Por Roberto Pérez León / Foto Adolfo Izquierdo
La verdad enfática del gesto en las grandes circunstancias de la vida.
Baudelaire
En el principio fue el movimiento, el gesto, la acción; luego del eclipse de la magia el movimiento, el gesto, la acción se sumergen en una heurística desencadenante de singular esteticidad y materialización fertilizadas por y desde el cuerpo humano. Así, partiendo del ritual llegamos a la presentación en las artes escénicas a través de un apremiante giro corporal.
La danza como el teatro se sostiene sobre criterios estéticos. Aunque en los orígenes civilizatorios la conciencia artística no estaba desarrollada y era la magia el instrumento de los deseos humanos para satisfacer necesidades materiales y no precisamente espirituales.
¿Para llegar a la danzalidad es preciso pasar por la teatralidad o acaso la teatralidad nutre a la danzalidad? Ambas conforman situaciones de comunicación perceptual ideo-estética-escénica. El accionar es la substancia de sus discursos.
La corporalidad es la depositaria del caudal enunciativo movilizador del accionar espectacular como consagración performativa entre el rito y lo real, lo circunstancial y lo cotidiano, lo abstracto y lo tangible, lo alegórico y lo efectivo, lo exótico y lo acostumbrado.
La artificialidad de la corporalidad niega la naturaleza genitora del gesto preconizada por la Duncan y Nijinsky.
No hay preponderancia de los fundamentos de la teatralidad sobre los de la danzalidad o viceversa. La producción de sentido social y estético se sustenta sobre las mismas bases semio-epistémicas: semántica, sintáctica y pragmática.
La etnoescenología sustenta una concepción escénica que exige la contextualización con prácticas culturales donde la danzalidad y la teatralidad tienen autonomía compartida. En ambas la mediación escénica, donde se realiza y consagra la corpoescenidad, como expresión de lo biocultural y lo bioestético, es el centro adherente entre todas las estructuras significantes.
La danzalidad y la teatralidad, como alegorías escénicas cartografían los cuerpos, muestran la existencia exótica de la significación del movimiento corporal; sensualizan, en la hibridación con los demás sistemas significantes, la producción de sentido.
La fisicalidad es el epicentro de la polifonía sígnica que caracteriza tanto a la danzalidad como a la teatralidad, en ambas la fenomenología del signo define la operación escénica.
El gesto escénico es un evento procesual, configura, en la conjunción sistémica de significantes organizados, la corporalidad como médula de la expresión estética que estructura lo espectacular.
Cuando se alcanza, con sus múltiples referencias implícitas “la verdad enfática del gesto en las grandes circunstancias de la vida” se despliega una prominente enunciación escénica.
Al escenario llega la decodificación de la expresión del gesto convencional, necesario, de enunciación performativa, constituyente de las acciones de la vida con conciencia psicosomática; ese gesto es agonal cuando adquiere un extasiado movimiento que puede incluso metafrasear la música, pero su independencia estará en la geometría algebraica de lo coreográfico, codificación que metaforiza y como en el oráculo de Delfos ni declara ni oculta sino que da un indicio socrático de “las sucesivas apariencias metamórficas del fluir universal”.
El movimiento es ritual, es fiesta, determina orígenes, es juego, son acciones, formas, ejecuciones.
La teatralidad o la danzalidad estará en la visibilidad que aporta el accionar del ejecutante, performer, bailarín, intérprete, actor, escriba corporal, artista anatómico.
¿La danza es movimiento y el teatro acción? ¿El movimiento es el gesto? ¿Qué es lo que articula al movimiento: la palabra o el pensamiento, las sensaciones o la lógica, la razón o el pathos?
EL gesto es movimiento corporal, potencia en acto, temporalidad, causalidad estética, espacialidad.
Giro corporal, giro performativo, giro semiótico, danzalidad, teatralidad son esfuerzos conceptuales para arrimar más las artes escénicas a la vida, para que suceda el convivio convidante a una acción comunitaria que supere al naturalismo, al psicologísmo, al racionalismo, que incentive lo lúdico como ejercicio de creación a partir de la perennidad de lo corporal como incitación al entrecruzamiento de imágenes que tengan la fuerza arrebatada del movimiento de los cuerpos.
No podemos decir que la danza da al teatro ni que el teatro entrega a la danza. La danza contenida en el teatro y el teatro contenido en la danza son perspectivas abiertas, participativas.
Estamos ante un nuevo paradigma estético conceptual, teórico-escénico. La puesta en escena es un proceso más que un resultado. El montaje escénico no persigue el acabado definitivo sino que se alcance la performatividad propias del hacer continuo, que es lo que debe ser una puesta en tanto solo existe en la medida que se está haciendo y percibiendo por los espectadores como hacedores definitivos del trabajo escénico que ven y en él participan.
La corporalidad hoy signa al lenguaje escénico. Las artes escénicas son una auténtica “obra de arte viviente” (Appia).
El lenguaje escénico se centra en la materialización sensual del “nuevo lenguaje físico” (Artaud) compuesto por signos extralingüísticos con expresión gestual, por los movimientos, por la mediación tecnológica que hacen de la teatralidad no una supresión de la palabra porque “no se trata de suprimir la palabra en el teatro; sino de modificar su posición, y sobre todo de reducir su ámbito, y que no sea solo un medio de llevar los caracteres humanos a sus objetivos exteriores…” (Artaud)
Ya el actor no es el que sabe simular y ser otro sino el que establece una presencia efectiva en el escenario mediante la enunciación corporal traducida en acciones, gestos, movimientos y danza como expresiones de la naturaleza.
La danzalidad propicia la ruptura de la subordinación al texto dramático al cambiarle el destino a la palabra en el teatro. “Pero cambiar el destino de la palabra en el teatro es emplearla de un modo concreto y en el espacio, cambiándola con todo lo que hay en el teatro de espacio y de significativo, en el domino concreto…” (Artaud)
La liberación de los fórceps de la literatura potenció al teatro para apoderarse de las acciones, de los gestos, del movimiento, de la corporalidad de la danzalidad como espacio-tiempo para el horizonte de significación del posdrama.
Las expectativas no están en la fábula sino en la edificación de una imagen. Imagen de coordenadas comenzantes que artizan la materialidad teleológica que sobrepasa los límites del cuerpo y hace del movimiento lo sustantivo imaginado, el acto primigenio para la validez de amplio perspectivismo de la producción del sentido social.