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Danza, en el tiempo-espacio de sus contextos e historias (I)

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Por Noel Bonilla-Chongo

La práctica de la danza ha sido presencia en todos los contextos culturales que se han sucedido desde la Antigüedad clásica, en ocasiones mejor favorecidos a través de los diversos relatos que han ofrecido los historiadores. Ahora, más allá del habitual ejercicio de descripción general, será siempre estimulante brindar una descripción general crítica de las diversas funciones que la danza puede ocupar, teniendo en cuenta los vínculos entre los discursos sobre danza y la propia práctica (social, tribal, religiosa, artística, recreativa, escénica, etc.) que, desde ella pudiera alentar la emergencia de un pensamiento in progres. Y si hiciéramos énfasis en aspectos emblemáticos de la representación coreográfica contemporánea: el cuerpo, la construcción de sentido, la identidad (individual y colectiva) y la aplicabilidad de las llamadas nuevas tecnologías, con la inclusión de la realidad aumentada y la inteligencia artificial, la necesaria descripción general crítica tendría una operatividad inminente.

De igual modo, las relaciones dialógicas entre danza y sociedad deberían presentarse desde puntos de vista expandidos sobre la visión reducida a lo socio estético, con el fin de resaltar los temas y cuestiones del par (danza-sociedad) que, en la creación dancística contemporánea aporta estrategias de desarrollo oportunas en la investigación/creación y escritura coreográficas, potencialmente, in progres.

El tema de la relación entre el arte y la sociedad es central para el estudio de los fenómenos de carácter artístico, sobre todo porque la llevada y traída crisis de “legitimación” del arte, sigue rigiendo las dinámicas de producción, circulación y programación de los espectáculos de danza y el estatus autoral de coreógrafas y coreógrafos, como el alcance de las investigaciones y publicaciones sobre/en/de danza. Aquella perspectiva que develara el arte posmoderno, la fusión o confusión de “arte culto” y “arte popular” (arte alto / arte bajo) no ha dejado de inquietar en cuanto impone una reevaluación de la naturaleza y función del Arte en los tiempos actuales: tiempos de máquina, de guerras, de penurias y fugas. ¿Cómo desatar críticamente los nudos que presupone adentrarnos en el estudio del artista y su obra, sin el vínculo dialogante de las poéticas artísticas y las prácticas sociales?

Lo sabemos, la añeja y hasta agotada distinción entre arte culto y arte popular es parte del proceso histórico de transformación de la relación entre las prácticas artísticas y el discurso sobre el arte. En el terreno de la danza, en el tiempo-espacio de sus contextos e historias, subvertir el peso del pensamiento binario es misión incesante, particularmente en las díadas sagrado-secular, público-privado, noble-vulgar, autóctono-extranjero, urbano-rural, joven-viejo, auténtico-artificial, artístico-comercial, masculino-femenino, rico-pobre, decente-obsceno, popular-erudito, cuerpo-alma. A través de la historia de la danza es posible ver cómo estas parejas dicotómicas no han dejado de ser objeto de negociaciones en los ámbitos político, religioso, militar, económico, cultural, artístico, escénico.

Quienes rigen el poder siempre se han interesado por la relación entre cuerpo, danza y normas (morales, técnicas, códigos, leyes, reglas, etc.) como sujeción entre los movimientos corporales individuales y el mantenimiento del orden corporal social. Esta percepción falta en los pensadores que ignoran lo relacional del cuerpo y del movimiento. Si “el arte siempre ha sido el juguete preferido de la filosofía”, la danza es quizás la bête noire del arte. La danza es un arte interdisciplinario que se ha asociado, desde el Renacimiento, con la música, el vestuario y a la escenografía. Dado que pertenece a los profesionales iniciados, es la función estética a la que se le suele atribuir prioridad sobre todas las demás. Como nos asegura la investigadora María Martha Gigena, la danza escénica occidental se fundó en los parámetros del clasicismo, la conceptualización del cuerpo proveniente del racionalismo y el mandato mimético que, sustentado en la perfección física, se concibió como un medio para la representación. En las décadas de 1960 y 1970 estos paradigmas fueron reformulados mediante la aparición de otros valores que aún son reconocibles en las producciones contemporáneas de la danza. Esta actualidad expone precisamente lo problemas de una constante revisión.

