desidia. Tan importante vocablo que define gran parte de nuestro presente. La obra nos expone y casi que obliga a hacer consciencia sobre la indiferencia y la indolencia que nos corroe actualmente. Es inminente que duela, pero a veces solo hace falta eso para despabilarnos. Solo espero que cuando ocurra, no sea ya demasiado tarde. El público habanero espera con ansias la reposición de esta obra, pues tenemos una deuda. Y las deudas siempre hay que pagarlas. Una deuda que solo se paga yendo al teatro, a 53 Domingos. Uno cree que va a reír, pero en realidad va a sanar.

“…Todos queremos ser lo que no somos, pero lo disimulamos. De eso se trata…”

 

Foto de portada tomada de la Página Oficial en Facebook de Argos Teatro