Por Roberto Pérez León
«Sí, el arte es un juego, pero hay que jugar con la seriedad de un niño que juega».
Robert Louis Stevenson
Avanzados los ochenta, Ramiro Guerra empezó a ir mucho a Santa Clara, incluso llegó a pensar muy seriamente en irse a vivir para allá, hasta vio algunas casas donde podría instalarse para estar en el meollo del ajiaco teatral que tenía entre ceja y ceja hacer Ramón Silverio; ajiaco que salió con todos los ingredientes habidos y por haber, algunos tan insospechados que jamás se pensó que formarían parte de la cotidianidad santaclareña y luego fueran parte de la cultura escénica de todos y todas en la Isla.
Ramiro, el hombre que había hurgado con intuición creadora en la cubanía como calidad esmerada e insustituible de lo cubano y había fundado un rotundo movimiento de danza moderna mecido por las palmas y silbado por los sinsontes –acudo a uno de los versos definitorios de Fina García Marruz-, se encontró por azar con Silverio que ya empezaba a soñar con El Mejunje.
Cada vez regresaba Ramiro Guerra eufórico de Santa Clara, lleno del entusiasmo que tenía aquella gente que estaba insuflada por el ímpetu de Ramón Silverio que no tenía barreras en sus empeños artísticos.
Entre el teatrero y el coreógrafo empezó una amistad que nunca dejó de ser divertida, ocurrente y temeraria; las anécdotas son deliciosas porque aunque se trata de un período no muy largo fue de un acicate en la renovación de la vitalidad creadora y el esplendor de la imaginación de Ramiro Guerra; fui testigo de aquel tiempo, cada vez que armaba el bulto para regresar a Santa Clara todas sus malas pulgas lo abandonaban y era el Ramiro lleno de proyectos cada vez más atrevidos.
Ramiro y Silverio se conocieron en uno de los espectáculos domésticos que Silverio hacía en su misma casa: “Nadie”, inspirado en un poema de Rafael Alcides, uno de los preámbulos de lo que sería El Mejunje aún sin cuajar como propósito, mas era ya un designio silveriano.
Los prolegómenos de El Mejunje fueron muy tribulados. En sus inicios la gente que seguía a Silverio tuvo el primer nido en el Teatro Guiñol dirigido por Margarita Casalla, allí se descargaba sin límites de tiempo, muchos se quejaban de que el guiñol funcionara como cabaret; así es que hubo que cambiar de nido y se fueron para detrás del Teatro La Caridad donde surgió el bautizo del grupo con el nombre de El Mejunje, porque era eso, un mejunje, una mezcolanza de yerbas aromáticas y energizantes; buchito a buchito todo el que llegaba y probaba se entonaba: roqueros, ancianos, jóvenes perdidos, homosexuales, cantantes, actores excluidos; y entre todos fueron subiendo la temperatura del lugar y no quedó otra que bajársela; a mudarse de nuevo, esta vez al patio de la Biblioteca, solo para no dejar de ser El Mejunje porque el lugar era muy inconveniente, hasta que un día dice Silverio que decidió poner un cartel que decía: “Para mis amigos estoy en la casa”.
Y en la casa de Silverio estuvo El Mejunje por más de un año; sucedió que las autoridades del Gobierno y el Partido en la provincia, al calibrar la importancia socio-cultural de El Mejunje, propiciaron la tenencia de un espacio insólito pero ningún otro le iba a ir mejor a El Mejunje que se instaló en las ruinas del Hotel Oriental donde hace ya 30 años que está dando que hacer y decir. Así tuvo El Mejunje casa propia en la Calle Marta Abreu entre Juan Bruno Zayas y Alemán, en pleno centro de Santa Clara.
El 21 de enero de 1991 fue inaugurado El Mejunje en la sede actual, cumple ya 30 años y también esta fecha se toma para el inicio, con plenas definiciones administrativas, de la Compañía Teatral Mejunje, uno de los colectivos teatrales más itinerantes con que cuenta el país.
La Compañía Teatral Mejunje tiene como savia las soluciones cooperativas donde todo tiene mucho de arte o de alguna manera está artificado gracias a la tozudez de Ramón Silverio.
