Por Maya Quiroga
Una vez más regreso a la Sala García Lorca –del ahora Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso (GTH)- para disfrutar con la magia del Ballet Español de Cuba. Las luces bajas de platea me hacen viajar imaginariamente en el tiempo, veinte años atrás, a mis primeros encuentros con este escenario maravilloso donde tantas veces he visto buen ballet, no tan buen arte lírico y a las mejores compañías que cultivan en la Isla las sonoridades del flamenco.
Aquí se produjo mi primer encuentro con el Ballet Español de Cuba (BEC), una compañía que el 1ro de abril del próximo año arriba a su trigésimo aniversario. Aunque nació por iniciativa de la Prima Ballerina Assoluta Alicia Alonso, con el propósito de apoyar las funciones del Teatro Lírico Nacional, la compañía alcanzó su independencia creativa y se fue imponiendo con un sello propio, bajo la guía de Olga Bustamante, su primera directora.
El BEC- escuela de donde emergieron otras agrupaciones como la Compañía de Irene Rodríguez y la Compañía Flamenca Ecos- ha sabido sortear los vaivenes de la dialéctica que impone ir en ascenso y a tono con los nuevos tiempos, estos donde es imprescindible la fusión para estar en sintonía con los públicos más jóvenes.
No obstante, la tropa que actualmente lidera el maestro Eduardo Veitía, se ha mantenido fiel a su estética de cultivar lo más puro del arte flamenco en una Isla donde a la par de lo africano están presentes también los genes españoles que nos legaron el abuelo negro y el abuelo blanco a los que alude en su poema el bardo Nicolás Guillén.
El propio Veitía lo ha definido así: “Venimos de una compañía muy creativa desde sus inicios pero persistimos en mantener nuestro estilo y entrar en contacto con otras tendencias contemporáneas sin perder la raíz”.
Hoy, en medio de la posmodernidad, resulta ineludible recurrir al llamado arte total, ese donde convivan en armonía todas las manifestaciones artísticas. Veitía, consciente de eso, apostó en su más reciente espectáculo titulado Con puro acento español II, por acercarse a un fenómeno como la moda a través de una pasarela donde -a manera de preámbulo de la representación- los bailarines de la compañía exhiben, en el rol de modelos, el quehacer del diseñador José Luis y la orfebre Rosana Vargas.
No caben dudas de que el modelaje es un arte con sus propias leyes. Algunos bailarines logran hacerlo con elegancia y glamur. Otros, aún deben prepararse más para este lance. En general, se agradece esta suerte de performance –bautizado por el periodista y crítico Toni Piñera como fashion show- que toma por asalto el lobby del GTH y le da nuevos aires a la representación. Igual sentido tiene el intermedio musical, también en el lobby del teatro, protagonizado por el Conjunto de Cuerdas y Percusión Rondalla, de la Casa Canaria.
En el espectáculo, de poco más de una hora, la compañía realiza una suerte de viaje a la semilla al homenajear a los cafés cantantes del siglo XVIII a través de diferentes estilos, donde no pueden faltar las castañuelas, otros elementos de percusión como los cajones y la potente voz del cantaor Andrés Correa.
La primera parte del programa va desde la Sevillana Clásica, la Escuela Bolera, hasta los bailes populares y regionales, acompañados por las sonoridades del piano, el violín, la guitarra, la pandereta y la flauta.
Siempre se agradece la presencia de un clásico dentro del repertorio de la compañía como Las Bodas de Luis Alonso donde los bailarines y el cuerpo de baile se lucen sobre la escena. Un momento muy especiales fue la Danza Española del Tercer Acto del Lago de los cisnes, idea original del maestro Alberto Méndez, con coreografía de Eduardo Veitía, concebida en homenaje a la Primera Bailarina María Elena Llorente, Premio Nacional de Danza.
En la Danza Ritual del Fuego, el joven Samuel Mayans despliega todas sus potencialidades para mostrar la valía de la danza contemporánea en una pieza devenida clásico que demanda del bailarín gran fuerza interpretativa a la par del dramatismo de la música.
María Eugenia Barrios, soprano de larga data con gran prestigio dentro del Teatro Lírico Nacional, realizó dos intervenciones especiales en la función. La primera de ellas en la pieza Granada, con coreografía de Leslie Ung, y otra, donde interpretó La Habanera Carmen. Quizá para futuras representaciones deberá pensarse en noveles voces del arte lírico, que ya comienzan a despuntar por su calidad vocal y su innegable presencia escénica, en aras de que exista mayor empaste entre los bailarines y solistas de la compañía y la intención renovadora de la puesta en escena.
La gran soberana del segundo acto fue Leslie Ung, primera bailarina de la compañía quien destaca por su gracia, donaire y manejo de la técnica tanto clásica como flamenca, y demuestra como los cantes de ida y vuelta están presentes en nuestra identidad cultural. En la Guajira Flamenca, Ung realiza un solo donde mezcla con soltura la bulería española con los ritmos campesinos cubanos al son de El manisero de Moisés Simons.
En el segundo acto, sobrevienen, a mi juicio, los mejores momentos del espectáculo, que transita por los distintos palos del flamenco como la farruca y los caracoles, hasta concluir con las coreografías A puro compás, de Eduardo Veitía y Epilogo, concebida por el español Francis Núñez, donde bailarines y músicos demuestran cómo el flamenco les corre por las venas, al danzar con el cuerpo, las manos, los pies, y pasar desde la alegría hasta el paroxismo del éxtasis.
Así se mantiene vital el BEC, una compañía que incursiona lo mismo en lo clásico español que en el sentir flamenco sin traicionar su esencia, pero consciente de que debe renovarse para subsistir en una Isla donde existe un fuerte movimiento danzario basado en la búsqueda y la experimentación constantes.