Quizás hoy, la escasez en la práctica de bailes colectivos tenga que ver con que no hay una necesidad determinante para compartir la intensa y común inversión muscular y gestual, el ritmo concertado de los participantes. No obstante, la función comunicativa se puede identificar en algunos grupos danzantes, pero nótese que el hecho de conferir un sentido estético de pertenencia, de comunidad de gusto, en ocasiones supera la otrora movilización para una actividad o acción común (pienso en los colectivos de jóvenes hip hopers que abundan en nuestra Habana, por ejemplo).

Esta función podría volver a actualizarse mediante la reunión del movimiento corporal y el movimiento de la imagen: tal vez eso es lo que motiva a algunos de estos jóvenes a unirse en eventos donde la estimulación visual es ahora tan importante como la estimulación sonora. Sonido e imagen se fusionan o responden entre sí de forma inacabable, como si la pauta para la improvisación se volviera una suerte de escritura prefijada por elementos sintetizados y manipulados digitalmente. Las nuevas tecnologías participan plenamente en el desarrollo de la interpretación coreográfica contemporánea dentro de estas prácticas; como si el modelo a seguir desde la pantalla del móvil o la tableta fuera la partitura inviolable de sus rutinas y maniobras.

A pesar de los avances de la cibernética, es en la intercorporalidad donde la intersubjetividad se hace más evidente de inmediato, en el tumulto de nuestras presencias: poses, actitudes, gestos y movimientos en un lugar físico y en tiempo real. La importancia de la danza en sus diversas funciones a lo largo de los tiempos atestigua la legitimidad de emprender y perseguir investigaciones desde un punto de vista cinecéntrico, especialmente desde los encuentros del cuerpo y la imagen, o más precisamente del cuerpo danzante y la imagen-movimiento proyectada, ocurren en una escala cada vez mayor y en modalidades cada vez más diversas. Tecnología y diseños corporales juegan un papel destacado en estos encuentros, ya sea que ocurran en el escenario teatral o no.

De ahí la valía incorporada que pudiera tener el empoderamiento que viene teniendo de un tiempo al presente la emergencia de la investigación/creación como vector decisivo en el tiempo-espacio de la danza, sus contextos e historias. Ah, importante es entender que la investigación/creación se comporta como expansión cultural propia de este siglo XXI, y ante la efervescencia de sus crecientes apuestas, es sustancial mapear sus prácticas, variadas, híbridas, yuxtapuestas, para registrar el modus operandi de los mecanismos “intrínsecos” de la creación artística, para elucidar cómo la investigación creación trabaja sobre las conexiones del arte con lo “extrínseco”, o sea, con “el mundo que habitamos: el activismo, el ambientalismo, las ciencias sociales y exactas, etc., y que operan de manera horizontal y colaborativa”.

Con “Danza, en el tiempo-espacio de sus contextos e historias”, la serie que iniciamos hoy desde Cubaescena, nos permitirá revisar principales fundamentos teóricos que ocupa la investigación creación en nuestras danzas de hoy, tanto en Cuba como en otros cardinales próximos. Analizar algunos ejemplos paradigmáticos, experiencias concretas y sus dispositivos, pero, sobre todo, recuperar la travesía en favor de nuestras propias inquietudes, es de primer orden para la academia de arte y para el quehacer de creadoras y creadores nuestros y no tanto. Pues, ¿cómo desatar críticamente los nudos que presupone adentrarnos en el estudio del artista y su obra, sin el vínculo dialogante de las poéticas artísticas y las prácticas sociales?, es vehicular para seguir pensando la danza en el tiempo-espacio de sus contextos e historias.

En portada: Las danzas del futuro, performance durante Festival Internacional Habana Vieja, ciudad en movimiento, 2019 ©David González