El genitor de El Mejunje no deja de ir de un lado para otro del territorio villaclareño haciendo teatro popular, para la gente del barrio, teatro casero, de parque, teatro rural, de montañas; un teatro de puro pueblo, pueblerino, a palo seco, que podría chocar con la concepción de una puesta en escena de escrupulosa teatralidad.
La gente de El Mejunje hace teatro con una carga ideológica muy efectiva por sus manifestaciones antropológicas, como reflejo activo de signos performativos para una representación extra-cotidiana organizada desde la presencia física y oral del pueblo y sus correspondientes comportamientos lúdicos.
La cosmología de Silverio y su particular visión estética se nutre de lo más callejero y cotidiano: velorios con el muerto “alante” y la gritería atrás, comelatas, dichos y dicharachos a pululo, refranes, guateques, bretes y los quintos infiernos, guanajadas, platanales, serenatas, mamoncillos, canisteles y aguacates; todo un catauro lingüístico y gestual ha sido el santo y la seña de la filosofía mejunjal.
El teatro en el que se ha empeñado Silverio tiene mucho, tiene todo en la ludicidad pre-expresiva de la cotidianidad que en sentido barbiano da para la expresión extra-cotidiana. Y no estoy intentando con esta observación decir que Silverio ha desarrollado una teoría antropología del espectáculo en El Mujenje, su cuajada teatral tiene de eso solo que la convicción mejunjal asume más propósitos sociales que actorales.
Así es que el 21 de enero de 1991 El Mejunje que hoy conocemos empezó en espacio propio, arrancó la Compañía Teatral Mejunje y el mejunje existe en zona localizada por el GPS planetario.
Estamos celebrando 30 años de un acontecimiento persistente, renovado, porfiado en las artes escénicas: El Mejunje hecho y derecho y la Compañía Teatral Mejunje como carta de presentación de una institución que ha marcado culturalmente, por razones muy puntuales, las dos décadas finales del siglo XX cubano.
El Mejunje tiene un prestigio socio-cultural que es objeto de atención en muchos ámbitos del quehacer intelectual dentro y fuera de nuestro país, aunque sería conveniente que se convirtiera en un continuum indagatorio entre las ciencias sociales y las artes escénicas para redimensionar nuestros paradigmas a través de interacciones, interdefiniciones y la debida transdisciplinariedad.
El Mejunje es un espacio urbano vertebral para las artes en Santa Clara y ya para todo el país por la gestión que realiza en el orden socio-cultura, como centro de operaciones artísticas que de manera persistente alienta la participación de los Públicos.
Algo que ha hecho trascendente a El Mejunje ha sido su constitución como arena para juntar identidades. Sabemos que en la base de las identidades hay estereotipos válidos o no –aunque siempre debiera de dudarse de todo estereotipo; yo puedo construir mi identidad sobre lo que no soy y por lo tanto por lo que me hace diferente al otro; entramos así en el reino de la diversidad con sus muchas fuentes y manifestaciones de identidad, con sus inmanentes diferencias que hacen posible la alteridad y su exposición civil.
Las identidades de género y sexuales, como formas de configuración y expresión social del cuerpo, conllevan una problemática social que El Mejunje ha contribuido a persuadir desde un pensamiento crítico y desprejuiciado al asumir responsabilidad ante la perspectiva socio-cultural que demanda el movimiento LGBTI.
Por otra parte cada puesta en escena de la Compañía Teatral Mejunje va dirigida fundamentalmente ayudar al compromiso social al articular un arte comunitario cooperativo liberal y tolerante; sobran las muestras: Nuevas aventuras de Juan Quinquín, versión de la novela del escritor cubano Samuel Feijóo; Las cabañuelas; Vida Incompleta del Poeta Wampampiro Timbereta; Yisel, una pieza para el público infantil basada en el ballet clásico Giselle; Yo me incluyo, heterogéneo y polémico espectáculo.
Los procedimientos artísticos de este colectivo funcionan mediante una lógica que contribuye a la inteligibilidad cultural, visibiliza la experiencia y el imaginario social desde una óptica ideo-estético que incentiva la transformabilidad de las relaciones sociales y de la familia.
Fotos tomadas de Wikipedia Online